08-04-14
Documentos históricos
9 DE ABRIL DE 1952
Golpe de Estado e
Insurrección Popular
Una vez más, a 62
años de distancia, nos referimos a una
temática recurrente que tiene que ver con la historia de las luchas sociales de
nuestros pueblos bolivianos. Se trata de la interpretación histórico-política
de un acontecimiento tan importante como la insurrección popular del 9 de abril de 1952.
No es un secreto
para nadie que por la época, después del golpe que se autoinfirió el presidente
Mamerto Urriolagoitia entregando el
poder al Gral. Hugo Ballivián
comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas; se había difundido un malestar muy
grande por el desconocimiento de la victoria electoral conseguida por el MNR y
sus candidatos Paz Estensoro y Siles Zuazo en las elecciones del año de 1950.
El MNR venía
preparando, a marchas forzadas distintos proyectos de golpes de Estado que
repusieran la “legalidad” y restituyeran el gobierno a los vencedores legítimos
de la contienda electoral pasada. Efectivamente el Golpe, en el que tienen
mucha experiencia los militantes del MNR, se dibujaba con la participación del
Cuerpo Nacional de Carabineros y el Ministro de Gobierno de Ballivián, el
General Antonio Seleme.
Por otro lado, Oscar Unzaga de la Vega, Jefe de la
Falange Socialista Boliviana, igualmente, manipulaba la misma posibilidad con
la complicidad del Comandante del Ejército Humberto Torres Ortiz. Según la
versión muy creíble de Hugo Roberts
Barragán, se intentó un acuerdo entre ambas confabulaciones cuando una
delegación del MNR y Seleme, compuesta por Siles Zuazo y Edmundo Nogales se
presentó ante Unzaga de la Vega para convencerlo de aunar esfuerzos golpistas.
Unzaga pidió algunas horas para responder a la propuesta y en realidad para
consultar con su aliado el Gral. Torres Ortiz. Esta maniobra se habría
concretado ya en la mañana del 9 de Abril.
Como los
acontecimientos se precipitaron y la asonada golpista ya se encontraba en
funcionamiento, el acuerdo no se produjo y por el contrario, Torres Ortiz pasó
a la defensiva salió de su domicilio para no ser apresado y se dirigió a El
Alto a concentrar sus unidades militares y se preparó para aplastar el golpe
con las Fuerzas Armadas.
El golpe mismo se
anunció a las 6 de la mañana del el 9 de abril. Los principales centros
administrativos y el Palacio de Gobierno fueron rápidamente tomados por los
golpistas del MNR y Carabineros. Todo parecía tranquilo y el golpe parecía
consumado.
Sin embargo, desde
El Alto, el Gral. Humberto Torres Ortiz,
anunciaba su rechazo al golpe y movilizaba sus efectivos para sofocar el Golpe
y restaurara el “orden”. Inmediatamente y en forma agresiva, comenzó a dislocar
sus unidades dirigiéndose al centro de la ciudad de la Paz.
Aterrados los
movimientistas y carabineros, tomaron inmediatamente las de Villa Diego. Seleme
se introdujo atropelladamente en la embajada de Chile, Siles Zuazo, el líder
del MNR se cobijó en la casa de su amigo el Dr. Fulvio Ballón Viscarra en la zona del Montículo de Sopocachi.
El Golpe había fracasado y los golpistas se ponían a salvo en distintos
escondites.
Así transcurriría
la tarde del 9 de abril y parte del día 10. Empero la situación de indefinición
no podía mantenerse. Poco a poco comenzaron a aparecer grupos populares que se
dirigían a los centros policiales, a los cuarteles y a los arsenales y
polvorines. En forma completamente espontánea se fue estructurando un poderoso
movimiento de carácter insurreccional que crecía con el paso de las horas. El
día 11 de abril en la mañana ya eran enormes los contingentes de combatientes
populares de todo tipo que asaltaban los recintos del poder político.
La batalla fue
encarnizada pues las fuerzas militares de Torres Ortiz, recibieron el refuerzo
de los cadetes del Colegio Militar de Ejército que salieron a defender al Gobierno
ya depuesto, pero decididos a impedir la aniquilación y la derrota de los
militares.
La batalla fue
sangrienta y enconada, ninguno de los bandos pedía ni daba cuartel y las bajas
de muertos y heridos se acumulaban en grandes cantidades. No se tienen datos
precisos de las bajas que se dieron en esta batalla que cambio, en gran parte,
la historia de Bolivia.
Al anochecer del
día 9 reina una confusión completa y según todas las fuentes consultadas, el
ejército parece llevar la mejor parte pues ha completado su concentración y
tiene que combatir con reducidos grupos de insurgentes y dos regimientos de
carabineros; el pueblo, en realidad, no ha participado todavía activamente en
la contienda.
Mientras tanto,
Seleme, el general de la traición, casi como todos los generales, ante el
fracaso de la conspiración como tal, huye precipitadamente y se asila en una
embajada. En verdad, con la huida de Seleme termina la fase tradicional y
golpista de abril y se abre la nueva, la fase revolucionaria con nuevos protagonistas
y metodología completamente distinta. Sin embargo, no es sólo Seleme quién se
retira aterrado por el fracaso de la conjura. Siles Zuazo y el comando
movimientista se reúnen apresuradamente y según la versión del militante
movimientista Valdivia Altamirano, plantean la necesidad de lograr un
compromiso con las fuerzas “leales” del Gral. Torres Ortiz. El plan de Siles se
podía resumir en un punto: la organización de un gobierno mixto formado por el
ejército y el MNR. Torres Ortiz contestó que: «no estaba dispuesto a tratar
con subversivos mientras éstos no depusieran las armas y que si no lo hacían a
las 6 de la mañana del día 10, la ciudad sería bombardeada de El Alto y
arrasada sin contemplaciones» (1).
Pero, al margen de
los planes de los conjurados que ya se habían agotado y de los “leales” que
parecían tener ganada la partida, surge como un gigante el día 10 en la mañana
el pueblo combatiente que durante todo el día 9 había ido preparándose
anímicamente y por fin encontraba la coyuntura precisa para implementar el
movimiento de todas sus capacidades y fortalezas.
Sin darse la menor
cuenta, el MNR había jugado el papel del detonante. Sin quererlo y sin
buscarlo, la conspiración y la respuesta lenta y mecánica del ejército habían
tocado precisamente el punto neurálgico de la inspiración revolucionaria de
nuestro pueblo. La vacilación de los contendientes y la confusión generalizada
posibilitó la emergencia del factor PUEBLO con una claridad que es
imposible ignorarlo.
A partir de
entonces, las horas de la media mañana del día 10, cambió radicalmente toda la
situación y la subversión tradicional civil-militar da paso a la obra más
destacada y significativa de los pueblos cuando han alcanzado el máximo nivel
de su lucha: la guerra del pueblo.
Inmensas marejadas
humanas emergieron de la milenaria opresión de un pueblo que jamás dejó de
combatir. Masas de pueblo combatiente se echan a las calles para aplastar a un
ejército de enanos. Las armas, a estas alturas de la lucha, no importan, es
igual tener una ametralladora o un cuchillo, una piedra o una granada, un palo
o un tanque. Aquí sólo tiene importancia el hombre, los hombres y las mujeres y
los niños y los ancianos.
« Los grupos de combatientes que
amenazaban un peñón ocupado por los soldados del regimiento "Lanza",
sonrieron. Comprendían que la derrota de los enemigos estaba más cerca que
nunca del peñón. Sonaron dos disparos de revolver como dos notas
desacompasadas, sueltas, de la melodía que se ejecutaba. El aire recibió los
estampidos y los delató largamente Los combatientes
se miraron.....
Y la gente,
armada de piedras y palos, se lanzó al asalto encabezada por dos obreros que
empuñaban unos rifles viejos que, ayer en la tarde, habían recibido en la
secretaría de la Federación de Trabajadores
Fabriles.
Los atacantes
subieron profiriendo gritos y lanzando piedras. Los dos obreros fueron los
primeros en llegar y ser divisados por los sorprendidos conscriptos.
¡Los civiles!,
gritaran y echaron a correr despavoridos, abandonando sus armas.
El primero en
huir fue el capitán Oscar Lavaren, que estaba al mando del grupo de soldados.
Tomaron el bastión que dominaba algunas importantes calles de Miraflores. Los
dos fusileros no se detuvieron: siguieron en persecución de los conscriptos y
del capitán, lanzando tiros al aire. Algunos soldados que por el cansancio no
pudieron escapar, se entregaron llorando y temblando. Los rostros estaban
desencajados por el hambre, el miedo y la fatiga. Llegaron más grupos de combatientes.
Al llegar al
puesto estratégico que ocupaban los soldados del “Lanza”, casi un hoyo en plena
ceja, hallaron un mortero, una ametralladora, tres fusiles y bastante munición.
Y también encontraron a un soldado agonizante. Se acercaron a socorrerlo.
¡Agua!, pidió el
soldado.
Las mujeres,
presurosas, al instante trajeron bastante agua. El conscripto estaba herido en
el pecho. Le hicieron sentar y desabotonáronle la blusa.
Se había
desangrado mucho.
¡Aguita!, volvió
a pedir. Le dieron de beber. Notablemente recuperó por un instante. Habló con
dificultad:
El capitán... mi
capitán me ha baleado porque queríamos darnos la vuelta. Yo soy mecánico,
obrero soy de Potosí.
Y la muerte ya
estaba encima. Una mujer del pueblo lloraba...» (2)
En apoyo de la
vigorosa insurrección popular que se desarrollaba en La Paz al medio día del
10, contingentes de trabajadores mineros de los centros aledaños comenzaron a
llegar a la ciudad armados sobre todo de dinamitas. He aquí un relato dramático
en tomo a la movilización de los mineros:
«A eso de las
diez, los motores de los cuatro “Inter” roncaban en las laderas de Chacaltaya,
llevando ciento treinta mineros con los bolsillos repletos de explosivos...
A media mañana
se acercaban a El Alto. Pararon. El jefe del sindicato los reunió: “A ver
cuarenta. A este lao” -- Se apartaron
cuarenta mineros de miradas torvas. – “Ustedes van a ir a tomar el base aireo”
– “Otros cuarenta.. ¡Ya! Ya' PS. Ustedes vayan más aquí del Alto de Lima, toman
el camino”—“El resto, conmigo, a la garita del Alto” Y a todos: --“Yo voy a terar
el denameta. Esa es el señal”.
El Hermógenes
iba detrás del jefe, a gatas, como todos, saltando, como lagartijas, entre las
matas de pajas amarillas. Ya se acercan.. El Jefe se yergue de repente, muerde
la cápsula metálica, prende la mecha y, con un grito salvaje, la arroja: “Aura, carajo”
Un oscuro
ancestro despierta gritos raros y feroces en los broncos pechos. Estallan las
dinamitas esparciendo filudos cantos de piedras deshechas. Vuelan brazos,
cabezas, pedazos de muros y techos. Se trizan y retuercen armas y hierros..
-- “Los mineros,
se derrama el grito entre los combatientes. Se les humedecen las pupilas de emoción a los “fabriles” que se batían entre los
eucaliptos de Munaypata y Pura-Pura: lloraban los carabineros y civiles que
habían tomado, perdido, retomado y vuelto a perder el cerrito de
Callampaya; gritaban y sacudían sus armas los civiles que desde el amanecer
detuvieron el avance del “Sucre” y el “Perez”, por el lado de Tembladerani.
Ahora, en un
empeño heroico, los revolucionarios obligan al enemigo a replegarse. Aquí, un
civil se queda “ahí mismito”!, junto a un pedregal: en su camisa florecen tres
“kantutas” cárdenas. Allá otro corre loco, en ansia hazañosa, para, a poco,
caer en un cañadón, quebrándose sobre sí mismo como una airosa “sehuenca” que
tronchara el viento. Los revolucionarios trepan los cerros hacia El Alto.
Lentamente, en heroica lucha, suben los difíciles taludes de la Historia.
“Los mineros”
--, cunde al pánico entre los enemigos.
Los mineros
toman la Base Aérea. El “Bolívar” abandona sus piezas y se entrega. Grupos de
infantes del “Perez” y del “Sucre” desfilan con los brazos en alto. Se rinde la
Escuela Técnica de Viacha y el “Abaroa”.
Nuevos grupos
civiles se arman con las armas capturadas y, mientras unos conducen a los
“rendidos” al Penal de San Pedro, otros corren a reforzar las líneas ya débiles
de los defensores de Killi-Kilii; Miraflores, Laikakota, Sopocachi y el Parque
Forestal.
Por el
Orkohahuira, la avenida Arce, el cauce del Choqueyapu y el Parque Forestal, el “Lanza”, el colegio Militar y el Batallón de Ingenieros, habían
ganado ese jueves media ciudad, en avance sangriento cubierto permanentemente
por un inhumano bombardeo de la ciudad con morteros y piezas 75. En Miraflores,
deshicieron ventanales, hundieron techos, voltearon muros; barrieron hasta el
último defensor de las barricadas que los civiles les opusieron en cada
esquina. Sus impactos tremendos llegaron hasta cerca de la Universidad, por la
avenida Arce. Dejaron tendales de muertos entre catedrales de arcilla azulosa
del Parque Forestal.
Pero ya llegan
los del pueblo, ¡Jim auqui,! ¡Sonale, tatay! ¡Aura, carajo! Es el principio del
fin.. » (3).
La participación
popular alcanza al atardecer del día 10 proporciones enormes. Es imposible
derrotar semejantes masas humanas que enardecidas luchan frenéticamente por un
objetivo que se va dibujando cada vez con mayor precisión: el poder político.
La fuerza incontenible de las masas populares convierte súbitamente a la lucha
en invencible: los propios conspiradores que en los momentos de dubitación
querían tomar el camino de la huida, no podían comprender el carácter del
cambio profundo que se había operado en la esencia misma de los
acontecimientos. El resultado final se conoce: regimiento tras regimiento se rinde
a las fuerzas populares que ocupan y
asaltan todo.
Ahora bien, sabemos
que una a una fueron destruidas por el pueblo combatiente las unidades
militares del ejército oligárquico del estaño. Una a una deponen las armas y se
rinden ante el pueblo triunfador. Por último, la unidad de élite de la época,
el Colegio Militar, después de enconada resistencia, tuvo que abandonar las
armas y rendirse a su vez decretándose inmediatamente y en los hechos la
disolución práctica del "Ejército del Estaño".
Desde el punto de
vista concreto, es decir en las circunstancias especificas del 9 de abril de
1952, se cumplieron rigurosamente todas estas presunciones teóricas. El
instrumento represivo/ejército, salió al combate, asesinando sistemáticamente a
todos los que se oponían a su marcha directa hacia los centros neurálgicos
capturados por los golpistas al mando del Gral. Se1eme y de no mediar la
intervención del pueblo insurreccionado, es seguro que el Gral. Torres Ortiz
habría ahogado en sangre el intento golpista.
En abril de 1983,
el líder minero y ex-dirigente movimientista Juan Lechín Oquendo, hizo algunas declaraciones que revelan
detalles de los acontecimientos del 9 de abril de 1952, las mismas que, en
general, vienen a corroborar nuestra línea de razonamiento en la dilucidación
de un hecho tan importante en la vida nacional y que actualmente pretende ser
transformado en uno más de los tradicionales golpes de estado periódicos en la
historia nacional.
Lechín sostiene que
Hernán Siles Zuazo, no fue el conductor de la insurrección nacional del 9 de
abril de 1952 y que, además, el MNR no dirigió ni orientó ese proceso. El líder
minero explicaba que en abril de 1952, se produjo un simple golpe de Estado de
las Fuerzas Armadas, encabezado por el Gral. Seleme comprometido con el MNR.
Según Lechín, la
actuación de Siles se redujo a una fugaz visita a la Plaza Murillo, donde
encaramado en un taxi, dijo:
"Volveremos,
venceremos y perdonaremos".
Luego hizo la
"V" de la victoria, lanzó vivas al MNR y después desapareció.
Las declaraciones
de Juan Lechín, levantaron una gran polvareda sobre todo entre los defensores
de la historiografía movimientista que creían haber sentado definitivamente,
para la Historia, la versión elaborada por ellos en beneficio del Partido.
Se sostiene, pues,
que Lechín, a la hora nona, intenta "cambiar" la historia moderna en
tomo a la victoria popular de abril y que por tanto, debe rechazarse de plano
tal pretensión. Es cierto que los criterios de Lechín son muy fragmentarios y
tienen el defecto de abordar el asunto desde el mezquino punto de vista de su
enemistad personal con Siles Zuazo. No obstante esas limitaciones graves,
Lechín dice y sostiene una verdad muy importante: el MNR no dirigió, ni orientó
el proceso insurreccional, porque sencillamente toda la dirigencia emenerrista
puso los pies en polvorosa cuando comprendió que el golpe militar había
fracasado. La afirmación de Lechín echa por tierra todas las frondosas
construcciones literario-políticas de la historiografía nacionalista, como
"dueña" del 9 de abril.
La Historia, para
conocimiento de los movimientistas de derecha, “izquierda” o centro, no es un
relato parcial y personal dado de una vez y para siempre por un historiador o
un grupo de historiadores. La historia verdadera es la socio-historia que
significa análisis e interpretación profunda del sentido de los acontecimientos
de acuerdo al comportamiento tendencial y sostenido de las clases sociales en
su pugna contradictoria. La historia moderna de BOLIVIA tiene que elaborarse de
nuevo y entonces tendremos la necesidad de contar con todas las
"historias" particulares que existen en torno al 9 de abril.
Se deberá ordenar
esos detalles, esos datos teniendo en cuenta su procedencia de clase y
finalmente, elevándonos al nivel del materialismo histórico, HACER la historia
del 9 de abril con carácter científico, de lo contrario, seguiremos escuchando
fragmentarios relatos de lo más anecdóticos alabando o denigrando conductas
particulares.
El 9 de abril es pues un acontecimiento muy por encima de
sus propios actores con una sola excepción: el pueblo combatiente, que fue el
héroe verdadero, el único participe consciente y que al margen de los que
quieren cosechar lauros inmerecidos, acumule experiencia y resume su vivencia
insurreccional para perfeccionar el método seguro que le dará la victoria
definitiva.
Notas.
Valdivia Altamirano, Juan. “La
revolución del 9 de abril de 1952”. La Nación. 9 de abril de 1952.
(1)
Taboada
Terán, Néstor. “La aurora del
anhelo victorioso”. Antología de la
revolución. La Paz. 1954. Pág. 73.
(2)
Soria G., Oscar. “Preces en el cerro. Antología
de cuentos de la revolución”. La Paz.
1945. Pág. 60. Cita de Liborio Justo
(Quebracho). “La revolución derrotada”. Ediciones Rojas Araujo.
Cochabamba-Bolivia. 1967.
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