17-10-13
A 10 AÑOS DEL
GLORIOSO
OCTUBRE ROJO
17 DE OCTUBRE DE
2003
LA GRAN
INSURRECCION “DESARMADA” DE EL ALTO
Vivíamos los primeros años del siglo XXI y del Tercer
Milenio en el dominio casi absoluto de la Globalización Imperialista, del “fin
de la historia” y la vigencia omnímoda del “pensamiento único” a nivel mundial
y del neoliberalismo a nivel nacional. Parecía que la caída del Muro de Berlín
levantado estúpidamente por el revisionismo contemporáneo, ponía punto final a
la “utopía” del socialismo. Empero en América Latina y particularmente en
Bolivia, surgían con una fuerza inusitada, poderosos movimientos sociales y
populares, así como un ascenso vertiginoso de las naciones originarias que
revertían de un modo radical la situación política general.
Coincidiendo
con el año inaugural del 2000 y del Tercer Milenio, en nuestro país aparecían
los pobladores cochabambinos y los regantes vallunos con una insurrección
reivindicatoria de los derechos sobre el agua, poniendo los inicios de la gran
marcha de los pueblos de Bolivia por su verdadera independencia. A fines del
mismo año, los valerosos y siempre rebeldes achacacheños ponían en jaque al
gobierno neoliberal con el gigantesco bloqueo de caminos que alfombra las
carreteras de todo el altiplano, de las riberas del lago Titicaca y del norte
paceños en reivindicación del derecho a la tierra y contra la ley INRA del
gobierno oligárquico de Sánchez Lozada.
Desde
fines del año 2002 y durante todo el 2003, hasta el glorioso octubre, la ciudad
de El Alto se convirtió en la trinchera inexpugnable de la más grande
insurrección de pobladores, campesinos y originarios de todo el departamento
paceño, en lucha definitiva por poner fin al gobierno genocida y vende-patria
del gonismo.
Para
nadie ya era un secreto que el Gobierno genocida de Sánchez Lozada estaba
viviendo sus últimos momentos cuando nacía el mes de octubre 2003. Era
prácticamente un Gobierno moribundo que antes de caer pensaba ocasionar todo el
daño posible al movimiento popular y principalmente al movimiento campesino,
comunitario y al pueblo alteño que había sentido directamente las consecuencias
de una política económica francamente criminal y genocida.
Las
últimas semanas se caracterizaron por enfrentamientos diarios cada día más
violentos y radicales en la medida que las acciones antigubernamentales se
radicalizaban al tiempo que el régimen no se daba por enterado de la gravedad
de la situación. En efecto, solamente una clase política miope o ciega podía
ignorar o pasar por alto la enorme insatisfacción, el rencor y el encono que
demostraban los sectores oprimidos de la población boliviana, sobre todo en la
zona occidental y particularmente en la ciudad de El Alto.
Por otra
parte, y esto puede ser fundamental, poco a poco se ha ido interiorizando en el
pueblo el criterio de que la causa profunda de la crisis galopante era
responsabilidad de un gobierno satisfecho y de una clase dominante insensible.
De este modo se fueron acumulando las fuerzas opositoras y las fuerzas sociales
en el sentido de fortalecer algunas instituciones, incluso tradicionales, pero
que podían, en aquellas condiciones, servir para la unidad de todo el
movimiento. Es así que la Central Obrera Boliviana que por muchos años había
sido totalmente mediatizada y relegada al olvido por la corrupción y la
vendimia de sus dirigentes al Gobierno de turno, consiguió retomar el camino
correcto de la defensa de los intereses supremos del proletariado y las clases
oprimidas.
La
reunión-huelga de Radio San Gabriel
juega un papel importante porque allí estuvieron reunidos todos los dirigentes
campesinos del departamento paceño y de extracción aimara. Se levantó en
realidad, una dirección colectiva aimara, lejos ya del caudillismo de
determinados líderes. Ocurre pues un vuelco sensacional en la conducción del
conflicto. El movimiento aimara ha ideado, en base a sus experiencias propias,
resoluciones comunitarias locales, una metodología propia nueva que consiste en
tomar decisiones por amplio consenso, pero también sobre la marcha, pues se
encuentran reunidos y no tiene necesidad de comunicaciones a la distancia que
diluyen cualquier acuerdo.
Se trata
pues de un Consejo Revolucionario Aimara que sesiona permanentemente y toma
resoluciones inmediatas. Hasta entonces el Consejo se había negado a «dialogar»
con el Gobierno porque sabía que una dispersión del conflicto y una disolución
de la reunión puede conducir a la derrota, teniendo en cuenta que los
«acuerdos» con el Gobierno pueden ser papeles mojados en el futuro e incumplirse
inmediatamente.
Los
movimientos más importantes de esa lucha histórica fueron indudablemente
aquellas “fuerzas vivas” alteñas constituidas por la Central Obrera Regional (COR), la Federación de Juntas Vecinales (FEJUVE), y la Federación de Gremiales que,
lamentablemente tenían como sus “dirigentes” a tres elementos descalificados,
traidores, oportunistas y vendidos de cuerpo y alma
al neoliberalismo que, a espaldas de la población sublevada, mantenían
contactos con el Gobierno para hacer abortar la resistencia. Estos sujetos que después pretenderían lauros que no les
correspondían de modo alguno, fueron notablemente Mauricio Cori de la FEJUVE, Juan
Meléndrez de la COR, Braulio Rocha
de los gremiales, Franklin Lavayen
de los padres de familia y un sujeto de nombre Juan Escobar que fue el principal satinador y provocador contra la
UPEA y su autonomía.
Junto
a aquellas fuerzas vivas pero que tenían una dirigencia traidora, figuraba la Universidad Pública de El Alto (UPEA)
que pugnaba ardorosamente por su Autonomía Universitaria, negada
arbitrariamente por los gobiernos neoliberales de Bánzer, Tuto Quiroga, Goni Sánchez y sus ministros operadores como
Tito Hoz de Vila y Hugo Carvajal Donoso. La UPEA y sus valerosos jóvenes
constituyeron la vanguardia de las luchas callejeras contra la arremetida
criminal del Gobierno.
El
año 2003 ya fue señalado por nuestro partido revolucionario, con toda razón,
como el año de la Madre de las Batallas y así fue efectivamente.
Las
últimas semanas, antes del derrumbe se habían caracterizado por un
enfrentamiento cada día más violento y radical en la medida que la política
represiva gobiernista se radicalizaba al tiempo que la resistencia crecía,
mientras el régimen no se daba por enterado de la gravedad de la situación. En
efecto, solamente una clase política miope o ciega podía ignorar y pasar por
alto la enorme insatisfacción, el rencor y el encono que demostraban los
sectores oprimidos de la población boliviana, sobre todo en la zona occidental
y particularmente en la ciudad de El Alto.
De este
modo se fueron acumulando las fuerzas opositoras y las fuerzas sociales en el
sentido de fortalecer algunas instituciones, incluso tradicionales, pero que
pueden, en las actuales condiciones, servir para la unidad de todo el
movimiento. Es así que la Central Obrera Boliviana que por muchos años había
sido totalmente mediatizada y relegada al olvido por la corrupción y la
vendimia de sus dirigentes al Gobierno de turno, consiguió retomar el camino
correcto de la defensa de los intereses supremos del proletariado y las clases
oprimidas, al margen incluso de sus
dirigentes de posición dudosa.
El
movimiento campesino, comunitario, cocalero y nacionalitario, después de los
errores del año 2000 cuando perdió una inmejorable situación, se repone y
vuelve a jugar papel protagónico en la coyuntura presente. A continuación y a
la cabeza del campesinado comunitario de la Provincia Omasuyus y su capital
Achacachi, los comunarios se desplazan a la ciudad de El Alto y en las
instalaciones de Radio San Gabriel, inician una huelga de hambre subversiva que
exige cambios drásticos en la política del Gobierno, así como la no venta de
gas a Chile y otras reivindicaciones nacionales. El movimiento tiene sus causas
inmediatas en la infame y despiadada masacre de Warisata, donde la población campesina
inerme es masacrada por el Ejército provocando víctimas fatales y heridos en
grandes cantidades. Por ello el movimiento comunario comienza a crecer y el
bloqueo nacional de caminos, inicialmente restringido a la zona norte del
Altiplano, se va extendiendo a otras regiones como Yungas y los valles de Río
Abajo.
A esta
altura de los acontecimientos, entra en escena la población alteña, el pueblo alteño
también de origen preponderantemente aimara. La prolongación del conflicto y la
dictación de un Paro Cívico general de la ciudad, constituyen la mecha que
enciende la pradera que se encuentra completamente seca. Ya no solamente se
trata de paralizar la ciudad, se trata de conseguir la caída del gobierno, la
renuncia de Sánchez que responde como es su costumbre, con la masacre.
El 12 de
octubre, los combates callejeros se han convertido en una verdadera guerra
popular. Las wiphalas (banderas del amanecer) con un crespón negro en homenaje
a los caídos del 12 y del 13, inundan la ciudad. Las víctimas ya no pueden ser
ocultadas ni las causas escamoteadas: en una palabra, el Ejército está
utilizando armas de guerra y los heridos y muertos suman decenas. Una nueva
masacre esta vez resistida heroicamente por los pobladores alteños se realiza
ante nuestros ojos.
La
dirección política del movimiento ha desaparecido y todo se mueve
espontáneamente, no parece que pueda existir un cambio en ese sentido. Los pedidos
de diálogo no tienen respaldo porque nadie puede garantizar un acatamiento al
alto al fuego por parte de la población sublevada.
El
bloqueo de las cisternas de gasolina que pretendían atender las necesidades de
la ciudad de La Paz, ha ocasionado la furia de las autoridades que han ordenado
que el Ejército abra camino desde el Alto aún a costa de disparar directamente
contra los bloqueadores. Las ametralladoras de los tanques y tanquetas
disparaban a mansalva contra los manifestantes que se protegen en los muros y
las piedras de la Ceja alteña.
La
importante participación en la lucha anti-neoliberal de la juventud alteña y su
heroica Universidad (UPEA), es algo que no debe soslayarse ni mucho menos
ignorarse. Fueron efectivamente los estudiantes, docentes, trabajadores
administrativos y autoridades universitarias que haciendo de sus instalaciones
verdaderas barricadas, comandaron las acciones antigubernamentales, con palos,
piedras y petardos con los que arremetían contra el Ejército movilizado y en son
de guerra. Todos estos jóvenes fueron partícipes activos a la cabeza de las
Juntas Vecinales y ejercían liderazgo en las mismas por su propia preparación y
disposición al desigual combate. La UPEA y sus autoridades a la cabeza del c. Jorge, que luchaban desde el año
2000 por su autonomía negada tozudamente por los gobiernos neoliberales de Tuto
Quiroga con su ministro Hoz de Vila y por Gonzalo Sánchez Lozada y sus
ministros Maidana y Hugo Carvajal Donoso, juegan un papel importante en la
resistencia que se convierte en contra-ofensiva victoriosa.
Para la
mañana del 13 de octubre, se espera o la reanudación de los combates o una
tregua que permita un cierto tipo de diálogo.
De todas
maneras, aunque Sánchez Lozada hubiera podido imponer a sangre y fuego sus condiciones políticas para
permanecer en el poder, sus planes gasíferos estaban ya completamente destruidos,
así como todas sus medidas inmediatas que no podrán ser ya implementadas de
manera alguna. El movimiento aún con grandes pérdidas humanas, ya había
conseguido triunfos morales muy importantes:
el gobierno no comprendió que no era un chiste aquello de que, para imponer
medidas impopulares, tendría que pasar «sobre
ríos de sangre......»
El valeroso levantamiento de octubre
tuvo su culminación el día 17, cuando una gigantesca manifestación militante y
aguerrida de más de 300 000 pobladores alteños, campesinos aimaras,
universitarios de la UPEA, obreros, estudiantes, clase media y profesionales, se
descuelga desde las alturas de la ciudad y las laderas paceñas que se pliegan
decididamente a la marcha incontenible, hasta la “hoyada”, armados únicamente
con palos y piedras en una de las visiones más estremecedoras que registra
nuestra historia por la decisión de lograr la derrota del gobierno genocida.
La inmensa movilización se
desarrolla ya no solamente como una marcha, sino como una ofensiva militar.
Aterrado el genocida, no obstante afirmar que no renunciaría, tiene que tomar
apresuradamente un helicóptero que lo recoge del Colegio Militar de Irpavi, para
llevarlo a la base militar del El Alto, abandonando el país vergonzosamente en medio de la furia y
la indignación de una enorme multitud congregada en el centro de la ciudad.
La singular batalla sin embargo dejó
casi un centenar de muertos y más de 500 heridos como consecuencia de las
agresiones militares a los ciudadanos desarmados que exigían la renuncia de
Sánchez, en primer lugar y además una Ley de Hidrocarburos que recupere la
soberanía del Estado, la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente, un
Juicio de Responsabilidades contra el delincuente mayor porque el genocida
ordenó al Ejecito y la Policía a usar armas de guerra, fusiles automáticos, ametralladoras,
tanques de guerra y helicópteros fletados a los Estados Unidos y finalmente
exigía una Autonomía para su Universidad Pública y fiscal.
¡La batalla de octubre-2003 fue ganada heroicamente por
el pueblo!
El 17 de octubre de 2003, es ya una fecha histórica, tal
vez más importante que aquel abril de Bolivia. El heroísmo de una ciudad y de
una nación como la aimara quedará gravado en la memoria de los pueblos de
Bolivia indeleblemente.
Para los revolucionarios, octubre-2003 es un OCTUBRE-ROJO, por el heroísmo y la sangre del pueblo
derramada a raudales, pero es un OCTUBRE-NEGRO para la reacción, la derecha y
el imperialismo, que comenzaron a perder el poder político en Bolivia.
Octubre-2003 constituye además y,
efectivamente, el punto de arranque y la fuente principal del proceso de cambio que vivimos y cuya
paternidad no puede ser atribuida a ningún partido político en particular y
menos aún al Movimiento Al Socialismo (MAS) que resultó ser el principal
usufructuario de las legendarias luchas y que en estos momentos está poniendo
en peligro la marcha del proceso con sus debilidades y defectos.
Trabajo corregido y aumentado en octubre de 2013.
PC-MLM
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