martes, 1 de mayo de 2012

UNA DOLOROSA visita a la realidad de los indígenas del Tipnis

UNA DOLOROSA visita a la realidad de los indígenas del Tipnis



A la extensa lista de deudas sociales, siempre postergadas por decenas de gobiernos de todos los colores políticos, se suma el hecho de que el Estado boliviano haya dejado olvidadas en el feudalismo a 15 mil personas.

ANSELMO ESPRELLA

Periodista


Lo que sucede en el Tipnis es una nueva confirmación de los contrastes brutales que persisten en Bolivia, el parque está atrapado en una geografía inmensa e inaccesible y una economía en la que simultáneamente conviven tres tiempos diferentes de la historia, por tanto coexisten también tres modos diferentes de producción: el esclavista, el feudal y el capitalista.

A la extensa lista de deudas sociales, siempre postergadas por decenas de gobiernos de todos los colores políticos, se suma el hecho de que el Estado boliviano haya dejado olvidadas en el feudalismo a 15 mil personas.

Las primeras comunidades indígenas del Tipnis llegaron a la zona huyendo de los capangas de las empresas extractoras de caucho (goma), que querían esclavizarlos en los gomales.

Se ocultaron monte adentro; se escondieron tan bien que ya nadie pudo encontrarlos.

Una descomunal ciénaga de agua y olvido inabarcable hacen del Tipnis la zona más aislada del país. Más alejada que cualquier otra que incluso es más rápido llegar a Pando que al Tipnis. Son doce mil kilómetros cuadrados de ciénagas y pantanos, inaccesibles.

Igual que usted, antes de la primera y segunda marcha de los pobladores del Tipnis, nunca tuve curiosidad por conocer aquella zona. En la actualidad, una gran cantidad de bolivianos y bolivianas aún desconocen Trinidad y ni hablar de Pando.

Los grandes medios construyeron al Tipnis como una región remota de belleza extraordinaria, donde la naturaleza habría logrado su más alto nivel de conservación.

“Los vivientes”, como les gusta nombrase a los pobladores del Tipnis, creen que si en algo se parece el parque al Paraíso es que allí el tiempo no transcurre. El Tipnis es uno de los sitios en el que el tiempo no avanza. No existen hospitales ni escuelas, cocinan a leña, viven de la caza y de la pesca, desconocen el dinero y nunca tuvieron zapatos.

“Los vivientes” cada día más perplejos, arrinconados por el agua y el olvido, han sobrevivido a toda clase de calamidades, pagando un alto precio por habitar el edén.

El lugar más remoto del país

Una pequeña avioneta de la Fuerza Aérea Boliviana va a trasladarnos de Trinidad hasta Oromomo, que es la segunda comunidad más alejada del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure.

El capitán nos dice que no podrá llevar a las cinco personas que componemos la delegación: dos ingenieros, dos periodistas y un guardaparques. Luego de una breve deliberación, se decide que el guardaparques, que debía ser nuestro guía, no viajará.

El piloto de la pequeña aeronave, nos invita a pasar… pero no hay asientos. Nos sentamos como podemos encima de unos bultos y de unas cajas de jabón Patria, sin asientos para pasajeros, ni cinturón de seguridad.

Las únicas manijas que podrían servir para sujetarnos, en caso de que la presión del aire provoque que el avión suba y baje violentamente, son las manijas de las puertas, que de abrirlas saldríamos todos volando. Ni modo, a agarrarnos del jabón Patria.

La diminuta nave viaja a sólo cien metros de altura, de modo que pueden verse nítidamente los árboles y los riachuelos como serpientes gigantes, sin principio ni fin. El espectáculo es extraordinario. Y el terror también. Sin querer nos acordamos de Don Pablo Picasso, que solía decir: “No le tengo miedo a la muerte, sino al avión”

Comunidades alejadas

El viaje de Trinidad a la comunidad de Oromomo dura aproximadamente cincuenta minutos.

Las pistas de Oromomo y la Asunta son las únicas pistas del Sécure. Después no hay más.

El aterrizaje a los tumbos nos sacó y devolvió varias veces el alma al cuerpo. Al detenerse por fin la avioneta, en silencio agradecimos a todos los dioses por haber llegado al paraíso.

Los ingenieros que nos acompañaban saludaron a los comunarios y se despidieron de nosotros diciéndonos que al día siguiente debíamos viajar siete jornadas, en una lancha a motor, hasta Trinidad. La avioneta volvió a partir y se perdió en el cielo.

Ahí quedamos, absortos, buscando el árbol de la sabiduría para que nos explique qué hacer con los millones de mosquitos que venían a saludar.

La comunidad de Oromomo está ubicada a la vera del río Sécure, que quiere decir seco. Viven allí aproximadamente 35 familias, tienen escuela y un médico. No hay tiendas.

Los niños del Tipnis

Los primeros en saludarnos amigablemente fueron los niños, luego los mayores.

Nos presentamos ante el corregidor, le explicamos nuestra tarea y convenimos en que al siguiente día partiríamos rumbo a varias comunidades.

Un enjambre de niños descalzos nos daba vueltas alrededor, no pedían nada, pero decidimos compartir con ellos algunos dulces y unos panes.

Sin embargo, un pedazo de pan en el Tipnis es una rara exquisitez, así que ante el alboroto que se armó por los panes, resolvimos  ahí mismo entregar totalmente nuestra ración de treinta panes, que debían durar los siete días del recorrido hasta Trinidad.

Un médico en exilio

Esa misma tarde conocimos al doctor Ticona, un hombre jovial y conversador, de unos 35 años, que no venía huyendo de ninguna dictadura, sino del desempleo. Lo primero que nos dijo en la entrevista fue que “…en estas comunidades nunca ha habido médico. Porque los profesionales no quieren venir… tal vez por que venir aquí es como estar exiliado, o sea lejos del mundo…”

Nos comentó que había trabajado atendiendo a las comunidades próximas a los ríos Sécure, Ichoa e Isiboro.

El doctor Ticona hace un apurado análisis de la realidad de los jóvenes del Tipnis: “…aquí los jóvenes se juntan a muy temprana edad, a los 15 años las chicas ya tiene tres hijos o más… es así en todas las comunidades…”.

Respecto de las dificultades de su tarea, comentó que el principal cuadro clínico son las constantes infecciones estomacales; “…toman el agua del río… donde mueren los peces, los animales, y esa agua… no es agua potable…”

En referencia a la incomunicación del Tipnis, el médico comentó que “querer sacar a un politraumatizado por agua… sería un tormento”, concluyó diciendo: “para salir de aquí hay que viajar, como diría Julio Verne, cuarenta días alrededor del mundo…”

Cementerio propio

Antes que se oculte el sol, aprovechamos en entrevistar a una mujer de unos 70 años, que parecía de cien y que lavaba ropa en el río.

Su hijo estaba cerca, así que nos ayudó a traducir. “Pregúntele como viven acá, cómo están”, le dije. La anciana contestó en chimán “…aquí no conocemos manteca, no comemos sal, no comemos pan…”

¿Pregúntele cuántos hijos tuvo?

La anciana respondió que había tenido trece hijos, y que nueve se habían muerto. La mujer hablaba de sus hijos fallecidos con naturalidad. En alguna parte leí que la espantosa presencia de la muerte entre nosotros nos hace fuertes.

La anciana se acordaba de todos los nombres de sus hijos muertos, pero estaba haciendo un gran esfuerzo para no llorar, así que decidimos no molestarla más.

Cena en el Paraíso

Esa tarde, la noche llegó de golpe. Fuimos invitados a comer por una familia de la comunidad, un enflaquecido plato de arroz y una abundante jarra de chocolate.

La señora se excusó que la cena sólo contenga arroz y de no poder ofrecernos más, por lo que nosotros nos apuramos a abrir dos latas de sardinas e improvisamos la primera entrevista.

Estábamos en eso, pero ante el constante aumento de los comensales, que llegaban de todas partes a saludar, abrimos dos latas más.

Aquella noche confirmamos el principal drama del mundo moxeño, yuracaré y chimán: no tienen nada para comer.

Los kollacarés

Son el resultado del cruce entre un colla y un yuracaré. Aquella noche de oscuridad total, para regocijo de la comunidad, fuimos aceptados como parte de la nación kollacaré.

Doña Clara Gutiérrez, presidenta del Club de Madres de Oromomo, nos contó que unos días antes habían venido los dirigentes de la Subcentral Tipnis y que les habían dicho: “…los kollas les van a quitar sus tierras… y a ustedes los van a votar…” “…acaso quieren que sus yernos sean collas…” “además, ya existe una lista de 5 mil kollas, que van a venir a repartirse el parque…”

Después del ataque a campesinos del 24 de mayo de 2008, en la ciudad de Sucre, uno cree que está curado de ver con sus propios ojos que unos indígenas humillen a otros indígenas. Pero no es fácil curarse de la sorpresa, así que a mil kilómetros de distancia de Chuquisaca escuchamos asqueados de nuevo la misma historia de racismo entre indígenas.

Artículo de lujo en el Tipnis

El pescado a la parrilla es uno de los platos más apetecibles por los comensales citadinos. Pero luego de comer cada día, durante cuarenta o cincuenta años, pescado a la parrilla, ese suculento manjar pasa a tener otro nombre.

Mientras en el resto de las ciudades del país hace muchos años que las personas han dejado de usar manteca para preparan sus alimentos y usan aceite; en las comunidades del Tipnis, la manteca es un artículo extravagante y no se puede conseguir.

200 años, un bachiller

Se llama Carlos Fabricano Moye y es el nuevo presidente del Directorio de la Subcentral Sécure, es el único bachiller del Tipnis en doscientos años.

En las ciudades del país, de cada cien niños que entran a la escuela, 85 terminan el bachillerato. En el Tipnis, de cada cien niños que entran a la escuela, ninguno sale bachiller.

El aislamiento hace que los profesores del Tipnis sólo puedan salir a cobrar sus sueldos en vacaciones de invierno.

Sin zapatos

Antes de partir hacia Trinidad, presenciamos la hora cívica del lunes. La profesora saluda a los alumnos, los ayuda a formar y dice: Niños, como primer número himno nacional.

Una guitarra toca unos acordes y entonces… “… boliviaaaanos el haaado propiicio…”

Canta la escuela a todo pulmón. “Es ya liiibre, es ya liiiibre este sueeelo…”, cantan cincuenta niños con los pies en el barro. Ninguno tiene zapatos.

Canta el Tipnis, doscientos años sin zapatos.

Los ríos del Edén


Las primeras lluvias de diciembre abren de par en par las puertas del Paraíso. La naturaleza obsequia a los pobladores del Tipnis un breve tiempo de asueto. Entre diciembre y abril, la crecida de las aguas hace los ríos navegables.

A fines de abril, el Paraíso cierra de nuevo sus puertas hasta el siguiente diciembre.

Con mucho cuidado, porque la lancha se mueve para todos los lados, nos trepamos sobre varios racimos de plátano (postres) y bultos buscando un lugar para sentarnos. Cuando encontramos un pequeño espacio para colocarnos, debemos achicarnos aún más, porque van a viajar todavía varias personas más.

Viajar con el sol

El primer tramo hacia Trinidad es de una incomodidad aceptable.

No entendemos por qué durante el viaje los mosquitos nos dejan en paz. Después nos damos cuenta. Cuando el bote está en movimiento los mosquitos no pueden aterrizar, así que la brisa del río pacta para nosotros una efímera tregua con los mosquitos. Aquel alivio nos devuelve el buen humor y la fe en el Paraíso.

El cazador del Tipnis

Tal vez Fidel deambule descalzo, extraviado por las calles de Trinidad, sin saber quién es, ni qué cosa hace ahí. Tal vez la gente lo mire como a un pordiosero. Cosa que Fidel no es. Fidel es el cazador de la comunidad de Totora.

Nuestro arribo a la comunidad de Totora coincidió con el regreso de Fidel, que se había ido detrás de un jochi (chancho de monte), que había tenido que perseguir al jochi tres días y sus noches y que cuando creyó que lo había perdido uno de sus perros cazadores lo encontró escondido en una cueva. Pero el perro se metió dentro el hoyo antes de que Fidel llegue al lugar, entonces el jochi agarró al perro de la garganta y casi lo mata.

Y en eso llegó Fidel. Atravesó de un flechazo al jochi y rescató al perro.

Fidel cuenta que es su mejor perro, y se pone triste. Los otros pasajeros que escuchan la historia la complementan diciendo que un perro cazador sólo vive dos años; los tigres lo matan.

Se acaba la tierra

Los últimos tres días del trayecto transcurren en medio del diluvio universal.

El paisaje ahora es un extenso cementerio de árboles ahogados. Es difícil divisar el cauce del río, todo el espacio que se alcanza a ver es agua.

Los botes se pierden con facilidad, “a veces no salen o salen después de varios días”, nos cuenta el motorista.

Trozos gigantescos de árboles muertos vagan por la corriente del río, de llegar a impactar la frágil barcaza, se dará vueltas y será el fin.

Durante la noche el viaje continúa.

Es difícil identificar en medio de la colosal inundación el cauce del río; viajamos a tientas al filo del abismo. Somos un pataleo de ciegos que busca a tientas una estrella que les ilumine el camino. En la proa, va ‘el puntero’ que hace señas al motorista para que no se desvié. Tiene en las manos dos linternas, que de poco le sirven en medio de tanta oscuridad.

Si el motorista se duerme, la canoa chocará contra algún árbol de la gran inundación, se dará vueltas y caeremos todos al agua, niños, mujeres, ancianos y nosotros.

“Por cagón”


La lancha avanzaba lentamente por la noche sin fin del Tipnis. Como en sueños escucho el sonido de un bulto que cae al agua. La barca disminuye la velocidad y regresa hacia atrás a buscar lo que se había caído.

Las linternas alumbran la silueta de una cabeza, “se ha caído una persona”, pienso, sin creer lo que pienso.

Algunos pasajeros empiezan tranquila, pausadamente a reírse. Uno de los pasajeros estaba haciendo sus necesidades filológicas, perdió el equilibrio y cayó al agua.

Es común que quienes realicen este viaje hasta Trinidad hagan sus necesidades fisiológicas encima del bote, ya que durante tres días, no hay un centímetro de tierra.

En eso estaba Pedro y se cayó. Nosotros, los dos kollacarés, decidimos aguantar cualquier intento del estómago para salirse de su lugar. Pero aún faltan tres días para llegar a ‘Trini’.

La barca se detiene totalmente, el hombre sube de un solo impulso al bote, “me caí por cagón”, dice riendo.  Todos reímos. 

Durante el día, el sol como un taladro en la cabeza, durante la noche el frío, el hambre.

Náufragos

El séptimo día, cuando creímos que estábamos perdidos, sin comida y sin brújula, aparecieron en el horizonte las torres de luz de ‘Trini’. Apareció la tierra.

Aniquilados por el hambre, la falta de sueño y una maraña de mosquitos. Por fin la barcaza se acercaba a Trinidad, cargada de moribundos, de siete días de viaje, encima de bultos y racimos de plátano (postre). Parecíamos fugitivos de un campo de concentración.

Ciudad de pobres corazones

Al salir de algún cine en Cochabamba, La Paz o Santa Cruz es (lamentablemente) común ver a algunos niños nortepotosinos pidiendo limosna a las diez de la noche.

Se escuchan entonces algunos comentarios de ‘la gente bien’: “….estos niños son fuertes, no son como nuestros hijos, estas wawas aguantan todo…”

Este triste comentario pretende justificar la insolidaridad y calmar las conciencias.

Lo que las señoras y señores ‘bien’ no saben o no quieren saber es que esos niños que ellos llaman fuertes se mueren. Igual, los niños fuertes del Tipnis se mueren.

La tasa de mortandad infantil en el Tipnis es la más alta del país.

El Tipnis por fuera

Los grandes medios de comunicación y las ONG pretenden arrogarse la representación de los corregidores del Tipnis. Si de ellos dependiera “los vivientes” del parque continuarían en la edad de piedra.

Los ambientalistas creen que la selva del Tipnis es un gran supermercado, sin embargo, la realidad de los pobladores del Tipnis es tan arrasadoramente cruel que pareciera imposible que sea cierto; pero lo es.

En medio de la exuberante belleza de los ríos y bosques del Tipnis están escondidas 15 mil personas que los naturalistas no quieren ver.

Los corregidores del Tipnis son niños

Por eso, el viernes 27 de abril, a  las cuatro de la tarde, una marcha que dice representar los intereses de las comunidades del Tipnis, compuesta exclusivamente por ONG, partidos políticos y dirigentes cuestionados, sin un solo corregidor del Tipnis, avanza hacia La Paz.

Al final en una sola cosa tienen razón los grandes medios, sí hubo genocidio en el Tipnis durante doscientos años, el olvido premeditado de todos los gobiernos masacró sistemáticamente a niños, mujeres y ancianos del Tipnis. 

De cada cien niños que nacen en el Tipnis, 60 mueren, a vista y paciencia de periodistas, iglesias y ONG, a quienes les parece más importante desgastar al Gobierno, que el bosque y las personas que habitan el Tipnis.

“…por favor, ya no nos defiendan…”

Una semana antes de llegar la primera marcha del Tipnis a la ciudad de La Paz, el diputado Eleuterio Guzmán les dijo a los medios de comunicación y a las ONG: “Por favor, ya no nos defiendan. Ustedes son buenos ambientalistas, pero muy malos humanistas, no tenemos luz, no tenemos escuelas, no tenemos hospitales, no tenemos nada, ya no nos defiendan”

Cada día, durante doscientos años, la república de Bolivia olvidó que en el Tipnis existían personas.

La consulta será una nueva oportunidad de reencuentro entre los pueblos que realmente viven en el Tipnis.

La consulta, derecho y conquista de las naciones y pueblos, rectificará nuestras diferencias y nos hará más hermanos.


DATOS

• 5 mil personas, cercadas por doce mil kilómetros cuadrados de ciénagas y pantanos inaccesibles.

• De cada cien niños que nacen vivos en el Tipnis, sesenta mueren de paludismo, dengue, malaria o tuberculosis. Los que sobrevivan a la peste, morirán de alguna picadura de víbora.

• De cada cien niños que entran a la escuela, ninguno sale bachiller.

• Estos datos escalofriantes de marginación extrema no conmueven a los grandes medios ni a las ONG, que creen ver en el encarcelamiento de 15 mil almas el Paraíso terrenal.

• Cada día, durante doscientos años, la República de Bolivia olvidó que en el Tipnis existían personas.


http://www.cambio.bo

No hay comentarios:

Publicar un comentario