11-10-17
Int. No. 397.
INTERPRETACIONES DIVERGENTES EN EL CAMPO
ANTIIMPERIALISTA
Segunda Parte.
Según este un mapa, extraído de un
Powerpoint que Thomas P. M. Barnett presentó en 2003 durante una conferencia
impartida en el Pentágono, los Estados de todos los países incluidos en la zona
rosada deben ser destruidos. Ese proyecto no tiene nada que ver con la lucha de
clases en el plano nacional, ni con la explotación de los recursos naturales.
Después de destruir el Medio Oriente ampliado, los estrategas estadounidenses
se preparan para acabar con los Estados en los países del noroeste de
Latinoamérica.
Desde el siglo XVII y la guerra
civil británica, Occidente se desarrolló temiendo siempre el surgimiento del
caos. Thomas Hobbes enseñó a los pueblos de Occidente a someterse a la «razón
de Estado» con tal de evitar el tormento que sería el caos. La noción de caos
volvió a aparecer con Leo Strauss, después de la Segunda Guerra Mundial. Ese
filósofo, que formó personalmente a numerosas personalidades del Pentágono,
pretendía establecer una nueva forma de poder sumiendo una parte del mundo en
el infierno.
La experiencia del yihadismo en el
Medio Oriente ampliado nos ha mostrado lo que es el caos.
Después de haber reaccionado ante
los acontecimientos de Deraa –en marzo y abril de 2011– como se esperaba que lo
hiciera, utilizando el ejército para enfrentar a los yihadistas de la mezquita
al-Omari, el presidente Assad fue el primero en entender lo que estaba
sucediendo. En vez de reforzar los poderes de los servicios de seguridad para
enfrentar la agresión exterior, Assad puso en manos del pueblo los medios
necesarios para defender el país.
Comenzó por levantar el estado de
emergencia, disolvió los tribunales de excepción, liberó las comunicaciones vía
internet y prohibió a las fuerzas armadas hacer uso de sus armas si con ello
ponían en peligro las vidas de personas inocentes.
Esas decisiones, que parecían ir
contra la lógica de los hechos, tuvieron importantes consecuencias. Por
ejemplo, al ser atacados en la región de Banias, los soldados de un convoy
militar, en vez de utilizar sus armas para defenderse, optaron por quedar
mutilados bajo las bombas de los atacantes, e incluso morir, antes que disparar
y correr el riesgo de herir a los pobladores que los veían dejarse masacrar sin
intervenir para evitarlo.
Como tantos otros en aquel momento,
yo mismo creí que Assad era un presidente débil con soldados demasiados leales
y que Siria iba a ser destruida. Pero, 6 años más tarde, Bachar al-Assad y las
fuerza armadas de la República Árabe Siria han ganado la apuesta. Al principio,
sus soldados lucharon solos contra la agresión externa. Pero poco a poco cada
ciudadano fue implicándose, cada uno desde su puesto, en la defensa del país. Y
los que no pudieron o no quisieron resistir, optaron por el exilio. Es cierto
que los sirios han sufrido mucho, pero Siria es el único país del mundo, desde
la guerra de Vietnam, que ha logrado resistir la agresión militar externa hasta
lograr que el imperialismo renunciara por cansancio.
En segundo lugar, ante la invasión
del país por un sinnúmero de yihadistas provenientes de todos los países y
poblaciones musulmanes, desde Marruecos hasta China, el presidente Assad
decidió renunciar a la defensa de una parte del territorio nacional con tal de
garantizar la posibilidad de salvar a su pueblo.
El Ejército Árabe Sirio se replegó
en la «Siria útil», o sea en las ciudades, dejando a los agresores el campo y
los desiertos. Mientras tanto el gobierno sirio velaba constantemente por el
abastecimiento en alimentos de todas las regiones que controlaba.
Contrariamente a lo que se cree en Occidente, el hambre ha afectado sólo las
zonas bajo control de los yihadistas y algunas ciudades que se han visto bajo
el asedio de esos elementos. Los «rebeldes extranjeros» –y esperamos que los
lectores nos disculpen por lo que puede parecer un oxímoron–, con abundante
abastecimiento garantizado por las asociaciones «humanitarias» occidentales,
utilizaron su propio control sobre la distribución de alimentos para someter
poblaciones enteras imponiéndoles un régimen de hambre.
El pueblo sirio comprobó por sí
mismo que era el Estado sirio, la República Árabe Siria, quien le garantizaba
alimentación y protección, no los yihadistas.
El tercer factor es que el
presidente Assad explicó, en un discurso que pronunció el 12 de diciembre de
2012, de qué manera esperaba restablecer la unidad política de Siria. Resaltó
específicamente la necesidad de redactar una nueva Constitución y de someterla
a la aprobación del pueblo por mayoría calificada, para realizar después una
elección democrática de la totalidad de los responsables de las instituciones,
incluyendo –por supuesto– al presidente.
En aquel momento, los occidentales
se burlaron de la decisión del presidente Assad de convocar a elecciones en
medio de la guerra. Hoy en día, todos los diplomáticos implicados en la
resolución del conflicto, incluyendo a los de la ONU, respaldan el plan Assad.
A pesar de que los comandos
yihadistas circulaban por todo el país, incluyendo la capital, y asesinaban a
los políticos hasta en sus casas y junto a sus familias, el presidente Assad
estimuló a los miembros de la oposición interna a hacer uso de la palabra.
Assad garantizó la seguridad del liberal Hassan el-Nouri y del marxista Maher
el-Hajjar para que aceptaran, al igual que él mismo, correr el riesgo de
presentarse como candidatos en la elección presidencial de junio de 2014. A
despecho del llamado al boicot que lanzaron la Hermandad Musulmana y los
gobiernos occidentales, y desafiando el terror yihadista, a pesar de que
millones de sirios habían salido del país, el 73,42% de los electores
respondieron al llamado de las urnas.
Por otro lado, desde el principio
mismo del conflicto, el presidente Assad creó un ministerio de Reconciliación
Nacional, algo nunca visto en un país en guerra. Confió ese ministerio al
presidente de un partido aliado, el PSNS, Alí Haidar, quien negoció y concluyó
más de un millar de acuerdos de amnistía a favor de ciudadanos que habían
tomado las armas contra la República, muchos de los cuales decidieron incluso
convertirse en miembros del Ejercitó Árabe Sirio.
A lo largo de esta guerra, y a
pesar de lo que afirman quienes lo acusan injustamente de haber generalizado la
tortura, el presidente Assad no ha recurrido nunca a medidas coercitivas en
contra de su propio pueblo. No ha instaurado ni siquiera un reclutamiento
masivo o un servicio militar obligatorio. Todo joven tiene siempre la
posibilidad de sustraerse a sus obligaciones militares y una serie de pasos
administrativos permite a cualquier varón evitar el servicio militar si no
desea defender su país con las armas en la mano. Sólo los exiliados que no han
realizado esos trámites pueden verse en situación irregular en relación con
esas leyes.
A lo largo de 6 años, el presidente
Assad ha recurrido constantemente al respaldo de su pueblo, otorgándole
responsabilidades, y ha hecho a la vez todo lo posible por alimentarlo y
protegerlo. Y ha corrido siempre el riesgo de dar antes de recibir. Así se ha
ganado la confianza de su pueblo y es por eso que hoy cuenta con su activo
respaldo.
Las élites sudamericanas se
equivocan al ver en la situación de hoy la simple continuación de la lucha de
las pasadas décadas por una distribución más justa de la riqueza. La lucha
principal ya no es entre la mayoría del pueblo y una pequeña clase de
privilegiados. La opción que se planteó a los pueblos del Gran Medio Oriente, y
a la que pronto tendrán que responder también los sudamericanos, no es otra que
defender la Patria o morir.
Los hechos así lo demuestran. El imperialismo
contemporáneo ya no tiene como prioridad apoderarse de los recursos naturales.
Hoy domina el mundo y lo saquea sin escrúpulos. Ahora apunta a aplastar a los
pueblos y destruir las sociedades de las regiones cuyos recursos ya explota hoy
en día.
En
esta nueva época de violencia, sólo la estrategia de Assad permite mantenerse
en pie y preservar la libertad.
Thierry
Meyssan
Publicado
por Causa Infinita en 19:39:00 No hay comentarios:
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