Nota de MB.
15-10-15
Para conocimiento general y sobre todo
de la militancia (MLM), reproducimos este artículo que explica el origen de la
actual política reaccionaria, pro-imperialista y pro-terrorista de Arabia
Saudita como producto de la instalación de una monarquía absoluta “tullida y
rancia” que utiliza a la rama Sunnita del Islam, en beneficio de los intereses
genocidas del imperialismo.
ARABIA SAUDITA
UNA MONARQUÍA TULLIDA
Y RANCIA
Rebelión
El wahabismo,
que se confunde en el seno saudí con una práctica política y religiosa, es una
doctrina intolerante con todas aquellas creencias que no se subordinen a su
visión del mundo y su interpretación del Corán. Un credo que señala como
incompatible cualquier otra filosofía religiosa que sea contraria al sentido salafista y
que es considerada por el Wahabismo como una anatema.
Esta visión de mundo hunde sus
raíces en el siglo XVIII cuando el jeque Muhammad
ibn Saud convirtió en ley fundamental de su dominio el catecismo de una
secta fundamentalista sunní creada por Muhamad Ibn al Wahab -el Wahabismo-,
doctrina que encontrará en la Casa al Saud y su Monarquía el catalizador para
tratar de expandir su ideología en el conjunto de la Umma.
En el siglo XX dicha creencia se consolida cuando la familia al Saud, apoyado
por Estados Unidos e Inglaterra, funda el moderno Estado Saudí bajo dos
puntales esenciales: la explotación del petróleo a partir del descubrimiento de
enormes yacimientos del oro negro en la zona de Dammam y la alianza política y
militar, que comienza a ser tejida con Washington y sus aliados del Bloque
Occidental, que tras el fin de la Segunda Guerra Mundial se fortalecen
deviniendo, junto a Israel, en dos de las entidades de Medio Oriente con las
alianzas más férreas en el plano político y militar.
A la par de recibir los beneficios
de la explotación del petróleo saudí, Estados Unidos permite a Riad comenzar a
tejer una red de ampliación de su dogma religioso a través de escuela coránicas
-madrasas– en una expansión del wahabismo haciendo fluir generosamente los
dineros provenientes del petróleo, no importando si esa decisión de expansionismo
político-religioso creaba criaturas como Al Qaeda y el Actual Estado islámico
de Irak y el Levante –Daesh en Árabe– como ha sido constatado en forma
dramática y dantesca en las agresiones a Libia, Siria e Irak.
Al Saud: el estado soy yo
En Arabia Saudita, la suerte de 29
millones de habitantes está íntimamente ligada a las decisiones que la familia
real –que conforma una Monarquía Absoluta dirigida por el Rey Salman bin Abdulaziz al frente de uno
cuantos miles de miembros entre príncipes, jeques y sus familias– que ha
consolidado un Estado, que no sólo asume el nombre de la casa reinante sino
también una Monarquía absolutista donde esa familia reúne todos los cargos del
gobierno en un reparto que saca a la luz las ambiciones y deseos, como quedó demostrado
tras la muerte, en enero pasado, del nonagenario rey Abdolá bin Abdulaziz al Saud:
Uno de los hijos del que fuera fundador de Arabia Saudita como Estado el año
193, Abdelaziz bin Abderramán al Saud, conocido como Ibn Saud y quien reinó
hasta el año 1953.
Ibn Saud contó con 32 esposas con
las cuales concibió 53 hijos y 36 hijas, y alrededor de 500 nietos. El núcleo
más importante dentro de este numeroso grupo de descendientes recibió el nombre
de Clan Sudairi, denominación que se utiliza, comúnmente, para designar la
alianza de siete hermanos de plenos derechos y sus descendientes dentro de la
familia real de Arabia Saudita. Hijos de Hassa bin Ahmad bin Muhammad Al
Sudairi, miembro de la familia Al Sudairi, una de las más poderosas del Reino
de Nejd con quien tuvo siete hijos varones: Fahd, Sultan, Nayef, Abdulk Rahman,
Turki, Salman y Ahmed. Además de cuatro hijas: Lulua, Latifa, Aljawhara y
Jawaher.
Tras la muerte del fundador de
Arabia Saudita el año 1953, Ibn Saud, le sucedió su hijo mayor, Saud bin
Abdulaziz estableciendo así las reglas de sucesión dinástica, que han signado
la transmisión del poder a hermanos y luego a hermanastros, que es confirmado
por un consejo de familia. Saud fue derrocado y enviado al exilio por su
hermano menor Faisal bin Abdulaziz el año 1964. Este gobernó Arabia Saudita
hasta el año 1975 apoyado en este Golpe de Estado por una familia que ya
comenzaba a ser cegada por el embrujo de los cientos de millones de dólares que
daba la explotación del petróleo y que veían en Saud bin Abdulaziz y su
incompetencia un peligro para su estilo de vida y sus ambiciones regionales.
Lo señalado es la misma visión que
se tiene hoy del Rey Salman quien ha sido acusado de incompetente por
miembros de su propia familia, que han declarado en forma anónima
a medios como el Inglés The Guardian que es necesario sacar a Salman del primer
plano. ¿Se preparará un Golpe de Estado al amparo de las dificultades de una
Arabia Saudita que debe contender frente a la baja del precio del petróleo, sus
agresiones a Yemen y Bahréin y las propias dificultades que significa la
política de alianzas con Israel y Turquía en su agresión a Siria?
El año 1975 el rey Faisal fue
asesinado por un sobrino, sucediéndolo otro hijo de Ibn Saud, Jalid bin
Abdulaziz quien gobernó hasta el año 1982, cuando ocupó su lugar su hermano
Fahd bin Abdulaziz, quien estuvo al frente de esta casa monárquica hasta el año
2005. Año en que Abdolá bin Abdulaziz pasó al frente de la Monarquía Wahabita.
Con Abdolá se consolida una política de alejamiento del mundo árabe, de fuertes
presiones junto a Israel y Estados Unidos contra la República Islámica de Irán
y acercando posiciones a la política de agresión a Yemen y Bahréin. Unido al
abandono de la causa del pueblo palestino y el sostén dado a Monarquías como la
Marroquí en sus afanes de expansión en el mundo magrebí, la ocupación del
Sahara Occidental y la desestabilización de gobiernos árabes como el Libio,
junto al apoyo a grupos terroristas que son la principal amenaza hoy para el
mundo musulmán.
Un despacho estadounidense -el
denominado documento nº 242073- enviado por la Secretaria de Estado dirigido,
en ese entonces, por Hillary Clinton a sus Embajadas de Riad, Abu Dhabi, Doha,
Kuwait e Islamabad, el año 2010, y dado a conocer, junto a otros 1.100 cables
por diversos medios de comunicación en el mundo, confirmó lo que era un secreto
a voces y que sustenta la acusación contra la Casa al Saud como principales
financistas del terror takfirí en el Magreb, Medio Oriente y Asia Central: “los
donantes de Arabia Saudita constituyen la fuente más significativa de
financiación de los grupos terroristas suníes en todo el mundo…aunque Arabia
saudita se toma muy en serio la amenaza del terrorismo interno, ha sido un
continuo reto convencer a los funcionarios de ese país, para que aborden el
financiamiento terrorista que emana de Arabia Saudita como prioridad
estratégica. Este país continúa siendo una base de apoyo crítico para Al Qaeda,
los talibán, Lashkar e Tayba y otros grupos terroristas, que probablemente
recaudan millones de dólares anualmente de fuentes saudíes, a menudo durante el
hach y ramadán”.
Cortar ese suministro, es una de las tareas que el gobierno
de Washington le exige al Rey Salman bin Abdulaziz, cuestión que
se vislumbra imposible, no sólo por la simpatía que este monarca siente por el
desarrollo de estos grupos salafistas, sino por la creciente influencia de los
miembros más radicales de su corte en materias de ir consolidando un régimen
donde la influencia occidental no tenga la preeminencia que tuvo con Abdolá.
Para ello, el arma principal con que cuenta la Casa al Saud es su riqueza
hidrocarburífera. Arabia Saudita controla el 20% de las reservas mundiales de
petróleo –calculadas en 250 mil millones de barriles– a lo que se une su
cuantiosa reserva en oro y divisas, que en este año 2015 deberán ir encaminadas
a cubrir el déficit presupuestario, que se calcula triplique al del año 2014,
tras su política de bajar los precios del crudo en aras de sus objetivos
estratégicos. Ello, en un marco de presiones políticas internas de una
población con altos índices de desempleo –sobre todo en la juventud–, presiones
externas derivadas de la acción de grupos takfirí y la crónica lucha que el
régimen de Riad mantiene contra Irán, apoyado en esto por Israel y Estados
Unidos.
Con Abdolá bin Abdulaziz se
consolidó como nunca la alianza militar con Estados Unidos y sus aliados como
la entidad sionista y Turquía, en materias que han significado fuertes críticas
a que un país como Arabia Saudita, donde radican ciudades y sitios sagrados
para el mundo musulmán, permitiese albergar bases militares occidentales al
amparo de su entrega incondicional a intereses alejados de la moral y las
costumbres y la fe de cientos de millones de musulmanes. Tras la muerte de
Abdolá bin Abdulaziz, el quinto de los hijos de Ibn Saud en llegar a reinar
sucedido tras su muerte en enero pasado, es sucedido por su hermano Salman bin
Abdulaziz quien a pocos meses de su entronización ya comienza a tener serias
dificultades internas y externas. Principalmente por las intrigas palaciegas de
una familia que se resiste a los cambios en materias políticas internas, en el
nuevo ajedrez geoestratégico de una región que ve crecer enormemente la
influencia de la república Islámica de Irán, la baja del precio del petróleo y
los nuevos aires de resistencia de la república de Siria, que apoyada por Irán
y Rusia planta cara a las agresiones contra su pueblo.
El Rey Salman bin Abdulaziz, como
primera medida y como una manera de mostrar seguridad, decisión y asegurar la
estabilidad en una casa reinante con cientos de aspiraciones personales, dio a
conocer, incluso antes de las exequias de su hermanastro Abdolá, el nombre de
sus sucesores. Como primer heredero nombró su medio hermano el príncipe Muqrin,
de 69 años. El segundo en la línea al trono fue nombrado su sobrino Mohamed Bin
Nayef, de 55 años. Pero, al cabo de tres meses Salman dio un golpe de autoridad
que remeció los cimientos de la Casa al Saud, desplazando a Muqrin y nombrando
en su lugar, como príncipe heredero, a su sobrino Mohamed bin Nayef. Como
sucesor de bin Nayef fue nombrado el hijo de Salman, Mohamad bin Salman,
marcando así el paso del poder de los hijos a los nietos del fundador del
reino.
El anuncio pareció asegurar la
sucesión para los próximos años, cerrando así –al menos en el plano formal- la
posibilidad que las intrigas palaciegas se expresen y dando solución a uno de
los retos internos de un reino con una clase gobernante absolutista. Pero tal
deseo no se corresponde con la realidad pues ha comenzado a develarse que el
verdadero poder detrás del trono está en manos de Mohamad bin Salman quien
ocupa el cargo de Ministro de Defensa. Y que además mostró que en materia de
política exterior está por endurecer la presencia militar saudí en la región
tras la decisión de agredir a Yemen a partir del día 26 de marzo del 2015 y de
la cual es uno de los principales responsables de una guerra de agresión que ha
ocasionado 7 mil muertos, entre ellos 1.600 niños y 1.100 mujeres.
Ese estrecho grupo de personas
ligadas por lazos sanguíneos, donde sobresale el clan Sudairi, son las que
usufructúan de las riquezas derivadas de la venta del petróleo, en una vida
ostentosa y alejada de los cánones morales que supone su base religiosa, ha
demostrado su enorme fragilidad en materia de llevar adelante su política
interna y su creciente y sostenida agresividad en materia de sus intervenciones
en política exterior. Entre ellas reducir las amenazas que significa la
presencia de Al Qaeda, logrando a punta de sangre y fuego que su acciones se
trasladaran al sur de la Península, a Yemen, donde una facción de ese grupo
Takfirí opera a través del movimiento denominado Al Qaeda de la Península
Arábiga.
A la par de contener con su
agresión al pueblo yemení las acciones del Movimiento Ansarolá que defiende los
intereses de la agredida población chiita de ese país. Al mismo tiempo, y en
base a una costosa y sangrienta política de represión la Monarquía Saudíya, a
costa del incremento de la política de represión de su población y vecinos, la
influencia de los movimientos de cambio que se iniciaron en Túnez, derribaron
el gobierno de Libia, el de Egipto y que han convulsionado a algunos Estados
del Golfo Pérsico, gran parte de ellos regidos por férreas monarquías, que en
el caso de Bahréin, por ejemplo, significaron la presencia de tropas enviadas
por Riad para contener los afanes de libertad de la población bahreiní,
mayoritariamente chiita.
La Casa al Saud y su doctrina
religiosa basada en el Wahabismo ha hecho de la embestida sangrienta a sus
vecinos y de su apoyo al terrorismo takfirí una práctica cotidiana. Bahrein y
Yemen han sido víctimas de las incursiones, bombardeos y la hostilidad del
gobierno saudí en forma directa. Siria, por su parte, ha resistido los embates
de fuerzas terroristas takfirí como el Frente al Nusra y Daesh que han sido
bandas armadas financiadas, armadas y consolidadas en su acción criminal por
Riad en conveniencia con el régimen sionista y Estados Unidos.
Una monarquía incapaz
Parte importante de esta visión que
Arabia Saudita se encuentra regida por una Monarquía tullida y rancia deriva de
su incompetencia, no sólo para manejar sus políticas de relaciones internas e
internacionales o someterse a los dictados de occidente y participar de un
alianzas con el enemigo más enconado con que se enfrenta el mundo musulmán como
es la entidad sionista, sino también su incompetencia frente al deber que le
asiste como refugio de ciudades, sitios y mezquitas sagradas para el Islam.
Incompetencia e ineficacia para dar
cuenta de políticas de seguridad y prevención de riesgos frente a los millones
de peregrinos, que en razón de sus actos de fe acuden a visitar los sitios
sagrados ubicados en este país y que han significado exponerse a serios
peligros en materia de alojamientos –con incendios de hoteles-, avalanchas
humanas frente a escasas medidas de orientación y resguardo, protección para la
vida y seguridad personal frente a atentados contra la vida de niños –como fue
el caso de al agresión sexual a dos niños iraníes por parte de la policía
saudí– y que hace pocos días ha tenido su corolario sangriento con la muerte,
al menos de 4.200 peregrinos -según cifras entregadas por las propias
autoridades sanitarias de Arabia Saudita- que en el marco del Hach –uno de los
cinco pilares del islam– se dirigían al Velldel Mina, ubicada a cinco
kilómetros al este de La Meca, en el Puente de Jamarat para realizar el ritual
de la “lapidación del diablo” –Hach- y fueron parte y víctimas de una estampida
desencadenada por el cierre de dos de los cincos accesos a la zona del Valle de
Mina y la irrupción de una comitiva de cientos de soldados y policías que
protegían a Mohamad bin Salman hijo del Rey Salman, quien se hizo presente en
un lugar donde decenas de miles de personas pugnaban por participar de este
rito.
Un desastre que enluta a miles de
familias y al mundo musulmán en su conjunto y que debe llenar de vergüenza al
gobierno saudí. Las autoridades iraníes, que se han hecho parte de las
denuncias contra el gobierno saudí, por la responsabilidad en los hechos pues
los muertos de la nación persa se elevan a los 200 y centenares de heridos, ha
declarado a través de su líder religioso el Ayatolá Seyed Alí Jamenei que,
"El Gobierno saudí está obligado a asumir su gran responsabilidad en este
amargo incidente y cumplir con sus obligaciones conforme con el imperio de la
Justicia y la Equidad. La mala gestión e inapropiadas medidas tomadas por las
autoridades saudíes han sido factores que provocaron esta tragedia y no deben
pasarse por alto”.
Diversos gobiernos como el de
Indonesia, Irán o Egipto, entre otros, han expresado que las muertes en Mina no
deben quedar en el olvido, deben ser el comienzo de una decisión mayor,
signando expresamente, como es el caso del gobierno de Teherán, que es hora de
buscar que sean otros los custodios de dos santuarios sagrados como son La Meca
y la ciudad de Medina, de la Mezquita Al Haram, la Kaaba. Hay que comenzar una
campaña mundial que no sólo involucre a los creyentes musulmanes para salvar
este patrimonio de la humanidad de una Monarquía que ha dado muestras que su
preocupación no es la religión, no los 1.400 millones de creyentes del Islam,
sino que el resguardo de sus propios intereses políticos, económicos y
geoestratégicos. Un país así no merece tener en su seno sitios de enorme
trascendencia para parte importante de la humanidad.
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