viernes, 18 de octubre de 2019

17 de octubre de 2003 EL GLORIOSO OCTUBRE ROJO


20-04-09
Cuadernos de Liberación No. 24.
FECHAS HISTORICAS.

17 de octubre de 2003

EL GLORIOSO OCTUBRE ROJO

Vivíamos los primeros años del siglo XXI y del Tercer Milenio en el dominio casi absoluto de la Globalización Imperialista, del “fin de la historia” y la vigencia omnímoda del “pensamiento único” a nivel mundial y del neoliberalismo a nivel nacional. Parecía que la caída del Muro de Berlín levantado estúpidamente por el revisionismo contemporáneo, ponía punto final a la “utopía” del socialismo. Empero en América Latina y particularmente en Bolivia, surgían con una fuerza inusitada, poderosos movimientos sociales y populares, así como un ascenso vertiginoso de las naciones originarias que revertían de un modo radical la situación política general.

Para nadie ya era un secreto que el Gobierno genocida de Sánchez Lozada estaba viviendo sus últimos momentos cuando nacía el mes de octubre 2003. Era prácticamente un Gobierno moribundo que antes de caer pensaba ocasionar todo el daño posible al movimiento popular y principalmente al movimiento campesino, comunitario y al pueblo alteño que había sentido directamente las consecuencias de una política económica francamente criminal y genocida.

Coincidiendo con el año inaugural del 2000 y del Tercer Milenio, en nuestro país aparecían los pobladores cochabambinos y los regantes vallunos con una insurrección reivindicatoria de los derechos sobre el agua, poniendo los inicios de la gran marcha de los pueblos de Bolivia por su verdadera independencia. A fines del mismo año, los valerosos y siempre rebeldes achacacheños ponían en jaque al gobierno neoliberal con el gigantesco bloqueo de caminos que alfombra las carreteras de todo el altiplano del lago y del norte paceños en reivindicación del derecho a la tierra y contra la ley INRA del gobierno oligárquico de Sánchez Lozada.

Desde fines del año 2002 y durante todo el 2003, hasta el glorioso octubre, la ciudad de El Alto se convirtió en la trinchera inexpugnable de la más grande insurrección de pobladores, campesinos y originarios de todo el departamento paceño, en lucha definitiva por poner fin al gobierno genocida y vendepatria del gonismo.

Los movimientos más importantes de esa lucha histórica fueron indudablemente aquellas “fuerzas vivas” alteñas constituidas por la Central Obrera Regional (COR), la Federación de Juntas Vecinales (FEJUVE), y la Federación de Gremiales que, lamentablemente tienen como sus representantes a esos tres elementos traidores que a espaldas de la población sublevada mantenían contactos con el Gobierno para hacer abortar la resistencia. Sin embargo, como habríamos de comprobar más adelante, las dirigencias de las tres organizaciones vivas de El Alto, se encontraban en poder de elementos oportunistas y vendidos de cuerpo y alma al neoliberalismo. Estos sujetos que después pretenderían lauros que no les correspondían de ningún modo, fueron notablemente Mauricio Cori de la FEJUVE, Juan Meléndrez de la COR, Braulio Rocha de los gremiales, Franklin Lavayen de los padres de familia y un sujeto de nombre Juan Escóbar que fue el principal satinador contra la UPEA y su autonomía.

Junto a ellas figuraba la Universidad Pública de El Alto (UPEA) que pugnaba ardorosamente por su Autonomía Universitaria, negada arbitrariamente por los gobierno neoliberales de Bánzer, Tuto Quiroga y Goni Sánchez. La UPEA y sus valerosos jóvenes constituyeron la vanguardia de las luchas callejeras contra la arremetida criminal del Gobierno.

El año 2003 ya fue señalado por nuestro partido revolucionario, con toda razón, como el año de la Madre de las Batallas y así fue efectivamente.

De todas maneras, así Sánchez imponga a sangre y fuego sus condiciones para permanecer en el poder, sus planes gasíferos están destruidos, así como todas sus medidas inmediatas que no podrán ser implementadas de ninguna manera. El movimiento aún con grandes pérdidas humanas, ya ha conseguido triunfos morales muy grandes: el gobierno no comprendió que no era un chiste aquello de que, para imponer medidas impopulares, tendrá que pasar sobre ríos de sangre...»

Las últimas semanas, antes del derrumbe se habían caracterizado por un enfrentamiento cada día más violento y radical en la medida que la política represiva gubiernista se radicalizaba al tiempo que la resistencia crecía, mientras el régimen no se daba por enterado de la gravedad de la situación. En efecto, solamente una clase política miope o ciega podía ignorar y pasar por alto la enorme insatisfacción, el rencor y el encono que demostraban los sectores oprimidos de la población boliviana, sobre todo en la zona occidental y particularmente en la ciudad de El Alto.

Por otra parte, y esto puede ser fundamental, poco a poco se iba interiorizando el criterio de que la causa profunda de la crisis galopante era de responsabilidad de un gobierno satisfecho y de una clase dominante insensible. De este modo se fueron acumulando las fuerzas opositoras y las fuerzas sociales en el sentido de fortalecer algunas instituciones, incluso tradicionales, pero que pueden, en las actuales condiciones, servir para la unidad de todo el movimiento. Es así que la Central Obrera Boliviana que por muchos años había sido totalmente mediatizada y relegada al olvido por la corrupción y la vendimia de sus dirigentes al Gobierno de turno, consiguió retomar el camino correcto de la defensa de los intereses supremos del proletariado y las clases oprimidas, al margen incluso de sus dirigentes de posición dudosa.

Por otro lado, el movimiento campesino, comunitario, cocalero y nacionalitario, después de los errores del año 2000 cuando perdió una inmejorable situación, se repone y vuelve a jugar papel protagónico en la coyuntura.  A la cabeza del campesinado comunitario de la provincia Omasuyos, los comunarios se desplazan a la ciudad de El Alto y en las instalaciones de Radio San Gabriel, inician una huelga de hambre subversiva que exige cambios drásticos en la política del gobierno, así como la no venta de gas a Chile y otras reivindicaciones nacionales.

El movimiento tiene sus causas inmediatas en la infame y despiadada masacre de Warisata, donde la población inerme es masacrada por el Ejército provocando víctimas fatales y heridos en grandes cantidades. Se cuenta el asesinato de una menor de 8 años alcanzada por el fuego indiscriminado de la soldadesca asesina. Por ello el movimiento comunario comienza a crecer y el bloqueo nacional de caminos, inicialmente restringido a la zona norte del Altiplano, se va extendiendo a otras regiones como Yungas y los valles de río Abajo.

A continuación, y a la cabeza del campesinado comunitario de la Provincia Omasuyus y su capital Achacachi, los comunarios se desplazan a la ciudad de El Alto y en las instalaciones de Radio San Gabriel, inician una huelga de hambre subversiva que exige cambios drásticos en la política del Gobierno, así como la no venta de gas a Chile y otras reivindicaciones nacionales.

La reunión-huelga de Radio San Gabriel juega un papel importante porque allí están reunidos todos los dirigentes campesinos del departamento paceño y de extracción aymara. Se levanta en realidad, una dirección colectiva aymara, lejos ya del caudillismo de determinados líderes. Ocurre pues un vuelco sensacional en la conducción del conflicto. El movimiento aymara ha ideado, en base a sus experiencias propias, resoluciones comunitarios locales, una metodología nueva que consiste en tomar decisiones por amplio consenso, pero también sobre la marcha, pues se encuentran reunidos y no tiene necesidad de comunicaciones a la distancia que diluyen cualquier acuerdo. Se trata pues de un Consejo Revolucionario Aymara que sesiona permanentemente y toma resoluciones inmediatas.

El Consejo se negó a “dialogar” con el gobierno porque sabía que una dispersión del movimiento y una disolución de la reunión podía conducir a la derrota y a la desmovilización, objetivo que buscaba el gobierno con mucho afán y teniéndose en cuenta que los “acuerdos” con el Gobierno fueron siempre papeles mojados utilizados para neutralizar las crisis.

A esta altura de los acontecimientos, entra en escena la población alteña, el pueblo alteño también de origen preponderantemente aymara. La prolongación del conflicto y la dictación de un Paro Cívico general de la ciudad, constituyen la mecha que enciende la pradera que se encuentra completamente seca. Ya no solamente se trata de paralizar la ciudad, se trata de conseguir la caída del gobierno, la renuncia de Sánchez que responde como es su costumbre, con la masacre.

El 12 de octubre, los combates callejeros se han convertido en una verdadera guerra popular. Las wiphalas (banderas del amanecer) con un crespón negro en homenaje a los caídos del 12 y del 13, inundan la ciudad. Las víctimas ya no pueden ser ocultadas ni las causas escamoteadas: en una palabra, el Ejército está utilizando armas de guerra y los heridos y muertos suman decenas. Una nueva masacre esta vez resistida heroicamente por los pobladores alteños se realiza ante nuestros ojos.

La dirección política del movimiento ha desaparecido y todo se mueve espontáneamente, no parece que pueda existir un cambio en ese sentido. Los pedidos de diálogo no tienen respaldo porque nadie puede garantizar un acatamiento al alto al fuego por parte de la población sublevada.

El bloqueo de las cisternas de gasolina que pretendían atender las necesidades de la ciudad de La Paz, ha ocasionado la furia de las autoridades que han ordenado que el Ejército abra camino desde el Alto aún a costa de disparar directamente contra los bloqueadores. Las ametralladoras de los tanques y tanquetas disparaban a mansalva contra los manifestantes que se protegen en los muros y las piedras de la Ceja alteña.

La importante participación en la lucha de la juventud alteña y su heroica Universidad (UPEA), es algo que no debe soslayarse ni mucho menos ignorarse. Fueron efectivamente los estudiantes, docentes, trabajadores administrativos y autoridades universitarias que haciendo de sus instalaciones verdaderas barricadas, comandaron las acciones antigubernamentales, con palos, piedras y petardos con los que arremetían contra el Ejército movilizado y en son de guerra. Todos estos jóvenes eran partícipes activos en las Juntas Vecinales y ejercían liderazgo en las mismas por su propia preparación y disposición al desigual combate. La UPEA y sus autoridades a la cabeza del c. Jorge, que luchaban desde años atrás por su autonomía negada por el gobierno neoliberal, juegan un papel importante en la resistencia.

Para la mañana del 13 de octubre, se espera o la reanudación de los combates o una tregua que permita un cierto tipo de diálogo.

El valeroso levantamiento de octubre tuvo su culminación el día 17 cuando una gigantesca manifestación militante y aguerrida de más de 300 000 pobladores alteños, campesinos aymaras, universitarios de la UPEA, obreros, estudiantes, clase media y profesionales, se descuelga desde las alturas la ciudad y las laderas paceñas que se pliegan decididamente a la marcha incontenible, hasta la “hoyada”, armados únicamente con palos y piedras en una de las visiones más estremecedoras de decisión de lograr la derrota del gobierno genocida. La inmensa movilización se desarrolla ya no solamente como una marcha, sino como una ofensiva militar. Aterrado el genocida, no obstante afirmar que no renunciaría, tiene que tomar apresuradamente un helicóptero que lo recoge del Colegio Militar de Irpavi, para llegar a la base militar del El Alto, abandonando el país vergonzosamente en medio de la furia y la indignación de una enorme multitud congregada en el centro de la ciudad.

La singular batalla sin embargo dejó casi un centenar de muertos y más de 500 heridos como consecuencia de las agresiones militares a los ciudadanos desarmados que exigían la renuncia de Sánchez, en primer lugar y además una Ley de Hidrocarburos que recupere la soberanía del Estado, la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente y un Juicio de responsabilidades contra el delincuente mayor porque el genocida ordenó al Ejecito y la Policía a usar armas de guerra, fusiles automáticos, ametralladoras, tanques de guerra y helicópteros fletados a los Estados Unidos.

Para los revolucionarios, octubre-2003 es un OCTUBRE-ROJO, por el heroísmo y la sangre de pueblo derramada, pero es un OCTUBRE-NEGRO para la reacción que comenzó a perder el poder político en Bolivia.

¡Pero la batalla fue ganada! El 17 de octubre de 2003, es ya una fecha histórica, talvez más importante que el abril de Bolivia. El heroísmo de una ciudad y de una nación como la aymara quedará gravado en la memoria de los pueblos de Bolivia indeleblemente.

Octubre 2003 constituye, efectivamente, el punto de arranque y la fuente principal del proceso de cambio que vivimos y cuya paternidad no puede ser atribuida a ningún partido político en particular y menos aún al Movimiento Al Socialismo que resultó ser el principal usufructuario de las legendarias luchas.



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