«EL FRAUDE APOLO»
Capítulo 13 del Libro
«20 grandes conspiraciones de la
Historia».
Santiago Camacho.
¿Estuvimos
realmente en la Luna?
•
Según cifras de la propia NASA, un 11 % de los estadounidenses actuales
creen que el viaje a la Luna fue un elaborado fraude.
•
Cuando se trata de aportar pruebas, los defensores de la teoría del
fraude lunar no se achican en absoluto y sacan a relucir decenas de fotografías
oficialmente tomadas por los astronautas en la superficie lunar que, de ser
todo tal como se nos ha contado, no deberían contener cierto número de
interesantes anomalías que son objeto de sus sospechas.
•
Los teóricos de la conspiración nos cuentan una alucinante historia de
alunizajes falsos, fotografías retocadas, presuntas rocas lunares que jamás han
salido de la Tierra y astronautas programados psicológicamente para mantener
una impostura tan perfecta que ellos mismos se la creen.
•
Para ellos todo fue probablemente fruto de un desesperado intento de
evitar el ridículo y el revés propagandístico que hubiese supuesto admitir ante
la comunidad internacional la derrota estadounidense en la carrera espacial.
•
Los soviéticos tampoco tenían nada que reprochar en aquella época a sus
colegas norteamericanos respecto a fraudes espaciales, y mintieron en diversas
ocasiones sobre sus logros en esta materia.
La
llegada del hombre a la Luna es considerada por muchos, y no sin razón, uno de
los puntos culminantes de la historia humana. Por muchos, pero no por todos...
Más
de treinta años de polémica y suspicacias por parte de quienes dudan de que
esta hazaña haya tenido alguna vez lugar han empañado este acontecimiento
histórico. El 20 de Julio de 1969 Neil
Armstrong, ante la expectante mirada de millones de telespectadores, plantó
su pie izquierdo en la polvorienta superficie lunar convirtiéndose en el primer
ser humano que imprimía su huella sobre nuestro satélite. La televisión
mostraba el acontecimiento en directo mientras la humanidad en pleno contenía
la respiración. Nadie dudaba de que se trataba del comienzo de una nueva era.
El
astronauta inició el paseo alejándose del LEM, el voluminoso módulo lunar con
apariencia de insecto en el que había llegado hasta allí. Armstrong respiraba
dentro de su escafandra una atmósfera que contenía un 71 por ciento de oxígeno.
Caminaba muy rápido gracias a la escasa gravedad. La luz solar, sin ninguna
atmósfera que la atenuase, era muy fuerte y aportaba a la escena una
iluminación perfecta.
Después
de un breve paseo, Armstrong dedicó toda su atención a ayudar a salir a su
compañero Aldrin. Transcurren unos
minutos de tensa espera hasta que a la 23:15 el segundo astronauta sale del
módulo. Aldrin parece más ilusionado que su compañero con la ingravidez, deja
caer unas rocas, salta y juega casi como un niño alrededor del módulo mientras
Armstrong inspecciona el motor. En la Tierra, los telespectadores vuelven a
contener el aliento cuando se produce una serie de movimientos, desajustes y
desenfoques reiterados en la cámara de televisión que registra las evoluciones
de los astronautas. Afortunadamente, el problema se soluciona en poco tiempo y
la imagen vuelve a ser normal y nítida. Los astronautas están descubriendo una
placa conmemorativa que quedará para siempre en la base del LEM, sobre la
superficie lunar, como recuerdo perenne de la hazaña que podrá ser contemplada
por las futuras generaciones de viajeros espaciales. En el control de la NASA
ni siquiera la solemnidad de este momento hace que se relaje la guardia y se
toman continuas lecturas de los sistemas de soporte vital: Armstrong 65 por
ciento y Aldrin 74 por ciento. Todo va bien por el momento…
Hay
que reconocer que, contado así, resulta un relato bastante emocionante.
Hay
incluso quien piensa que es demasiado cinematográfico, demasiado perfecto para
ser real. Son los “apoloescépticos”. Autores polémicos como Bill Kaysing179 y Ralph Rene180, que afirman sin ningún rubor que los
desembarcos lunares de las misiones Apolo fueron un elaborado fraude181. Entre otros argumentos, sostienen que en la década del sesenta la NASA
no había adquirido aún un desarrollo tecnológico lo suficientemente elevado
como para permitir un alunizaje real. En cambio, lo que sí existía era una
perentoria necesidad de ganar a cualquier precio la carrera espacial, un
objetivo propagandístico vital en el marco de la Guerra Fría, por lo que
Armstrong pudo dar su “pequeño paso para un hombre” no a medio millón de
kilómetros de la Tierra, en las polvorientas llanuras del mar de la
Tranquilidad, sino en otras llanuras, no menos polvorientas, que se
encontrarían a apenas 150 kilómetros de los carteles luminosos de Las Vegas,
concretamente en unos estudios cinematográficos construidos en secreto en el
desierto de Nevada.
El presunto
fraude lunar es un elemento que ha terminado por calar en la cultura popular
norteamericana, e incluso ha sido recogido en guiones cinematográficos como los
de “Los diamantes son para siempre” (1971) y “Capricornio Uno” (1978)182.
No
nos encontramos ante una simple leyenda urbana ni sus defensores son los
típicos freaks de un programa televisivo nocturno, sino que se trata en la
mayor parte de los casos de personajes con una profunda formación técnica que
tienen argumentos de peso suficiente como para, al menos, abrir el resquicio de
una duda razonable. Escuchemos, por ejemplo, al ya citado Bill Kaysing: “Bien,
tengamos en cuenta que el motor del módulo lunar desarrollaba unos 5000 kilos
de empuje. Yo he visto muchos cohetes de estas características en acción y son
tan potentes que arrancan de cuajo las rocas que se encuentran en las
proximidades de donde actúan. Un motor con 5000 kilos de empuje debería haber
abierto un agujero en el suelo lunar y levantado una enorme nube de polvo.
Ninguna de estas cosas aparece en las fotografías y filmaciones presuntamente
tomadas en la Luna. La ausencia de cráter debajo del módulo lunar es la
evidencia más sólida que tenemos de que algo extraño sucede con esas
fotografías. Eso sin contar con la ausencia de estrellas en el cielo”.
Ya
en los años setenta se empezó a especular con que los graves inconvenientes
técnicos sufridos en la misión del Apolo I, que se incendió en la
cuenta……regresiva previa al despegue matando a sus tripulantes, habrían sido
imposibles de solucionar en tan corto plazo de tiempo (apenas dos años). Esta
casi milagrosa recuperación tecnológica, unida a ciertas incongruencias que
enumeraremos a continuación, hicieron que surgieran varias teorías con el
denominador común de afirmar que la NASA no ha contado toda la verdad en lo
tocante a la conquista de la Luna, entre ellas la del fraude total, según la
cual el hombre nunca pisó la superficie de nuestro satélite y la humanidad fue
engañada en lo que habría sido el mayor engaño de todos los tiempos, gracias al
cual Estados Unidos le ganaba la carrera espacial a la Unión Soviética y
mostraba al mundo su poderío. Aunque ésta es la teoría más extendida no es la
única. Bill Brian escribió en 1982 “Moongate”183, obra en la que se muestra de acuerdo respecto
a la existencia de “alguna clase de encubrimiento”. Piensa que sus colegas
pueden muy bien estar en lo cierto al decir que nunca fuimos a la Luna, pero
cree que hay una razón completamente diferente para muchas de las
inconsistencias que se han encontrado184. Quizá realmente se viajó hasta nuestro
satélite, pero Bria demuestra que la tecnología oficialmente empleada para ello
es demasiado primitiva. Su teoría es que alcanzamos la Luna con la ayuda de un
dispositivo antigravitatorio secreto que la NASA probablemente diseñara años
atrás a partir de tecnología desarrollada por los nazis durante la Segunda
Guerra Mundial. Podríamos pensar que tal afirmación es aventurada y propia de
una mente fantasiosa, pero se da la circunstancia de que Brian es máster en
ingeniería nuclear por la Universidad Estatal de Oregón (siendo un respetado
profesional de su ramo) y emplea en su libro sus capacidades matemáticas y
conceptuales para descubrirnos lo que teóricamente es el gran secreto de la
NASA, esto es: que la gravedad lunar es muy superior a lo que se afirma, lo
suficientemente intensa como para retener una tenue atmósfera después de todo.
Ha escrito varios apéndices a su obra sembrados de complejos cálculos
destinados a demostrar estos puntos. Pero no todo son números en su
investigación, sino que también hay un lugar para la intuición: “Las transcripciones de las comunicaciones
entre los astronautas y el control de la misión no corresponden a
conversaciones normales, sino que más bien parecen cuidadosamente escritas. Son
charlas que dejan al que las lee un extraño sabor en la boca, como si los
astronautas realmente no estuvieran donde dicen”.
Pero
¿por qué la NASA habría de embarcarse en un engaño de tamañas proporciones sólo
para ocultar al conocimiento público que la Luna tiene una gravedad mayor de lo
que se pensaba?: “Se trata de una serie
de elementos encadenados”, explica Brian. “No se puede revelar una parte de la información sin que quede al
descubierto todo el asunto. Si se descubriese la verdad sobre la Luna, la NASA
tendría que explicar la técnica de propulsión que los llevó hasta allí, además
de divulgar sus investigaciones en propulsiones alternativas, unas
investigaciones que ponen en riesgo el negocio de las grandes corporaciones
petrolíferas y cuyos resultados podrían conducir al derrumbe de la estructura
misma de nuestra economía mundial, sencillamente, la NASA no puede asumir ese
riesgo”185. Como vemos, las conclusiones varían
enormemente, pero todos estos heterodoxos se encuentran de acuerdo en un punto
fundamental: lo que se nos mostró aquella histórica jornada del verano de 1969
fue completamente falso. Veamos en qué se basan para hacer tan atrevida
afirmación.
Fotografía de un engaño
Cuando
se trata de aportar pruebas, los defensores de la teoría del fraude lunar no se
achican en absoluto y sacan a relucir decenas de fotografías oficialmente
tomadas por los astronautas en la superficie lunar que, de ser todo tal como se
nos ha contado, no deberían contener cierto número de interesantes anomalías
que son objeto de sus sospechas. David Percy, prestigioso fotógrafo británico
de la Royal Photographic Society, declaraba ante las cámaras de la Fox: “Nuestra investigación sugiere que las
imágenes de los alunizajes del Proyecto Apolo no constituyen un registro
verdadero y exacto. En nuestra opinión, las fotografías del Apolo fueron
falsificadas. Muchas de las imágenes están llenas de inconsistencias y
anomalías”186. Pero quizá la más curiosa de estas anomalías
es la que hace notar María Blyzinky, directora de astronomía del observatorio
de Greenwich (Londres). A falta de una atmósfera que entorpezca el paso de la
luz, en la Luna las estrellas deberían ser totalmente visibles y aparecer a la
vista con un brillo considerablemente mayor que en la Tierra. Pues bien, en las
imágenes tomadas por los astronautas el problema no es que se vean muchas...
sino pocas; en realidad, no se ve ninguna estrella. Resulta ciertamente notable
que, dadas las inmejorables condiciones de observación, la gran calidad de la cámara
Hasselblad con la que estaban equipados y la sensibilidad de la película
Ektachrome utilizada, a ninguno de los astronautas se le ocurriese hacer una
instantánea con un tiempo de exposición suficiente como para recoger ese
firmamento único. Como dice el propio Kaysing: “Tuvieron una oportunidad maravillosa de fotografiar el increíble
firmamento visible desde la Luna. He tenido ocasión de hablar con varios
astronautas y todos ellos me comentaron que los tripulantes de las misiones
lunares habrían podido disfrutar de la visión de millones de estrellas, por no
mencionar Júpiter, Saturno y otros planetas, pero ninguno de ellos trajo de
vuelta una mísera foto de ese impresionante firmamento que muestra las
estrellas en toda su magnificencia. Ni siquiera hacen antes, durante o después
de su viaje ni un comentario sobre tan presumiblemente sobrecogedor
espectáculo. Lo ignoran por completo. Es como ir a visitar las cataratas del
Niágara y hablarle a todo el mundo de la riquísima hamburguesa que nos sirvieron,
a la que, por cierto, hemos dedicado todas nuestras fotografías”.
Claro
que esta cuestión nos sirve para plantear una nueva pregunta. Si como según
parece el viaje a la Luna fue un fraude, ¿por qué no incluir las estrellas en
el decorado y dejar suelto un cabo de tal magnitud? Sencillamente, porque las
estrellas no son tan fáciles de falsificar como pudiera parecer a primera
vista. Miles de astrónomos, profesionales y aficionados se habrían lanzado
ávidamente sobre esas fotografías para analizarlas minuciosamente. Habrían
medido los ángulos entre las estrellas y la posición aparente de éstas en una
posición tan alejada de la Tierra. No había ninguna manera, incluso con la
ayuda de las computadoras más avanzadas de la época, de crear un firmamento
falso aceptable para los astrónomos. Así que muy probablemente los responsables
del fraude se decidieran por la solución más simple a este peliagudo problema:
prescindir completamente de las estrellas.
Aunque
estas tesis se basan principalmente en pruebas circunstanciales, Kaysing, su
principal defensor, compensa la falta de pruebas de cargo con un notable
entusiasmo. Kaysing es un tranquilo californiano de pelo cano, cuyo nivel de
energía parece milagrosamente intacto a pesar de sus 72 años. Trabajó como jefe
de publicaciones técnicas para la sección de investigación y desarrollo de
Rocketdyne en… …sus instalaciones del sur de California entre 1956 y 1963.
Rocketdyne era el contratista de los motores del Proyecto Apolo: “La NASA no podía ir a la Luna y ellos lo sabían”,
afirma Kaysing, que, defraudado por lo que pudo ver e intuir durante su
experiencia como contratista de la agencia espacial, decidió dedicar su vida a
esclarecer la verdad.
“Durante ese tiempo yo estaba habilitado por la
Comisión de Energía Atómica para acceder a información clasificada como alto
secreto. Esa calificación me permitió acceder a los secretos del desarrollo de
los proyectos Mercury, Gemini, Atlas y el futuro Apolo. Gracias a mi
experiencia como escritor técnico comprendí que había muchas cosas que la
industria aeroespacial y la NASA hubiesen querido hacer, pero que nunca
hicieron. Dicho de otra forma, no tuvieron tantos éxitos como pretendían. (...)
A finales de los años cincuenta, cuando yo estaba en Rocketdyne, hicieron un
estudio de viabilidad de un viaje con astronautas que aterrizaran en la Luna.
El resultado fue que las posibilidades de éxito eran de apenas un 0,0017 por
ciento. En otras palabras, era imposible. (...) Sin embargo, ambos -la NASA y
Rocketdyne- querían que el dinero siguiera fluyendo. He trabajado en la
industria aeroespacial el tiempo suficiente como para saber que ésa es su única
meta”187.
Sus
argumentos quedaron expuestos en un libro que, a falta de un editor que se
atreviese a publicarlo, fue editado por él mismo y ha tenido un inesperado
éxito, convirtiéndose en un verdadero clásico entre los aficionados
norteamericanos a la teoría de la conspiración. “Nunca fuimos a la Luna”, como se llama, es el trabajo de toda una
vida, en el que se recoge la multitud de documentos, testimonios y fotografías
que el autor ha recopilado pacientemente a lo largo de estos años durante los
que se ha dedicado a desentrañar lo que él denomina “el mayor fraude de la
Historia”: “Creo realmente que las
evidencias que expongo prueban, más allá de cualquier duda, que es imposible
que hayamos llegado a la Luna, al menos en la forma en que se nos ha contado”,
afirma sin inmutarse desde la modesta roulotte en la que vive, en la pequeña
localidad californiana de Soquel. Kaysing nos cuenta en el libro sus peripecias
a lo largo de estos años siguiendo incansable la pista de alunizajes falsos,
fotografías retocadas, presuntas rocas lunares que jamás han salido de la
Tierra y astronautas programados psicológicamente para mantener una impostura
tan perfecta que ellos mismos se la creen, por no hablar de cómo ciertos medios
de comunicación fueron partícipes y encubridores de todo ello, empezando por la
figura del gurú televisivo de la época, Walter Cronkite, el hombre que narró
para los estadounidenses el histórico momento. Todo un ejercicio de
extravagancia, aunque, bien mirado, ¿qué pruebas materiales existen de la presencia
del ser humano en la Luna? ¿Instrumentos que bien pudieron ser dejados allí por
aparatos no tripulados? ¿Unos trozos de roca que son de composición similar a
millones de ellas que pueden ser encontradas sin dificultad en la Tierra? ¿La
palabra de unos astronautas que, como militares que son, se deben al
cumplimiento de las órdenes que reciben y a la legislación sobre seguridad nacional?
¿Lo que vimos por televisión?
Conviene
no perder de vista que, por extravagante que nos parezca la actitud de este
autor, Kaysing plantea una serie de preguntas incómodas que tanto la NASA como
los astronautas que participaron en las misiones lunares eluden
sistemáticamente. Se han emitido toda clase de sofisticados razonamientos
técnicos para intentar explicar las anomalías denunciadas por Kaysing y otros,
pero las sutilezas se disuelven como un terrón de azúcar ante hechos tan
sencillos, pero con tanta fuerza, como que en las fotografías tomadas en la
Luna no aparezca, en ninguna de ellas, una sola estrella y eso es algo que, por
mucho que se intente justificar, hace que……el sentido común se quede con la
incómoda sensación de que en esta historia no todo encaja como debiera.
¿Por qué mentir?
Al
parecer, la agencia espacial se decidió a poner en marcha el elaborado fraude
cuando, tras años de fiascos tecnológicos y trabas burocráticas y
presupuestarias, la NASA se vio ante la desagradable perspectiva de admitir
finalmente que la promesa póstuma del mitificado presidente Kennedy iba a
quedar sin cumplir al resultar imposible poner a un hombre en la Luna antes de
finalizar la década de los sesenta188. Tal es la opinión de Ralph Rene, un hombre al
que su espíritu inquisitivo le ha permitido darse cuenta de algunos detalles
que pasaron inadvertidos para millones de telespectadores: “¿Cómo es posible que la bandera se mueva -se pregunta este ingeniero
norteamericano de 48 años- si no hay atmósfera ni viento en la Luna?”189.
Como
Kaysing, él también ha emprendido una suerte de cruzada espacial desde su Nueva
Jersey natal. En la soledad de su estudio ha analizado cuidadosamente cada una
de las misiones del Proyecto Apolo, cada película, fotografía e informe emitido
por la NASA y, con un creciente sentimiento de incredulidad, no ha tenido más
remedio que llegar a la misma conclusión que Kaysing: es imposible que Estados
Unidos pusiera a un hombre en la Luna.
Para
Rene, todo fue probablemente fruto de un desesperado intento de evitar el
ridículo y el revés propagandístico que hubiese supuesto admitir ante la
comunidad internacional la derrota estadounidense en la carrera espacial. La
NASA, actuando en estrecha colaboración con el mayor cuerpo de la inteligencia
militar estadounidense, la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA), habría
organizado una operación de alto secreto que, según Kaysing, fue denominada
Apollo Simulation Project (ASP). Las tomas falsas habrían sido rodadas en la
base Norton de la Fuerza Aérea, en San Bernardino (California): “Allí contaban con más y mejor equipo
técnico y humano que todos los estudios de Hollywood juntos”, explica
Kaysing, añadiendo que el hombre encargado de tan peculiar rodaje no fue otro que el
afamado director de cine Stanley Kubrick, cuya épica película de 1968, “2001: una odisea del espacio”, había
impresionado vivamente a los oficiales de la NASA hasta el punto de decidir
ponerlo al mando de la parte técnica de la operación: “Él tuvo acceso a todos los niveles del complot”, mantiene Kaysing.
Puede sonar descabellado, pero lo cierto es que el recientemente fallecido
Kubrick siempre rehusó contestar a cualquier pregunta que se le hiciera sobre
el tema, una actitud habitual en los implicados en este curioso asunto.
Lo
que sí se sabe es que era un hombre vivamente interesado por el mundo del
espionaje, las operaciones secretas y la teoría de la conspiración. Tanto, que
su obra póstuma, “Eyes wide shut”,
contiene múltiples alusiones -algunas alegóricas y otras bastante directas- al
poder de las sociedades secretas, así como a ciertos proyectos de la CIA para
manipular la mente de los ciudadanos, como los denominados MkUltra y Monarch190.
Pero
dejemos descansar en paz al pobre Kubrick -que por otra parte merecería un
capítulo en este libro- y volvamos a la presunta superproducción de la NASA.
Aparte de las filmaciones, la agencia espacial produjo abundante material
fotográfico de su supuesto alunizaje. Tras un meticuloso análisis de estas
imágenes, tanto Rene como Kaysing han llegado a la conclusión de que tampoco
han sido tomadas en la Luna.
Además
de las inconsistencias ya resaltadas por otros autores, la comparación de las
fotografías con las filmaciones realizadas en teoría los ha llevado a descubrir
simultáneamente la existencia de graves errores de continuidad entre unas y
otras, esto es, diferencias que indican claramente que no fueron tomadas en el
mismo momento como se ha pretendido hasta ahora. Mientras sostiene en las manos
las famosas fotografías de los paisajes “lunares”,
Kaysing explica lacónicamente: “Es
cierto. No hay estrellas -aquí hace una pausa que pretende cargar de dramatismo
su discurso- y añade: Estando en la Luna una mirada a los cielos debería ser
algo así como estar en la cima de una montaña una clara noche de verano, con
millones de estrellas brillando por doquier. Aquí no hay nada de eso”. A
esto se suman decenas de pequeñas incoherencias que presentan las imágenes
presuntamente tomadas en la Luna y que apuntan hacia una dirección común: el
fraude.
Claro
que los soviéticos tampoco tenían nada que reprochar en aquella época a sus
colegas norteamericanos respecto a fraudes espaciales. El Jueves 12 de Abril de
2001, festividad del cosmonauta en Rusia y aniversario de la fecha en que fue
enviado el primer hombre al espacio, el diario ruso Pravda sorprendía al mundo
con la revelación de que Yuri Gagarin no fue, después de todo, el primer hombre
en volar al espacio. En 1957, 1958 y 1959 tres pilotos soviéticos murieron en
varias tentativas por conquistar el espacio antes que los norteamericanos. La
guerra propagandística entre ambas superpotencias hizo inviable que los rusos
confesaran estos trágicos fracasos, y sus protagonistas quedaron para siempre en
el anonimato sin que se les reconociera siquiera su condición de héroes de la
Unión Soviética, como le sucedía a cualquier militar que fallecía en acto de
servicio.
Algo
muy similar ocurrió en el caso de la perrita Laika. Durante décadas, la
propaganda soviética vendió la historia de este animal, sacrificado como tantos
otros en los altares de la ciencia, orbitando alrededor de nuestro planeta
durante una semana y siendo fuente de valiosos datos que contribuirían a hacer
más seguras las expediciones tripuladas por humanos. Hoy sabemos que no fue
así. Laika falleció apenas siete horas después del despegue, sofocada por las
altas temperaturas de su habitáculo y víctima de un ataque al corazón provocado
por el pánico. Una muerte muy poco apropiada para el triunfalismo que requería
la propaganda de la Guerra Fría, por lo que la verdad fue sutilmente manipulada
y no se ha conocido hasta fechas muy recientes.
Vacaciones en Las Vegas
Pero
mientras los rusos daban sus primeros pasos en esto de las simulaciones espaciales,
los norteamericanos se empeñaban en mostrarle al mundo que cuando se trata de
producir un espectáculo no tienen rival. Así, las acusaciones de Kaysing
adquieren un tono definitivamente alucinante cuando describe lo que podríamos
denominar como fase de “posproducción”
del fraude lunar. Una vez elaborado el material gráfico destinado a engañar al
público, había que proceder a la escenificación de la misión Apolo propiamente
dicha. En lo que constituiría un truco de ilusionismo digno del mismísimo David
Copperfield. Un cohete sin tripulación habría sido enviado al espacio ante la
emocionada mirada de millones de ojos que, desde todo el planeta, siguieron el
despegue mientras los pretendidos “astronautas” eran llevados en avión al
complejo que el ASP tenía preparado a tal efecto en el desierto de Nevada, un
lugar donde pudieron disfrutar “de todos
los lujos concebibles, incluyendo la presencia de algunas de las más
voluptuosas bailarinas de striptease de Las Vegas, que ya habían colaborado en
otros asuntos con la inteligencia militar”191. De hecho, a juzgar por los datos que aporta
Kaysing en su libro, no sería en absoluto descartable que tal instalación se
encontrara en el gigantesco complejo militar de alto secreto conocido en clave
como Dreamland: la archifamosa Área 51.
Lo
cierto es que una vez presuntamente lanzados al espacio los astronautas
resultaba virtualmente imposible verificar la autenticidad de cualquier
comunicación, ya que era la propia NASA quien controlaba los enlaces de
comunicación. En tales circunstancias, ¿quién es capaz de asegurar que las
imágenes y sonidos que recibíamos eran emitidos realmente en directo?
Kaysing
no escatima detalles a la hora de describir a sus lectores la escandalosa vida
de playboys que Armstrong y sus compañeros llevaron en su apartado aunque
lujoso confinamiento, mientras el mundo los suponía a medio millón de
kilómetros de la Tierra perdidos en el frío vacío sideral. Uno de los momentos
más sublimemente surrealistas de la narración de Kaysing, de esos que no nos
extrañaría nada que se ajustasen fielmente a lo sucedido por aquello de que la
realidad suele superar a las más delirantes ficciones, es cuando narra con
absoluto lujo de detalles una pelea de burdel que se entabló entre uno de los
astronautas y un miembro del personal del ASP cuando ambos, probablemente
influidos por los rigores de su encierro y la presión psicológica a la que
estaban sometidos, se encapricharon con una exuberante bailarina exótica
conocida como Peachy Keen. Se nos hace un poco cuesta arriba imaginarnos que
una operación de alto secreto en la que se encuentra en juego el prestigio de
la nación más poderosa de la Tierra pueda terminar convertida en poco menos que
una pelea de borrachos dándose a trompadas en un prostíbulo. Claro que,
tratándose de Estados Unidos, todo es posible...
El
caso es que poco antes de su triunfal “regreso”
a la Tierra los astronautas habrían sido alejados de los placeres y tentaciones
de Las Vegas para ser confinados en una base secreta al Sur de las islas
Hawaii, concretamente en el archipiélago de Tauramoto. Allí los aguardaba la
falsa cápsula espacial a bordo de la cual serían lanzados al océano desde un
avión de transporte C-5A para, ya ante las cámaras de televisión, ser rescatados
por la Marina y vueltos a enclaustrar en una inexplicable cuarentena,
especialmente si tenemos en cuenta que teóricamente regresaban de un lugar sin
atmósfera, sin agua y sometido a la implacable acción de los rayos cósmicos,
donde era virtualmente imposible que se contagiaran de virus, bacterias o
microorganismos de ningún tipo. Para Kaysing resulta evidente que este nuevo
confinamiento fue empleado para adoctrinar convenientemente a los astronautas
respecto a lo que deberían decir en sus intervenciones ante los medios de
comunicación, ensayando una y otra vez las respuestas a cada posible pregunta.
La ley del silencio
Como
toda teoría de la conspiración que se precie, la propuesta por Kaysing incluye
una colección de muertes misteriosas, encabezada por la del astronauta Gus
Grissom, que en repetidas ocasiones había manifestado públicamente una postura
muy crítica respecto a los problemas de seguridad del Proyecto Apolo, y la “casualidad” quiso que encontrara su fin
precisamente víctima de un accidente que, según nuestro autor, pudo haber sido
orquestado por la CIA para que otros posibles disidentes lo……pensaran dos veces
antes de manifestar alguna duda sobre el proyecto. El siniestro de Apolo I fue
una de las mayores tragedias de la historia de la exploración espacial: el 27
de Enero de 1967 los tres ocupantes de la nave murieron asfixiados durante una
prueba en tierra a causa de un incendio que se produjo en el interior de la
cápsula, de la que no pudieron salir. Sólo unas pocas semanas antes, un
extrañamente profético Grissom había declarado a la prensa: “Esperamos que si nos ocurre algo esto no
retrase el programa”. Kaysing sugiere que los astronautas fueron sometidos
a los más sofisticado avances disponibles en materia de control mental y lavado
de cerebro, convirtiéndose en auténticos títeres que realmente creían en la
realidad de sus aventuras interplanetarias, asegurándose la NASA con ello su
obediente participación en el fraude. Por cierto que, hablando de lavados de
cerebro, otros grandes sustentadores mundiales de la teoría de que el hombre
jamás pisó la Luna son los dirigentes de la secta Hare Krisna, acusados de
practicar a sus seguidores las mismas técnicas de control mental. Según ellos,
es imposible que los astronautas norteamericanos pudieran haber llegado a
nuestro satélite pues, tal como atestiguan sus libros sagrados, la Luna se
encuentra dos millones de kilómetros más lejos de la Tierra que el Sol... por
tanto, no comprenden cómo Armstrong y sus compañeros llegaron hasta allí en tan
sólo 91 horas. 192.
Aunque
muy pocos norteamericanos se atreven a suscribir en público tales teorías, para
exasperación de la NASA son millones los que dudan en privado de la
autenticidad de las misiones lunares. Durante años, el departamento de relaciones
públicas de la agencia ha empleado literalmente millones de hojas de papel en
contestar a incrédulos, maestros, bibliotecarios y hasta legisladores, como el
senador demócrata de California Alan Cranston y el republicano de Carolina del
Sur Strom Thurmond, quienes se dirigieron a la NASA como portavoces de las
dudas de algunos de sus electores. Las cifras que maneja la agencia espacial
establecen que el número de norteamericanos que cree en el engaño se aproxima a
25 millones193. Anécdotas aparte, si la NASA realmente hubiera
querido falsificar la conquista de la Luna el momento elegido no podía haber
sido mejor.
El
advenimiento de la televisión, que había alcanzado una masa crítica de usuarios
sólo unos años antes de los presuntos alunizajes, sería vital para el éxito del
fraude; ya se sabe que ver es creer. La magia de los satélites, con su
capacidad de facilitar las comunicaciones globales, fascinaba e intimidaba a
millones de personas, de la misma manera que la energía atómica había cautivado
la imaginación del público durante la década anterior. De igual forma, la
investigación espacial y la astronáutica habían alcanzado un grado de
sofisticación lo suficientemente elevado como para hacer creíble un viaje a la
Luna.
Pero
quizá el factor más importante a este respecto sea que aún no había tenido
lugar el escándalo Watergate y los ciudadanos estadounidenses todavía
conservaban intacta la confianza en
aquéllos a los que habían elegido en las urnas: “La desconfianza en la autoridad juega claramente un papel de vital
importancia en este……asunto”194, sostiene Fred Fedler, profesor de periodismo
en la Universidad Central de Florida. “Con
Vietnam y Watergate, las personas se han vuelto menos confiadas y en algunas
capas de la población no importa ya lo que el gobierno diga; su reacción
inmediata es descreer y en no pocas ocasiones abrazar el punto de vista
opuesto”. Llama la atención que ni la NASA ni sus representantes hayan
accedido jamás a debatir públicamente estos asuntos con el señor Kaysing: “A pesar de mis reiteradas peticiones, Neil
Armstrong no ha querido cruzar una sola palabra conmigo”, se queja el
autor. Sin embargo, ni los desprecios ni la incomprensión han podido detener a
este hombre, ni le han impedido seguir adelante con su particular cruzada,
dando conferencias y concediendo entrevistas a lo largo y ancho del planeta: “A los astronautas que afirman haber estado
en la Luna yo los llamo simple y llanamente embusteros, muy especialmente a
Alan Shephard. Después de que Grissom fuera asesinado, Shephard fue
completamente insensible a las peticiones de ayuda de su viuda, Betty Grissom,
para que la apoyase en una solicitud para que la NASA y North American Aviation
admitieran su responsabilidad en el “accidente” y asumieran el pago de una indemnización.
Ésta es la clase de miserables contra la que he decidido dedicar mi vida. Hay
mucha gente en todo el planeta que me ha brindado apoyo, ayuda técnica e
información confidencial, incluyendo a un hombre que trabajaba en la Estación
de seguimiento de Goldstone durante el Proyecto Apolo y está convencido de que
todo es una patraña”. Es posible que Bill Kaysing sólo sea un Don Quijote
contemporáneo, un idealista obcecado en perseguir una quimera, pero aun así es
difícil desprendernos de la sensación de que una cuota de verdad se oculta tras
sus hallazgos. ¿Cuánto?, tal vez lo sepamos algún día.
“Júrelo ante la Biblia”
La
historia del presunto fraude lunar y de quienes lo investigan no está exenta de
anécdotas más o menos curiosas. El 21 de Septiembre de 2002 el astronauta Edwin
“Buzz” Aldrin resultó absuelto en los
tribunales de un cargo de agresión contra un teórico de la conspiración que lo
retó de improviso a que jurara ante una Biblia que llevaba a tal efecto que
realmente estuvo en la Luna en 1969. El veterano tripulante del Apolo 11, que
en la actualidad cuenta 72 años, declaró a las autoridades que actuó en
legítima defensa cuando golpeó a Bart Winfield Sibrel, de 37 años, a la salida
de un hotel de Beverly Hills. Tras escuchar a ambas partes y observar la
filmación que recogía los hechos, el fiscal del condado de Los Ángeles decidió
no presentar cargos contra Aldrin, el segundo hombre en pisar la Luna,
aduciendo que Sibrel no había sufrido daños que requirieran atención médica y
la falta de antecedentes de Aldrin, una decisión en la que el prestigio y la
edad del acusado pesaron decisivamente.
El cineasta Bart Winfield Sibrel es la
figura más destacada de la segunda generación de apoloescépticos. Con un
dilatado curriculum como realizador, que incluye trabajos para la NBC, CNN o
Discovery Channel, Sibrel ha producido varios reportajes televisivos y un
documental en formato de largometraje en los que expone diversas pruebas y
testimonios que apuntan hacia la posibilidad de que realmente las misiones a la
Luna fueran un fraude. En la actualidad, se encuentra realizando una nueva
película sobre este tema y es precisamente esta producción la causa de su
enfrentamiento con Aldrin, que fue filmado por un camarógrafo que acompañaba a
Sibrel.
Parece
ser que el realizador había hecho múltiples intentos infructuosos de contar con
el testimonio de Aldrin para su reportaje. Así que, cansado de las
reiteradas……negativas del astronauta, decidió emplear un sistema mucho más
expeditivo. Acompañado de un camarógrafo esperó pacientemente a la puerta de un
hotel de Beverly Hills y cuando vio salir al astronauta lo abordó de improviso.
Biblia en mano, espetándole: “Jure ante la Biblia que realmente estuvo usted en
la Luna en 1969”. Lo que no esperaba fue el sonoro guantazo que en ese momento
le propinó Aldrin ante la cámara, un material que, a buen seguro, tendrá un
lugar estelar en su próximo documental. Este incidente hay que enmarcarlo en la
tradicional postura de silencio que los astronautas del Proyecto Apolo han mantenido
sobre este asunto. Neil Armstrong, presuntamente el primer hombre en pisar la
Luna, se niega a conceder entrevistas: “No
me hagan ninguna pregunta y yo no les diré ninguna mentira”, dijo en una
ocasión. Collins también se niega sistemáticamente a ofrecer cualquier tipo de
declaración al respecto.
Conclusión
Después
de más de treinta años de rumores, la agencia espacial estadounidense decidió
en Noviembre de 2002 poner coto a los teóricos de la conspiración encargando a
James Oberg, ingeniero con gran prestigio como escritor de temática
aeroespacial, la redacción de un libro que pusiera fin para siempre a la
polémica. La iniciativa fue acogida con desigual entusiasmo en el seno de la
NASA, donde había quien pensaba que con eso no se conseguía sino darle más
publicidad a una historia que sería mejor olvidar. Por ello el proyecto fue
rápidamente abandonado, si bien Oberg decidió seguir adelante con el libro a
nivel particular. El padre de la idea fue Roger Launius, antiguo director de la
oficina de Historia de la agencia espacial.
Launius
afirmaba que los “conspiranoicos” no
eran el público al que iba dirigida la iniciativa, asumiendo que existe un
sector de la población al que resultará imposible convencer de la realidad del
viaje lunar por sólidas que sean las pruebas aportadas.
Según
él, uno de los grupos principales a los que iría dirigido el futuro libro de la
NASA son los maestros, cuya misión sería impedir que se siguiera extendiendo la
historia del fraude entre las nuevas generaciones.
En
cualquier caso, es posible que dentro de unos años tengamos la respuesta
definitiva a la cuestión de si el hombre fue a la Luna, o no. Una compañía
privada, Transorbital, tiene en proyecto el lanzamiento de un satélite en
órbita alrededor de nuestro satélite, equipado con una cámara de alta
resolución lo suficientemente potente como para fotografiar los restos de las
misiones Apolo dejados sobre la superficie lunar. Si, como se dice, ver es
creer, tal vez entonces los más suspicaces acepten por fin que los humanos
alcanzaron la Luna.
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Notas
179 Gran parte del contenido de este capítulo
procede del libro de Bill Kaysing “We never went to the moon: America’s thirty
billion dollar swindle”, Holy Terra Books, Soquel (California), 1991. Para
evitar la reiteración de las notas a pie de página lo citaré sólo esta vez sin
que por ello quiera apropiarme de datos y conclusiones que no son míos. Quienes
quieran contactar con este autor pueden hacerlo en la siguiente dirección: Bill
Kaysing, P.O. Box 595, Frazier Park
(California),
93225, Estados Unidos.
180 Otro de los grandes escépticos de los viajes a
la Luna. La investigación que realiza en su libro “NASA mooned
America!”,
autopublicado por el autor en 1994, contiene interesantes aportaciones a este
respecto. Su dirección es:
Ralph
Rene, 31 Burgess Place, Passaic (New Jersey), 07055, Estados Unidos
181 El 15 de Febrero y el 19 de Marzo de 2001 la
importante cadena norteamericana Fox Televisión emitió el programa
“Conspiracy
theory: Did we land on the moon?”, presentado por el actor de la popular serie
“Expediente X”, Mitch
Pileggi.
En este programa no sólo se denunció la amplia serie de incongruencias que
contiene la versión oficial de la conquista de nuestro satélite, sino que
sirvió para reabrir un amplio debate en la opinión pública estadounidense.
182 Peter Hyams, director de “Capricornio Uno”, está
íntimamente convencido del enorme poder de los medios de comunicación: “Mis
padres eran de los que creían que si algo aparecía en The New York Times era
porque era verdad.
Yo
mismo formo parte de una generación que creció creyendo que todo lo que veíamos
por televisión era verdad.
Mucho
más tarde aprendí hasta qué punto los periódicos pueden ser inexactos y cómo la
televisión también tiene mucho de falso. Así que me dije a mí mismo que sería
interesante si tomáramos un gran acontecimiento histórico donde la única fuente
de información con la que cuenten los ciudadanos fuera la pantalla de
televisión y demostrar hasta qué punto es fácil manipular a la opinión pública
si se cuenta con los medios precisos”. A pesar de este planteamiento, Hyams
insiste en que “Capricornio Uno” es una película que no tiene más propósito que
el entretenimiento y no hacer referencias veladas al presunto fraude Apolo. “Yo
era consciente de que hay personas que creen que nunca fuimos a la Luna, pero
nunca leí sus libros o consulté con ellos.”
183 William L. Brian II, “Moongate: Suppressed
findings of the U.S. Space Program”. Future Science Research, Portland,
1982.
184 Unas misteriosas palabras pronunciadas en
Septiembre de 1999 por el astronauta Brian O’Leary ante el periodista
Graham
Birdsall parecen dar algo de pábulo a una teoría parecida: “Si algunas de las
filmaciones se hubieran estropeado es remotamente posible que ellos (la NASA)
pudieran haber rodado algunas escenas en un estudio cinematográfico para evitar
la vergüenza pública.”
185 Ibíd.
186 En 1997 la revista británica Fortean Times
publicaba bajo el título “Percy and the astro-nots” un detallado estudio de
estas imágenes, en el que se podía apreciar una impresionante serie de
irregularidades difíciles de explicar de otra manera que no fuera el fraude.
187 Rogier van Bakel, “The wrong stuff”. Revista
Wired, Septiembre de 1994.
188 No es esta la única ocasión en que se ha puesto
en entredicho la veracidad de las versiones de la NASA. Durante la
Comisión
presidencial que en 1986 investigó el desastre del transbordador espacial
Challenger, el eminente físico
Richard
Feynman encontró que los análisis, conclusiones y metodología de la NASA eran
consistentemente incorrectos.
En
un larguísimo documento (que dado que avergonzaba públicamente a la NASA fue
relegado a un apéndice externo al informe final de la Comisión), Feynman hacía
varias observaciones que parecen notablemente aplicables al caso que nos ocupa
en esta ocasión: “Parece que, según sea el propósito, para el consumo interno o
externo, la dirección de la
NASA
exagera la fiabilidad de sus productos, hasta llegar al punto de la fantasía”.
189 Ibíd.
190 En http://www.konformist.com/flicks/eyeswideshut.htm
se puede encontrar un interesantísimo análisis de las referencias
ocultas de esta cinta.
192 Sin embargo, los Hare Krisna no descartan a
priori el viaje espacial, ya que afirman que se puede llevar el alma desde el
ombligo hasta el tercer ojo y fijarla en el entrecejo pensando fuertemente,
gracias a lo cual: “Se puede, en menos de un segundo, alcanzar los planetas y
aparecer dotado de un cuerpo espiritual...”.
193 La cadena de periódicos Knigth (uno de los dos
grupos que después se unieron para formar Knight-Ridder Inc.) hizo un pequeño
sondeo a 1721 norteamericanos un año después del primer alunizaje encontrándose
con el sorprendente dato de que el 30 por ciento de los encuestados se mostraban
suspicaces respecto a la autenticidad de los viajes de la NASA a la Luna. El 20
de Julio de 1970, un artículo de la revista Newsweek que informaba de los
resultados de la votación citaba a “una mujer madura de Filadelfia que pensaba
que el alunizaje había sido escenificado en un desierto de Arizona”. El mayor
núcleo de escepticismo, según Newsweek, apareció en el barrio judío de
Washington DC, donde más de la mitad de los encuestados dudaban de la
autenticidad del paseo de Neil Armstrong. “Es parte de un esfuerzo deliberado
por enmascarar los problemas domésticos”, explicaba un rabino. “Las personas
son infelices y esto los ayuda a evadirse de sus problemas.”
194 Fred Fedler, “Media hoaxes”. Iowa State
University Press, lowa, 1989.
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