11-11-2013
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EL MUNDO SE LIBERA DE EEUU
La Jornada
Durante el más reciente episodio de la farsa de Washington que ha dejado
atónito al mundo, un comentarista chino escribió que si Estados Unidos no puede
ser un miembro responsable del sistema mundial, tal vez el mundo deba separarse
del Estado rufián que es la potencia militar reinante, pero que pierde
credibilidad en otros terrenos.
La fuente inmediata de la debacle de Washington fue el brusco viraje a la
derecha que ha dado la clase política. En el pasado se ha descrito a Estados
Unidos con cierto sarcasmo, pero no sin exactitud, como un Estado de un solo
partido: el partido empresarial, con dos facciones llamadas republicanos y
demócratas.
Ya no es así. Sigue siendo un Estado de un solo partido, pero ahora tiene
una sola facción, los republicanos moderados, ahora llamados nuevos demócratas
(como la coalición en el Congreso ha dado en designarse): existe una
organización republicana, pero hace mucho tiempo que abandonó cualquier
pretensión de ser un partido parlamentario normal. El comentarista conservador
Norman Ornstein, del Instituto Estadunidense de Empresa, describe a los
republicanos actuales como una insurgencia radical, ideológicamente extremista,
que se burla de los hechos y de los acuerdos, y desprecia la legitimidad de su
oposición política: un grave peligro para la sociedad.
El partido está en servicio permanente para los muy ricos y el sector
corporativo. Como no se pueden obtener votos con esa plataforma, se ha visto
obligado a movilizar sectores de la sociedad que son extremistas, según las
normas mundiales. La locura es la nueva norma entre los miembros del Tea Party
y un montón de otras agrupaciones informales.
El establishment republicano y sus patrocinadores empresariales
habían esperado usar esos grupos como ariete en el asalto neoliberal contra la
población, para privatizar, desregular y poner límites al gobierno, reteniendo
a la vez aquellas partes que sirven a la riqueza, como las fuerzas armadas.
Ha tenido cierto éxito, pero ahora descubre con horror que ya no puede
controlar a sus bases. De este modo, el impacto en la sociedad del país se
vuelve mucho más severo. Ejemplo de ello es la reacción violenta contra la Ley
de Atención Médica Accesible y el cierre virtual del gobierno.
La observación del comentarista chino no es del todo novedosa. En 1999, el
analista político Samuel P. Huntington advirtió que para gran parte del mundo
Estados Unidos se convertía en la superpotencia
rufiana, y se le veía como la principal amenaza externa a las sociedades.
En los primeros meses del periodo presidencial de George Bush, Robert
Jervis, presidente de la Asociación Estadunidense de Ciencia Política, advirtió
que a los ojos de gran parte del mundo el primer Estado rufián hoy día es Estados Unidos. Tanto Huntington como
Jervis advirtieron que tal curso es imprudente. Las consecuencias para Estados
Unidos pueden ser dañinas.
En el número más reciente de Foreign Affairs, la revista líder del establishment,
David Kaye examina un aspecto de la forma en que Washington se aparta del
mundo: el rechazo de los tratados multilaterales como si fuera un deporte.
Explica que algunos tratados son rechazados de plano, como cuando el Senado
votó contra la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidades en
2012 y el Tratado Integral de Prohibición de Ensayos Nucleares en 1999.
Otros son desechados por inacción, entre ellos los referentes a temas como
derechos laborales, económicos o culturales, especies en peligro,
contaminación, conflictos armados, conservación de la paz, armas nucleares,
derecho del mar y discriminación contra las mujeres.
El rechazo a las obligaciones internacionales, escribe Kaye, se ha vuelto
tan arraigado que los gobiernos extranjeros ya no esperan la ratificación de
Washington o su plena participación en las instituciones creadas por los
tratados. El mundo sigue adelante, las leyes se hacen en otras partes, con
participación limitada (si acaso) de Estados Unidos.
Aunque no es nueva, la práctica se ha vuelto más acentuada en años
recientes, junto con la silenciosa aceptación dentro del país de la doctrina de
que Estados Unidos tiene todo el derecho de actuar como Estado rufián.
Por poner un ejemplo típico, hace unas semanas fuerzas especiales de
Estados Unidos raptaron a un sospechoso, Abú Anas Libi, de las calles de
Trípoli, capital de Libia, y lo llevaron a un barco para interrogarlo sin
permitirle tener un abogado ni respetar sus derechos. El secretario de Estado
John Kerry informó a la prensa que esa acción era legal porque cumplía con las
leyes estadunidenses, sin que se produjeran comentarios.
Los principios solo son valiosos si son universales. Las reacciones serían
un tanto diferentes, inútil es decirlo, si fuerzas especiales cubanas
secuestraran al prominente terrorista Luis Posada Carriles en Miami y lo
llevaran a la isla para interrogarlo y juzgarlo conforme a las leyes cubanas.
Sólo los
estados rufianes pueden cometer tales actos. Con más exactitud, el único Estado
rufián que tiene el poder suficiente para actuar con impunidad, en años
recientes, para realizar agresiones a su arbitrio, para sembrar el terror en
grandes regiones del mundo con ataques de drones y mucho más. Y para
desafiar al mundo en otras formas, por ejemplo con el persistente embargo
contra Cuba pese a la oposición del mundo entero, fuera de Israel, que votó
junto con su protector cuando Naciones Unidas condenó el bloqueo (188-2) en
octubre pasado.
Piense el mundo lo que piense, las acciones estadunidenses son legítimas
porque así lo decimos nosotros. El principio fue enunciado por el eminente
estadista Dean Acheson en 1962, cuando instruyó a la Sociedad Estadunidense de
Derecho Internacional de que no existe ningún impedimento legal cuando Estados
Unidos responde a un desafío a su poder, posición y prestigio.
Cuba cometió un crimen cuando respondió a una invasión estadunidense y
luego tuvo la audacia de sobrevivir a un asalto orquestado para llevar los
terrores de la Tierra a la isla, en palabras de Arthur Schlesinger, asesor de
Kennedy e historiador.
Cuando Estados Unidos logró su independencia, buscó unirse a la comunidad
internacional de su tiempo. Por eso la Declaración de Independencia empieza
expresando preocupación por el respeto decente por las opiniones de la
humanidad.
Un elemento crucial fue la evolución de una confederación desordenada en
una nación unificada, digna de celebrar tratados, según la frase de la
historiadora diplomática Eliga H. Gould, que observaba las convenciones del
orden europeo. Al obtener ese estatus, la nueva nación también ganó el derecho
de actuar como lo deseaba en el ámbito interno. Por eso pudo proceder a
librarse de su población indígena y expandir la esclavitud, institución tan
odiosa que no podía ser tolerada en Inglaterra, como decretó el distinguido
jurista William Murray en 1772. La avanzada ley inglesa fue un factor que
impulsó a la sociedad propietaria de esclavos a ponerse fuera de su alcance.
Ser una nación digna de celebrar tratados confería, pues, múltiples
ventajas: reconocimiento extranjero y la libertad de actuar sin interferencia
dentro de su territorio. Y el poder hegemónico ofrece la oportunidad de
volverse un Estado rufián, que desafía
libremente el derecho internacional mientras enfrenta creciente resistencia en
el exterior y contribuye a su propia decadencia por las heridas que se inflige
a sí mismo.
Noam Chomsky es profesor emérito de lingüística y filosofía en el Instituto
Tecnológico de Massachusetts en Cambridge, Mass., EEUU. Su libro más reciente
es Power Systems: Conversations on Global Democratic Uprisings and the New
Challenges to U.S. Empire. Interviews with David Barsamian (Conversaciones
sobre levantamientos democráticos en el mundo y los nuevos desafíos al imperio
de Estados Unidos).
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