lunes, 9 de abril de 2012

9-10-11 DE ABRIL DE 1952 Golpe de Estado e Insurrección Popular Triunfante

09-04-12
“La Lucha Armada en Bolivia”
Capítulo III

9-10-11 DE ABRIL DE 1952
Golpe de Estado e
Insurrección Popular Triunfante

Una vez más, a 60 años de distancia,  nos referimos a una temática recurrente que tiene que ver con la historia de las luchas sociales de nuestros pueblos bolivianos. Se trata de la interpretación histórico-política de un acontecimiento tan importante como la insurrección popular del 9 de abril de 1952.

No es un secreto para nadie que por la época, después del golpe que se auto infirió el presidente Mamerto Urriolagoitia entregando el poder al Gral. Hugo Ballivián comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, se había difundido un malestar muy grande por el desconocimiento de la victoria electoral conseguida por el MNR y sus candidatos Paz Estensoro y Siles Zuazo en las elecciones del año de 1950.

El MNR venía preparando, a marchas forzadas, distintos proyectos de golpes de Estado que repusieran la “legalidad” y restituyeran el gobierno a los vencedores legítimos de la contienda electoral pasada. Efectivamente el Golpe, en el que tienen mucha experiencia los militantes del MNR, se dibujaba con la participación del Cuerpo Nacional de Carabineros y el Ministro de Gobierno de Ballivián, el General Antonio Seleme.

Por otro lado, Oscar Unzaga de la Vega, Jefe de la Falange Socialista Boliviana, igualmente, manipulaba la misma posibilidad con la complicidad del Comandante del Ejército Humberto Torres Ortiz. Según la versión muy creíble de Hugo Roberts Barragán (1), se intentó un acuerdo entre ambas confabulaciones cuando una delegación del MNR y Seleme, compuesta por Siles Zuazo y Edmundo Nogales se presentó ante Unzaga de la Vega para convencerlo de aunar esfuerzos golpistas. Unzaga pidió algunas horas para responder a la propuesta y en realidad para consultar con su aliado el Gral. Torres Ortiz. Esta maniobra se habría concretado ya en la mañana del 9 de Abril.

Como los acontecimientos se precipitaron y la asonada golpista ya se encontraba en funcionamiento, el acuerdo no se produjo y por el contrario, Torres Ortiz pasó a la defensiva saliendo de su domicilio para no ser apresado y se dirigió a El Alto a concentrar sus unidades militares y se preparó para aplastar el golpe con las Fuerzas Armadas.

El golpe mismo se anunció a las 6 de la mañana del el 9 de abril. Los principales centros administrativos y el Palacio de Gobierno fueron rápidamente tomados por los golpistas del MNR y Carabineros. Todo parecía tranquilo y el golpe parecía consumado.

Sin embargo, desde El Alto, el Gral. Humberto Torres Ortiz, Comandante en Jefe del Ejército, anunciaba su rechazo al golpe y amenazaba moviliza sus fuerzas contra los golpistas.

Aterrados los movimientistas y carabineros, tomaron inmediatamente las de Villa Diego. Seleme se introdujo atropelladamente en la embajada de Chile, Siles Zuazo, el líder del MNR se cobijó en la casa de su amigo el Dr. Fulvio Ballón Vizcarra en la zona del Montículo de Sopocachi. El Golpe había fracasado y los golpistas se ponían a salvo en distintos escondites.

Así transcurriría la tarde del 9 de abril. Empero la situación de indefinición no podía mantenerse. Poco a poco comenzaron a aparecer grupos populares que se dirigían a los centros policiales, a los cuarteles y a los arsenales y polvorines. En forma completamente espontánea se fue estructurando un poderoso movimiento de carácter insurreccional que crecía con el paso de las horas. Al anochecer del día 9, reina una confusión completa y según todas las fuentes consultadas, el ejército parece llevar la mejor parte pues ha completado su concentración y tiene que combatir con reducidos grupos de insurgentes y dos regimientos de carabineros; el pueblo, en realidad, no ha participado todavía activamente en la contienda.

En verdad, con la huida de Seleme terminaba la fase tradicional y golpista de abril y se abría la nueva, la fase revolucionaria con nuevos protagonistas y metodología completamente distinta. Sin embargo, no es sólo Seleme quién se retira aterrado por el fracaso de la conjura. Siles Zuazo, como decíamos, y el comando movimientista se reúnen apresuradamente y según la versión del militante movimientista Valdivia Altamirano, plantean la necesidad de lograr un compromiso con las fuerzas “leales” del Gral. Torres Ortíz. El plan de Siles se podía resumir en un punto: la organización de un gobierno mixto formado por el ejército y el MNR.

Al amanecer del día Jueves 10, Torres Ortiz contestó que:

«No estaba dispuesto a tratar con subversivos mientras éstos no depusieran las armas y que si no lo hacían a las 6 de la mañana del día 10, la ciudad sería bombardeada de El Alto y arrasada sin contemplaciones»  (2).

En consecuencia y cumpliendo su amenaza,  comenzó a dislocar sus fuerzas que constaban de cinco regimientos que se descolgaban desde El Alto disparando sus cañones y morteros. Había comenzado la gran batalla que se definiría solamente el Viernes 11 de abril.

Como se ve, al margen de los planes de los conjurados que ya se habían agotado y de los “leales” que parecían tener ganada la partida, surgía como un gigante los días 10 y 11 en la mañana, el pueblo combatiente que se había ido preparando anímicamente y por fin encontraba la coyuntura precisa para implementar el movimiento de todas sus capacidades y fortalezas.

Sin darse la menor cuenta, el MNR había jugado el papel del detonante. Sin quererlo y sin buscarlo, la conspiración y la respuesta lenta y mecánica del ejército habían tocado precisamente el punto neurálgico de la inspiración revolucionaria de nuestro pueblo. La vacilación de los contendientes y la confusión generalizada posibilitó la emergencia del factor PUEBLO con una claridad que es imposible ignorarlo.

A partir de entonces, las horas de la media mañana del día jueves 10, cambió radicalmente toda la situación y la subversión tradicional civil-militar da paso a la obra más destacada y significativa de los pueblos cuando han alcanzado el máximo nivel de su lucha política: la guerra del pueblo.

La batalla fue encarnizada pues las fuerzas militares de Torres Ortiz, recibieron el refuerzo de los cadetes del Colegio Militar de Ejército que salieron a defender al Gobierno ya depuesto, pero decididos a impedir la aniquilación y la derrota de los militares. Ninguno de los bandos pedía ni daba cuartel y las bajas de muertos y heridos se acumulaban en grandes cantidades. No se tienen datos precisos de las bajas que se dieron en esta batalla que cambio, en gran parte, la historia de Bolivia. El día 10 de abril en la mañana ya eran enormes los contingentes de combatientes populares de todo tipo que asaltaban los recintos del poder político.

Inmensas marejadas humanas emergieron de la milenaria opresión de un pueblo que jamás dejó de combatir. Masas de pueblo combatiente se echan a las calles para aplastar a un ejército de enanos. Las armas, a estas alturas de la lucha, no importan, es igual tener una ametralladora o un cuchillo, una piedra o una granada, un palo o un tanque. Aquí sólo tiene importancia el hombre, los hombres y las mujeres y los niños y los ancianos.

« Los grupos de combatientes que amenazaban un peñón ocupado por los soldados del regimiento "Lanza", sonrieron. Comprendían que la derrota de los enemigos estaba más cerca que nunca del peñón. Sonaron dos disparos de revolver como dos notas desacompasadas, sueltas, de la melodía que se ejecutaba. El aire recibió los estampidos y los delató largamente Los combatientes se miraron.....
Y la gente, armada de piedras y palos, se lanzó al asalto encabezada por dos obreros que empuñaban unos rifles viejos que, ayer en la tarde, habían recibido en la secretaría de la Federación de Trabajadores Fabriles.
Los atacantes subieron profiriendo gritos y lanzando piedras. Los dos obreros fueron los primeros en llegar y ser divisados por los sorprendidos conscriptos.
¡Los civiles!, gritaran y echaron a correr despavoridos, abandonando sus armas.
El primero en huir fue el capitán Oscar Lavayén, que estaba al mando del grupo de soldados. Tomaron el bastión que dominaba algunas importantes calles de Miraflores. Los dos fusileros no se detuvieron: siguieron en persecución de los conscriptos y del capitán, lanzando tiros al aire. Algunos soldados que por el cansancio no pudieron escapar, se entregaron llorando y temblando. Los rostros estaban desencajados por el hambre, el miedo y la fatiga.  Llegaron más grupos de combatientes.
Al llegar al puesto estratégico que ocupaban los soldados del “Lanza”, casi un hoyo en plena ceja, hallaron un mortero, una ametralladora, tres fusiles y bastante munición. Y también encontraron a un soldado agonizante. Se acercaron a socorrerlo.
¡Agua!, pidió el soldado.
Las mujeres, presurosas, al instante trajeron bastante agua. El conscripto estaba herido en el pecho. Le hicieron sentar y desabotonáronle la blusa.
Se había desangrado mucho.
¡Aguita!, volvió a pedir. Le dieron de beber. Notablemente recuperó por un instante. Habló con dificultad:
El capitán... mi capitán me ha baleado porque queríamos darnos la vuelta. Yo soy mecánico, obrero soy de Potosí.
Y la muerte ya estaba encima. Una mujer del pueblo lloraba...» (3)

En apoyo de la vigorosa insurrección popular que se desarrollaba en La Paz, contingentes de trabajadores mineros de los centros aledaños comenzaron a llegar a la ciudad armados sobre todo de dinamitas. He aquí un relato dramático en tomo a la movilización de los mineros:

«A eso de las diez, los motores de los cuatro “Inter” roncaban en las laderas de Chacaltaya, llevando ciento treinta mineros con los bolsillos repletos de explosivos...
A media mañana se acercaban a El Alto. Pararon. El jefe del sindicato los reunió: “A ver cuarenta.  A este lao” -- Se apartaron cuarenta mineros de miradas torvas. – “Ustedes van a ir a tomar el base aireo” – “Otros cuarenta... ¡Ya! Ya' PS. Ustedes vayan más aquí del Alto de Lima, toman el camino”—“El resto, conmigo, a la garita del Alto” Y a todos: --“Yo voy a terar el denameta. Esa es el señal”.
El Hermógenes iba detrás del jefe, a gatas, como todos, saltando, como lagartijas, entre las matas de pajas amarillas. Ya se acercan... El Jefe se yergue de repente, muerde la cápsula metálica, prende la mecha y, con un grito salvaje, la arroja: “Aura, carajo”
Un oscuro ancestro despierta gritos raros y feroces en los broncos pechos. Estallan las dinamitas esparciendo filudos cantos de piedras deshechas. Vuelan brazos, cabezas, pedazos de muros y techos. Se trizan y retuercen armas y hierros...
-- “Los mineros, se derrama el grito entre los combatientes. Se les humedecen las pupilas de emoción a los “fabriles” que se batían entre los eucaliptos de Munaypata y Pura-Pura: lloraban los carabineros y civiles que habían tomado, perdido, retomado y vuelto a perder el cerrito de Callampaya; gritaban y sacudían sus armas los civiles que desde el amanecer detuvieron el avance del “Sucre” y el “Pérez”, por el lado de Tembladerani.
Ahora, en un empeño heroico, los revolucionarios obligan al enemigo a replegarse. ¡Aquí, un civil se queda “ahí mismito”!, junto a un pedregal: en su camisa florecen tres “kantutas” cárdenas. Allá otro corre loco, en ansia hazañosa, para, a poco, caer en un cañadón, quebrándose sobre sí mismo como una airosa “sehuenca” que tronchara el viento. Los revolucionarios trepan los cerros hacia El Alto. Lentamente, en heroica lucha, suben los difíciles taludes de la Historia.
“Los mineros” --, cunde al pánico entre los enemigos.
Los mineros toman la Base Aérea. El “Bolívar” abandona sus piezas y se entrega. Grupos de infantes del “Pérez” y del “Sucre” desfilan con los brazos en alto. Se rinde la Escuela Técnica de Viacha y el “Abaroa”.
Nuevos grupos civiles se arman con las armas capturadas y, mientras unos conducen a los “rendidos” al Penal de San Pedro, otros corren a reforzar las líneas ya débiles de los defensores de Killi-Kilii; Miraflores, Laikakota, Sopocachi y el Parque Forestal.
Por el Orkohahuira, la avenida Arce, el cauce del Choqueyapu y el Parque Forestal, elLanza”, el colegio Militar y el Batallón de Ingenieros, habían ganado ese jueves media ciudad, en avance sangriento cubierto permanentemente por un inhumano bombardeo de la ciudad con morteros y piezas 75. En Miraflores, deshicieron ventanales, hundieron techos, voltearon muros; barrieron hasta el último defensor de las barricadas que los civiles les opusieron en cada esquina. Sus impactos tremendos llegaron hasta cerca de la Universidad, por la avenida Arce. Dejaron tendales de muertos entre catedrales de arcilla azulosa del Parque Forestal.
Pero ya llegan los del pueblo, ¡Jim auqui! ¡Sonale, tatay! ¡Aura, carajo! Es el principio del fin... »  (4).

La participación popular alcanza al atardecer del día Jueves 10 proporciones enormes. Es imposible derrotar semejantes masas humanas que enardecidas luchan frenéticamente por un objetivo que se va dibujando cada vez con mayor precisión: el poder político. La fuerza incontenible de las masas populares convierte súbitamente a la lucha en invencible: los propios conspiradores que en los momentos de dubitación querían tomar el camino de la huida, no podían comprender el carácter del cambio profundo que se había operado en la esencia misma de los acontecimientos. El resultado final se conoce: regimiento tras regimiento se rinde a las fuerzas populares que ocupan y  asaltan todo.

Ahora bien, sabemos que una a una, fueron destruidas por el pueblo combatiente las unidades militares del ejército oligárquico del estaño. Una a una, deponen las armas y se rinden ante el pueblo triunfador. Por último, la unidad de élite de la época, el Colegio Militar, después de enconada resistencia, tuvo que abandonar las armas y rendirse a su vez decretándose inmediatamente y en los hechos la disolución práctica del "Ejército del Estaño".

Desde el punto de vista concreto, es decir en las circunstancias especificas del 9 de abril de 1952, se cumplieron rigurosamente todas estas presunciones teóricas. El instrumento represivo/ejército, salió al combate, asesinando sistemáticamente a todos los que se oponían a su marcha directa hacia los centros neurálgicos capturados por los golpistas al mando del Gral. Se1eme y de no mediar la intervención del pueblo insurreccionado, es seguro que el Gral. Torres Ortiz habría ahogado en sangre el intento golpista.

En agosto del año 2000, el líder minero y ex-dirigente movimientista Juan Lechín Oquendo, publica el primer tomo de sus “Memorias” que revelan detalles de los acontecimientos del 9 de abril de 1952, las mismas que, en general, vienen a corroborar nuestra línea de razonamiento en la dilucidación de un hecho tan importante en la vida nacional y que actualmente pretende ser transformado en uno más de los tradicionales golpes de estado periódicos en la historia nacional.

Lechín sostiene que Hernán Siles Zuazo, no fue el conductor de la insurrección nacional del 9 de abril de 1952 y que, además, el MNR no dirigió ni orientó ese proceso. El líder minero explicaba que en abril de 1952, se produjo un simple golpe de Estado de las Fuerzas Armadas, encabezado por el Gral. Seleme comprometido con el MNR y que después se desencadenó la insurrección popular triunfante...

Según Lechín, la actuación de Siles  y del MNR se dio más o menos así:

"Todos los que reclaman ser autores de la insurrección mienten. los acontecimientos hablan por sí solos, para quien quiere conoce los hechos. y cuando hoy el MNR reclama ese hecho histórico para sí, es una falacia y no sólo una falacia sino la vieja tradición de apropiarse de lo que legítimamente le corresponde al pueblo boliviano……” (5)

Como se puede comprobar nuestra versión coincide plenamente con el criterio de Don Juan.

En la Plaza murillo esperábamos que saliera Seleme, el nuevo Presidente, a los balcones de Palacio para aplaudirlo y así confirmar el derrocamiento de Ballivián. Pero ni Seleme ni Siles salieron-Ni siquiera habían llegado….Más gente llegaba a la Plaza… Un taxi se abrió paso entre la multitud y estacionó cerca. De su interior bajó Hernán Siles. Pensé que había venido a informarnos de los sucesos y como abogado y político anunciaría que el nuevo Gobierno tomaría medidas que el pueblo anhelaba. Puso un pide en el suelo y otro en el estribo del vehículo y dijo: “volveremos, venceremos y perdonaremos". Hizo la señal de la “V” de la victoria, gritó “Viva el MNR”, que nadie respondió y se marchó como vino….” (6)

Las declaraciones de Juan Lechín, levantaron una gran polvareda sobre todo entre los defensores de la historiografía movimientista que creían haber sentado definitivamente, para la Historia, la versión elaborada por ellos en beneficio del Partido.

Se sostiene, pues, que Lechín, a la hora nona, intenta "cambiar" la historia moderna en tomo a la victoria popular de abril y que por tanto, debe rechazarse de plano tal pretensión. Es cierto que los criterios de Lechín son muy fragmentarios y tienen el defecto de abordar el asunto desde el mezquino punto de vista de su enemistad personal con Siles Zuazo. No obstante esas limitaciones graves, Lechín dice y sostiene una verdad muy importante: el MNR no dirigió, ni orientó el proceso insurreccional, porque sencillamente toda la dirigencia emenerrista puso los pies en polvorosa cuando comprendió que el golpe militar había fracasado. La afirmación de Lechín echa por tierra todas las frondosas construcciones literario-políticas de la historiografía nacionalista, como "dueña" del 9 de abril.

La Historia, para conocimiento de los movimientistas de derecha, “izquierda” o centro, no es un relato parcial y personal dado de una vez y para siempre por un historiador o un grupo de historiadores. La historia verdadera es la socio-historia que significa análisis e interpretación profunda del sentido de los acontecimientos de acuerdo al comportamiento tendencial y sostenido de las clases sociales en su pugna contradictoria. La historia moderna de BOLIVIA tiene que elaborarse de nuevo y entonces tendremos la necesidad de contar con todas las "historias" particulares que existen en torno al 9 de abril.

Se deberá ordenar esos detalles, esos datos teniendo en cuenta su procedencia de clase y finalmente, elevándonos al nivel del materialismo histórico, HACER la historia del 9 de abril con carácter científico. De lo contrario, seguiremos escuchando fragmentarios relatos de lo más anecdóticos alabando o denigrando conductas particulares.

El 9 de abril es pues un acontecimiento muy por encima de sus propios actores con una sola excepción: EL PUEBLO COMBATIENTE, que fue el héroe verdadero, el único participe consciente y que al margen de los que quieren cosechar lauros inmerecidos, acumule experiencia y resume su vivencia insurreccional para perfeccionar el método seguro que le dará la victoria definitiva.

Notas.

(1)     Roberts Barragán, Hugo. “La Revolución del 9 de Abril”. Ediciones Burillo.  La Paz, 1971.
(2)     Valdivia Altamirano, Juan. “La revolución del 9 de abril de 1952”. La Nación.  9 de abril de 1952.
(3) Taboada Terán, Néstor. “La aurora del anhelo victorioso”.  Antología de la revolución. La Paz. 1954. Pág. 73.
(4) Soria G., Oscar. “Preces en el carro. Antología de cuentos de la revolución”.  La Paz. 1945. Pág. 60. Cita de Liborio Justo (Quebracho). “La revolución derrotada”. Ediciones Rojas Araujo. Cochabamba-Bolivia. 1967.
(5)  Lechín Oquendo, Juan. “Memorias”. Tomo I.  Editorial Litexsa Boliviana S.R.L. 2000. Pág. 242.
(6)   Idem. Pág. 240.

No hay comentarios:

Publicar un comentario