La ominosa metamorfosis del Imperio
El silencioso golpe militar que se
apoderó de Washington
The Guardian
Traducido para Rebelión por LB
|
En la pared tengo colgada la primera página del Daily Express del 5
septiembre de 1945 con las siguientes palabras: "Escribo esto como una
advertencia al mundo". Así comenzaba el informe de Wilfred Burchett sobre Hiroshima. Fue la noticia bomba del siglo.
Con motivo del solitario y peligroso viaje con el que desafió a las autoridades
de ocupación estadounidenses Burchett fue puesto en la picota, sobre todo por
parte de sus colegas empotrados. Avisó de que un acto premeditado de asesinato
en masa a una escala épica acababa de dar el pistoletazo de salida a una nueva
era de terror.
En la actualidad, [la advertencia de] Wilfred
Buirchett está siendo revindicada por los hechos casi a diario. La criminalidad
intrínseca de la bomba atómica ha quedado corroborada por los Archivos
Nacionales de EEUU y por las ulteriores décadas de militarismo camuflado como
democracia. El psicodrama sirio es un ejemplo de ello. Una vez más somos
rehenes de la perspectiva de un terrorismo cuya naturaleza e historia siguen
negando incluso los críticos más liberales. La gran verdad innombrable es que
el enemigo más peligroso de la humanidad está al otro lado del Atlántico.
La farsa de John Kerry y las piruetas de Barack Obama
son temporales. El acuerdo de paz ruso sobre armas químicas será tratado al cabo del tiempo con
el desprecio que todos los militaristas reservan para la diplomacia. Con
al-Qaida figurando ahora entre sus aliados y con los golpistas armados por EEUU
sólidamente instalados en El Cairo, EEUU pretende aplastar a los últimos
Estados independientes de Oriente Próximo: primero Siria, luego Irán.
"Esta operación [en Siria]", dijo el exministro de exteriores francés
Roland Dumas en junio, "viene de muy atrás. Fue preparada, pre-concebida y planeada".
Cuando el público está "psicológicamente
marcado", como describió el reportero del Canal 4 Jonathan Rugman la
abrumadora oposición del pueblo británico a un ataque contra Siria, la
supresión de la verdad se convierte en tarea urgente. Sea o no cierto que
Bashar al-Assad o los "rebeldes" utilizaran gas en los suburbios de Damasco, es EEUU, no Siria, el país del
mundo que utiliza esas terribles armas de forma más prolífica.
En 1970 el Senado informó: "EEUU ha vertido en
Vietnam una cantidad de sustancias químicas tóxicas (dioxinas) equivalente a
2,7 kilos por cabeza". Aquella fue la denominada Operación Hades, más tarde rebautizada más amablemente
como Operación Ranch Hand, origen de lo que los médicos vietnamitas denominan
"ciclo de catástrofe fetal". He visto a generaciones enteras de niños
afectados por deformaciones familiares y monstruosas. John
Kerry, a cuyo expediente militar le chorrea la sangre, seguro que
los recuerda. También los he visto en Irak, donde EEUU utilizó uranio
empobrecido y fósforo blanco, igual que hicieron los israelíes en Gaza. Para
ellos no hubo las "líneas rojas" de Obama, ni tampoco psicodrama de
enfrentamiento.
El repetitivo y estéril debate sobre si
"nosotros" debemos "tomar medidas" contra dictadores
seleccionados (es decir, si debemos vitorear a EEUU y a sus acólitos en otra
nueva matanza aérea) forma parte de nuestro lavado de cerebro. Richard Falk,
profesor emérito de Derecho Internacional y relator especial de la ONU sobre
Palestina, lo describe como "una pantalla legal/moral unidireccional con
ínfulas de superioridad moral y llena de imágenes positivas sobre los valores
occidentales e imágenes de inocencia amenazada cuyo fin es legitimar una
campaña de violencia política sin restricciones". Esto "está tan
ampliamente aceptado que es prácticamente imposible de cuestionar".
Se trata de la mayor mentira, parida por
"realistas liberales" de la política anglo-estadounidense y por
académicos y medios autoerigidos en gestores de la crisis mundial más que como
causantes de ella. Eliminando el factor humanidad del estudio de los países y
congelando su discurso con una jerga al servicio de los designios de las
potencias occidentales, endosan la etiqueta de "fallido", "delincuente"
o “malvado” a los Estados a los que luego inflingirán su "intervención
humanitaria".
Un ataque contra Siria o Irán o contra cualquier otro
“demonio” estadounidense se basará en una variante de moda, la "Responsabilidad de Proteger", o R2P, cuyo fanático pregonero es el ex
ministro de Relaciones Exteriores australiano Gareth
Evans,
copresidente de un "centro
mundial" con base en Nueva York. Evans y sus grupos de presión generosamente
financiados juegan un papel propagandístico vital instando a la "comunidad
internacional" a atacar a países sobre los que "el Consejo de
Seguridad rechaza aprobar alguna propuesta o que rehúsa abordarla en un plazo
razonable".
Lo de Evans viene de lejos. El personaje ya apareció
en mi película de 1994, Death of a Nation, que reveló la magnitud del
genocidio en Timor Oriental. El risueño hombre de Canberra alza su copa de
champán para brindar por su homólogo indonesio mientras sobrevuelan Timor
Oriental en un avión australiano tras haber firmado un tratado para piratear el
petróleo y gas del devastado país en el que el tirano Suharto asesinó o mató de
hambre a un tercio de la población.
Durante el mandato del "débil" Obama el
militarismo ha crecido quizá como nunca antes. Aunque no haya ni un solo tanque
en el césped de la Casa Blanca, en Washington se ha producido un golpe de
Estado militar. En 2008, mientras sus
devotos liberales se enjuagaban las lágrimas, Obama aceptó en su totalidad el
Pentágono que le legaba su predecesor George Bush, completo con todas sus
guerras y crímenes de guerra. Mientras que la Constitución va siendo
reemplazada por un incipiente Estado policial, los mismos que destruyeron Irak
a base de conmoción y pavor, que convirtieron Afganistán en una pila de
escombros y que redujeron Libia a una pesadilla hobbesiana, esos mismos son los
que están ascendiendo en la administración estadounidense. Detrás de su
enmedallada fachada, son más los antiguos soldados estadounidenses que se están
suicidando que los que mueren en los campos de batalla. El año pasado 6.500 veteranos se quitaron la vida. A colocar más banderas.
El historiador Norman Pollack llama a esto
"liberalfascismo": "En lugar de soldados marchando al paso de la
oca tenemos la aparentemente más inofensiva militarización total de la cultura.
Y en lugar del líder grandilocuente tenemos a un reformista fallido que trabaja
alegremente en la planificación y ejecución de asesinatos sin dejar de sonreír
un instante". Todos los martes, el "humanitario" Obama supervisa
personalmente una red terrorista mundial de aviones no tripulados que reduce a
“papilla” a las personas, a sus rescatadores y a sus dolientes. En las zonas de
confort de Occidente, el primer líder negro en el país de la esclavitud todavía
se siente bien, como si su mera existencia supusiera un avance social,
independientemente del rastro de sangre que va dejando. Esta obediencia a un
símbolo ha destruido prácticamente el movimiento estadounidense contra la
guerra. Esa es la particular hazaña de Obama.
En Gran Bretaña las distracciones derivadas de la
falsificación de la imagen y la identidad políticas no han triunfado
completamente. La agitación ya ha comenzado, pero las personas de conciencia
deberían darse prisa. Los jueces de Nuremberg fueron escuetos: "Los
ciudadanos particulares tienen la obligación de violar las leyes nacionales
para impedir que se perpetren crímenes contra la paz y la humanidad". La
gente normal de Siria, y mucha otra más gente, igual que nuestra propia
autoestima, no se merecen menos en estos momentos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario