jueves, 16 de julio de 2020

40 AÑOS DEL GOLPE MILITAR No. 200. DÍA DE LA INFAMIA NACIONAL


17-07-80
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40 AÑOS DEL GOLPE MILITAR No. 200
DÍA DE LA INFAMIA NACIONAL

Jueves 17 de julio. Ha comenzado la sublevación militar en Trinidad, capital del departamento del Beni, con la proclama del jefe local de la guarnición Francisco Monroy, quién desconoce la autoridad del gobierno constitucional interino de Lidia Gueiler Tejada.

Grupos paramilitares que se desplazan en ambulancias para engañar y paralogizar a la opinión pública, atacan violentamente la sede de la Central Obrera Boliviana y el Palacio de Gobierno donde se lleva a cabo una reunión del gabinete de la Presidente Gueiler.

El asalto relámpago a la COB tiene resultados sangrientos y a falta de una información oficial, se esparcen toda clase de rumores que tienen como base los testimonios de la gente común que ha podido observar desde las cercanías el despliegue de los paramilitares, su ocupación del edificio y finalmente la captura de un número no determinado de dirigentes políticos y sindicales que celebraban una reunión de emergencia en el local. Se dice que han sido asesinados Juan Lechín, Marcelo Quiroga Santa Cruz y otros dirigentes cuando trataban de defenderse o simplemente eludir el apresamiento.

Otro grupo paramilitar ataca el Palacio de Gobierno y lo ocupa sin resistencia deteniendo a algunos ministros. Lidia Gueiler es detenida, conducida a presencia del Alto Mando y obligada a firmar su renuncia a la presidencia. Ella firma ante la presión brutal de los golpistas y después es conducida a la Munciatura Apostólica como asilada política.

Los rumores generales hacen saber que una enorme cantidad de presos están siendo trasladados al gran Cuartel de Miraflores donde oficiales extranjeros toman a su cargo el tratamiento de los prisioneros como en una verdadera guerra internacional. Jefes militares argentinos, sin ocultar su identidad, imparten órdenes que son ejecutadas inmediatamente por los grupos irregulares que han tomado para sí las tareas de fuerzas de choque, en tanto que el ejército no hace otra cosa que respaldar esas acciones.

Se rumorean grandes enfrentamientos en las minas. Se dice que Huanuni resiste y que en Caracoles se ha masacrado a toda la población civil. Sin embargo, todo es difuso, todo es oscuro. BOLIVIA ha retrocedido unos cien años y su propia existencia se encuentra en peligro.

El primer documento-denuncia que conoce la ciudadanía el domingo 20 es una exhortación de Mons. Jorge Manrique, que asume una posición digna de parte de la Iglesia Católica. 

       DE UN TESTIGO PRESENCIAL DEL ASALTO ARMADO A LA COB

A las 9.10 del día 17 de julio se recibió la noticia del alzamiento militar en Trinidad.
 
Al llegar a la sede de la COB a las 10.30, nos encontramos con los miembros de CONADE, muchos periodistas y personas observadoras; unas 50 personas en total. Entramos en la oficina de Lechín puntualmente. Se empezó inmediatamente a discutir el contenido del documento que habría de redactarse. Antes de comenzar la reunión entraron varios periodistas y un camarógrafo de la TV para filmar la lectura del documento por Simón Reyes.  Al llegar a la mitad de la lectura del mismo, a las 11.40 escuchamos tiros de armas automáticas dirigidos contra el edificio de la COB. No sabíamos que pensar, creíamos que fue un jeep que había tirado al pasar para asustar a los asistentes, pero enseguida se largó una ráfaga fuerte que alcanzó a la sala donde estaban reunidos los miembros de CONADE y también a la antesala donde esperaba otra gente. Todos se echaron al suelo entre mucho vidrio roto y las lámparas humeantes del equipo de TV. Pasaron unos segundos más, hasta que más ráfagas y tiros sueltos convencieron a todos que se estaba produciendo un asalto a la COB. La gente empezó a arrastrarse por el suelo, algunos tratando de encontrar un lugar para esconderse, otros buscando la manera de escapar. El grupo en que estaba Marcelo (y yo) buscaba una salida por el patio de atrás, llegó a un cuarto que daba este patio, pero se veía que los paramilitares habían rodeado el edificio, por lo menos había un paramilitar atrás y tal vez más... Empezó una baleadura al cuarto donde estaba el grupo, la mayor parte del cual pasó al cuarto del lado que no tenía ventana y era más seguro. En este grupo había en total unas quince personas más o menos.

Unas 10 o 12 personas estaban sentadas en el cuartito sin ventanas y unas 4 o 5 en el cuarto grande. Los de adentro consultaron entre sí rápidamente y se concluyó que había que rendirse antes que los tiros los alcancen. Germán Crespo empezó a gritar:  ”Nos rendimos, estamos sin armas, nos damos, somos de la Iglesia”. A lo que la respuesta fue otra ráfaga con unos tiros sueltos más. Germán volvió a repetir lo mismo. Un paramilitar gritó. “Bien. Entendido. Salgan de allí”.  Nadie se movió, todos pensaban que los iban a ametrallar al salir. Germán gritó otra vez: “Somos de la Iglesia, estamos sin armas”.  El paramilitar: “Por eso, salgan de allí con las manos en la nuca”.


Nadie se movió, forzando a los paramilitares a entrar en el cuarto con mucha desconfianza y cautela, como esperando una trampa. Entraron unos 6 ó 7 uno por uno, cada uno saltando rápidamente por la puerta, siguiendo por adentro con la espalda contra la pared hasta que todos estaban adentro, era la primera vez que podíamos verlos, todos estaban con el rostro descubierto, vestidos de civil de distintas maneras, eran bolivianos de aspecto, morenos y hablaban sin acento. Todos portaban el mismo tipo de arma automática (rifle de cañón mediano con clip). Nos empezaron a sacar del cuarto, a algunos a empujones para apurarnos, diciendo “rápido, más rápido”. No me acuerdo quién salió primero, ni del orden de salida, buscando la manera de escapar me fui atrasando. Pero no hubo caso, y tuve que salir el tercero o cuarto. Nos llevaron hasta la escalera y empezamos a descender. Había unos 3 o 4 paramilitares en el pasillo entre el cuarto y las escaleras.  Yo me demoraba en bajar, otros bajaban rápido. Nos dijeron que bajáramos en fila india, por eso me sorprendió cuando me pasó Marcelo, caminando casi corriendo. El había pasado delante de los 6 paramilitares del cuarto y los 3 del pasillo sin que ellos lo reconocieran. Los paramilitares estaban disparando continuamente no se sabía si estaban matando a otros en el edificio o si lo hacían para apurarnos. A la altura del primer paso, había dos paramilitares más uno de ellos, un petizo, reconoció a Marcelo cuando éste le estaba pasando, lo jaló por el saco gritando: “Aquí está Quiroga”. Marcelo trató de desprenderse, diciendo: “Estoy sin armas, quiero bajar con los otros”. El paramilitar dijo: “Cabrón, cojudo te vas a quedar con nosotros”. Pero Marcelo, con las manos siempre en la nuca, hizo un esfuerzo y desprendió del paramilitar y empezó a bajar la escalera entre el primer piso y la vuelta de la escalera a la calle. El petizo se puso furioso (yo había dejado de bajar, y estaba mirando todo, inmóvil) y gritó: “Si no te paras disparo”. Marcelo inmediatamente se paró, dio la vuelta para dar cara y no la espalda a los paramilitares, todavía con las manos en la nuca. En ese instante, uno de los paramilitares disparó a Quiroga de una distancia de unos 3 a 4 metros, y Marcelo cayó fuertemente de espaldas, evidentemente alcanzado por la bala. Cayó herido, del lado izquierdo, quedándose en el quinto peldaño. Otra vez los paramilitares nos apuraron a bajar, y al pasar a Marcelo miré para ver si podía detectar el lugar de su herida, que, debido a su manera de caer, me pareció que tenía que ser en el pecho izquierdo, pero tuve que pasar casi corriendo, no lo noté.

Al salir a la calle, vi que los paramilitares habían cortado el paso de peatones en la vereda y que desde la COB hasta la Plaza del Estudiante despejaron la calle, una distancia de 40 a 50 metros. Nos hicieron dar la vuelta a la derecha y empezamos a caminar por la vereda hacia abajo donde estaban estacionadas unas 3 ambulancias blancas a unos 40 metros de la COB. Pasamos a unos 2 o 3 paramilitares que estaban alineados en la vereda. Uno de ellos se acercó a la primera ambulancia, abrió la puerta y grito “adentro”. Germán Crespo era el primero de la fila y estaba a unos 5 metros de la ambulancia cuando los paramilitares se pusieron nerviosos porque muchos peatones de la vereda del frente empezaron a cruzar la calle y acercarse a nosotros para ver mejor lo que pasaba. Alguien gritó, “somos de CONADE” y los paramilitares empezaron a disparar al aire para dispersarlos descuidando la fila por un momento. En ese mismo instante algunos presos estaban pasando el edificio Avenida, que tenía su entrada cerrada por una cortina de hierro, pero una puerta pequeña que no estaba cerrada del todo; aprovechando la distracción momentánea de los paramilitares, 4 de nosotros logramos meternos por la puerta pudiendo escapar.

Otro testimonio complementa al anterior sobre los mismos sucesos:

"A Juan Lechín le pidieron, cortésmente, separarse del grupo. Comenzamos a salir en fila para bajar las escaleras hacia la calle. Yo comenzaba a bajar las gradas y el c. Marcelo estaba ya en el descanso donde fue reconocido por un paramilitar que lo increpó soezmente. Entre Marcelo y yo había aproximadamente unas siete personas; en ese momento, los que iban delante mío se apresuraron de modo que quedé inmediatamente detrás del él, que sin pronunciar palabra, continuó bajando. Otro paramilitar que estaba en el descenso del piso de la Federación de Mineros sujetó al compañero Marcelo con la mano izquierda por el hombro tratando de detenerlo y separarlo de la fila, diciéndole con insultos: “Usted se viene a un lado”. En ese momento yo me encontraba a medio metro de distancia de Marcelo. El hizo un movimiento para desprenderse del paramilitar, siempre con las manos en la nuca, y continuó bajando; entonces el paramilitar, manejando la metralleta con una sola mano y mirando hacia un lado, disparó un primer tiro al pecho de Marcelo. El disparo penetró debajo de la tetilla izquierda. Yo pude ver la entrada del proyectil y la mancha de sangre que humedeció la camisa.  Marcelo Quiroga Santa Cruz comenzó a caer, cuando se inclinaba, el mismo paramilitar volvió a disparar una ráfaga que le cruzó el pecho. Esos mismos tiros alcanzaron al c. Carlos Flores, en la cabeza, pues se encontraba unos peldaños más abajo. Marcelo se deslizó por las escaleras con los brazos extendidos hacia adelante y quedó cubriendo el cuerpo de Carlos Flores. Yo quedé paralizado mirando fijamente al paramilitar; por eso su rostro no se me borrará nunca de la memoria....

En el Estado Mayor del Ejército, Luís Arce Gómez nos esperaba a la entrada. Comenzaron a golpearnos violentamente durante una hora aproximadamente; al c. Simón Reyes lo dejaron muy mal herido. Nos llevaron a las caballerizas; siempre con las manos en la nuca, permanecimos en esa posición entre 15 y 17 horas, siendo objeto de brutales golpes e insultos por paramilitares bolivianos y argentinos. Nos despojaron de los zapatos y alguna ropa, de relojes, anillos, dinero y documentación personal. Estuvimos todo ese tiempo echados de cara sobre el estiércol mientras los torturadores caminaban sobre nuestras espaldas..."(3).

Un tercer testimonio del asalto a la COB, añade lo siguiente en torno al asesinato del trabajador minero:
"A Gualberto (Gualberto Vega) lo mataron en otro sitio de la misma COB, como se ve en la fotografía que llegó a publicar Ultima Hora en la tarde de ese mismo día.

Los asaltantes como se puede apreciar, actuaron con los rostros descubiertos, por ello presumimos que se trataba de reclutas u oficiales bolivianos y argentinos, difícilmente reconocibles por la gente de la COB y CONADE. No cabe duda alguna que recibieron órdenes directas del Cnl. Luis Arce Gómez, el tenebroso matón y delincuente común, criado por el militarismo desde los tiempos de Ovando para cumplir los peores mandados de las clases dominantes para someter al pueblo. La operación fue cuidadosamente planificada teniéndose en cuenta que los dirigentes políticos y sindicales acostumbraban reunirse tan pronto como se conocían noticias respecto a un golpe militar. La costumbre no fue abandonada y como llamados por un pito acudieron todos a la sede de la COB a "deliberar" y sacar comunicados tardíos, en tanto que los conspiradores, bien asesorados e inteligentemente aconsejados, descargaron un golpe mortal capturando la COB y sus dirigentes.

Nosotros, repetimos, creemos que éste es un problema de principio. O se aprende o se deja el cuero. La lucha contra el militarismo, como mandatario de los intereses de las clases dominantes, no es un enfrentamiento cualquiera entre fracciones políticas, es una batalla a muerte entre dos bandos que, lamentablemente, no es comprendida por los dirigentes de la llamada izquierda. El pueblo, por su parte, entiende perfectamente el contenido mismo de la contienda y procura por todos los medios acceder al dominio de la técnica y la ciencia de la guerra y cada nueva derrota ante el militarismo no hace sino fortalecer su convencimiento.

       LOS PARAMILITARES LLEGAN AL PALACIO QUEMADO

A las diez y treinta, se hallaban los ministros reunidos en sesión de gabinete en el Palacio Quemado, con la notoria ausencia del “Almirante” Walter Núñez, Ministro de Defensa, y de Antonio Arnés, militar en retiro, Ministro del Interior. Ambos, naturalmente, ya se habían “dado la vuelta” en los meses previos con lo que el gobierno quedaba inerme.

De pronto, en el hall principal, apareció un grupo de paramilitares armados de modernas metralletas israelitas adquiridas recientemente por el ejército. Al mando, iba Fernando Monroy, conocido en todo el país como “Mosca” Monroy, pandillero, jefe de un autodenominado “Escuadrón de la Muerte” que ha actuado en varias oportunidades en asesinatos o tráfico de drogas. La hazaña no era difícil, pues el coronel Rodolfo Cueto, Jefe de la Casa Militar de la Presidenta Gueiler, les franqueó el paso por una puerta lateral que da a la calle Ayacucho. Los soldados de la guardia tenían la orden de no interferir la acción de los civiles armados. Uno de los ministros que se había asomado al oir voces y gritos volvió a la sala de sesiones:

- ¡Han llegado los paras, anunció demudado!

La Presidenta se hallaba ya en su despacho tratando de hablar con el general Reyes Villa, Comandante en Jefe del Ejército (ignorando que éste también era parte de la conspiración y aparecería pocas horas después como Ministro de Defensa del nuevo régimen). La confusión era mayúscula. Los paramilitares subieron el segundo piso pero en lugar de continuar a la sala de edecanes y a la sala de sesiones del gabinete, se dirigieron derechamente en las oficinas de la Casa Militar, donde convinieron el modus operandi con el coronel Cueto.

En ese momento, abandonaron la sala de sesiones, un grupo de 10 ministros mientras unos pocos quedaban dentro con la Presidenta sin saber, unos ni otros, qué camino tomar.

La indefensión del gobierno es total y hasta los encargados de la custodia personal de la Presidenta, no reciben sino órdenes de los golpistas. Pero, sigue el relato:

TESTIMONIO DEL P. JUAN ENVIZ AVILES. EL ASALTO A RADIO FIDES

" El jueves 17 de julio de 1980 a la una y media del mediodía, estando a una cuadra del Colegio San Calixto, me encontré con el Padre Javier Cerdá que con cierto nerviosismo me dijo que le acompañara al Arzobispado. Por el camino me contó que en aquellos momentos los paramilitares violentamente irrumpieron en el Colegio San Calixto, y después de destrozar los aparatos de Radio Fides secuestraron a los hermanos jesuitas José Marcos, Salvador Sanchíz y Claudio Pou.

Lamentablemente no encontramos al Sr. Arzobispo. Acompañado por el P. Jorge Trías nos dirigimos al DIN. Nos dijeron que los detenidos se encontraban en el Ministerio del Interior. En ese ministerio nos aseguraron que los habían llevado al Cuartel General de Miraflores.

Varias personas me han dicho que cómo se me ocurrió averiguar sobre mis compañeros al Gran Cuartel, expresando de este modo que fue un acto no muy prudente.

Cuando pregunté sobre mis compañeros detenidos me negaron rotundamente que hubiera ningún detenido. Sin embargo, cuando dije que antes había estado en el DIN y el Ministerio del Interior, me hicieron pasar dentro donde esperé un rato en el pórtico rodeado de veteranos soldados armados con metralletas.

Cuando llevaba unos quince minutos esperando, un civil, armado con un fusil automático, me llamaba burlonamente desde unos quince a veinte metros de distancia. Con fuertes y constantes insultos me dijo que estaba detenido y que me preparase porque me iban a sacar todo lo que sabía. Recorriendo el largo patio de unos cien metros, era yo el escarnio y burla de todos los militares que me cruzaban en el camino, la causa de tantas burlas y amenazas era por ser sacerdote de Derechos Humanos.

Lo que más me impresionó durante ese recorrido fue cuando llegamos a un gran patio, reservado a la Sección Segunda del Ejército (Servicio de Inteligencia). Estaba llena de civiles fuertemente armados. Las burlas y todo tipo de amenazas se fueron incrementando y empecé a sentir una rara sensación de miedo y desconcierto ante todo lo que ocurría. No entendía cómo los militares podían legitimar aquel caos y a todos aquellos mercenarios, situado en el corazón mismo del Gran Cuartel General.

Me hicieron pasar a la planta baja de un edificio de dos pisos. El espectáculo era impresionante: unos treinta hombres, de todas las edades, se encontraban de pie, con la cara en la pared y las manos cruzadas sobre la nuca.  No podía identificar a nadie porque no me permitieron mirar. En el piso habían manchas de sangre. De repente me encontré de frente a un joven de 20 años, llorando y con el rostro hecho una lágrima por los golpes. Al verme, su mirada suplicante se clavó en mis ojos. Los hombres, con cara de torturadores, lo llevaban fuertemente agarrado por los brazos. Me ordenaron bajar la cabeza.

"Me hicieron entrar a una oficina donde los civiles me formulaban insistentes preguntas sobre la Asamblea de Derechos Humanos. Todas las preguntas iban acompañadas de afirmaciones calumniosas contra Derechos Humanos, de su labor y de las ideas que la conformaban. A todas mis respuestas me salían con un: +no mientas, cura comunista+ y con una sarta de insultos que no se pueden escribir.

Después de media hora de interrogatorio, llegaron cuatro civiles con cara de verdugos caminando a otro pabellón para un segundo interrogatorio (tenía) una sensación de total impotencia, sin ningún derecho a reclamar y a exigir nada. En silencio recorrí otro gran patio, y de pronto me encontré ante una puerta abierta de un pequeño galpón sucio. En la puerta había tres hombres enmascarados que brutalmente me ordenaron entrar. Me encontraba en la +caballeriza+. En cada uno de los apartamentos para los caballos estaban hacinadas las víctimas como si estuvieran muertas. Todos tumbados sobre el estiércol, boca abajo, con el cuerpo estirado y las manos cruzadas sobre la nuca.


Se les obligaba así a tener la boca sumergida en el estiércol. En el primer apartamento estaban las mujeres y en los restantes, hombres de todas las edades. Aunque me exigieron no mirar yo buscaba identificar a mis compañeros. Me pareció verlos pero no pude fijarme mucho porque me amenazaban para que no mirase. Me quedé con la duda de si estaban allí.

Me ordenaron detenerme, sacarme los zapatos y las gafas para echarme, igual que los demás, sobre el estiércol, solo que a mí, por no haber lugar en el montón grande me colocaron en la parte baja, donde había menos estiércol, casi en contacto directo el con piso frío de cemento. Durante 16 horas tuve que estar en esa posición, sin moverme en lo más mínimo si no quería recibir patadas o culatazos de los guardianes.

Una de las torturas, en esas horas, era la psicológica, constantemente ordenaban mantener las manos en la nuca y no moverse nada. De vez en cuando pasaba uno que parecía ser un oficial, increpándonos a que fuéramos obedientes a los avisos que continuamente nos daban. Al mismo tiempo ordenaban maltratarnos y aún matamos si no obedecíamos.

A medida que pasaban las horas, el dolor en los brazos, la espalda y la nuca apenas se podía aguantar y, casi sin poder evitarlo nos movíamos para recibir de inmediato un duro puntapié. Me sentí afortunado, comparado con los otros compañeros de tortura, sobre los cuales se paseaban los paramilitares hundiéndoles los tacos de sus botas en las espaldas. Cuando el dolor agudo les hacía quejarse eran golpeados más fuertemente. Otras veces les orinaban sobre sus cuerpos magullados, en medio de burlas y risotadas. Al anochecer, uno de los torturados pidió permiso para ir a orinar. La respuesta fue una sarta de insultos y la orden de orinarse en el pantalón. Muchos lo hicieron así. Los orines del grupo que estaba junto a mí, por estar un poco más elevado el lugar, fueron descendiendo hasta forman un charco precisamente en el lugar donde yo me encontraba. Pronto sentí que me encontraba totalmente empapado, hasta mi misma boca…

Alrededor de la una de la madrugada la voz déspota, amenazante y con todo tipo de insultos de un argentino, que resultó tener el grado de mayor, dijo que esa noche nos iban a matar a todos. Para ello iba a formar tres grupos y a medida que escogía al primer grupo, golpeaba fuertemente a uno de ellos, un viejo sindicalista que pedía al verdugo que lo matara allí mismo, en ese momento, pero no lo golpeara más. La respuesta fue que no le iba dar el gusto de matarlo rápidamente, que lo haría lentamente, a la vez que le introducía en el ano el cañón de la metralleta. Al mismo tiempo impartía órdenes para que ese primer grupo fuera muerto cuanto antes para no perder tiempo y poder terminar con los otros grupos antes del amanecer.

Por fin, a las 4 de la mañana nos dieron la orden de levantamos y que saliéramos agachados casi de cuclillas - con las manos en la nuca. Era una postura humillante que nos imposibilitaba de identificar al que teníamos a nuestro lado. Me pareció, por el color del pantalón, que tenía a mi lado al hermano jesuita José Marco. Después de recorrer unos cien metros a oscuras y tropezando varias veces, llegamos a unas ambulancias donde nos ordenaron echarnos en el coche estirados boca abajo. Era tal nuestra postura humillante que me obligaron a echarme sobre una de las 3 personas que estaban en el piso del coche, estaba sobre mi compañero jesuita y a lado el hermano José Marco y a ninguno de los dos identifiqué y de ningún modo podía intentarlo porque detrás de mí había dos paramilitares con metralletas.
Los prisioneros serían trasladados al DOP y recluidos en celdas. 


LA MASACRE DE CARACOLES Caracoles, 9 de agosto de 1980.


Señor Monseñor Jorge Manrique La Paz. Reverendo Monseñor:

Le hacemos llegar nuestros saludos en estos momentos de dolor y llanto. Hacemos conocer a su persona lo sucedido en este centro minero para que por su intermedio vengan a constatar los hechos de barbarie en esta, la +Cruz Roja Internacional+ o alguna otra organización internacional de Derechos Humanos.

El regimiento MAX TOLEDO de Viacha, una fracción del regimiento TARAPACA y el regimiento CAMACHO de Oruro, atacaron CARACOLES con cañones, morteros, tanques y avionetas de guerra, nuestros maridos se defendieron con piedras, palos y algunas cargas de dinamita. Hasta el lunes en la tarde la mayor parte de los mineros fueron exterminados y los sobrevivientes huyeron a los cerros y otros a las casas de +Villa Cármen+. Las fuerzas del ejército los persiguieron ultimando a los hombres en sus casas, a otros apresaron y los torturaron y a muchos les atravesaron con bayonetas. También a los heridos los degollaron.

A un minero en plena plaza le metieron dinamita en la boca y le hicieron volar en pedazos.

Saquearon las viviendas y cargaron a los “caimanes” como ser televisores, máquinas, radiotocadiscos, termos, camas, mercaderías de las tiendas, la agencia de Manaco y Zamora, la pulpería etc. etc.

A los niños les azotaron con cables y les hicieron comer pólvora. A los jovencitos les hicieron echar sobre vidrio quebrado obligándonos a nosotros a pasar sobre ellos, luego los soldados marcharon encima de ellos. Los del ejército parecían fieras salvajes porque estaban drogados y no vacilaron en violamos y también a las jovencitas y hasta niñas.

Sacrificaron ovejas, gallinas, cerdos, etc., cargándoles a los caimanes.

El 5 de agosto al amanecer han cargado a los muertos, heridos en tres caimanes rumbo a La Paz. Hasta el día viernes siguieron trayendo a los presos amarrados con alambres. A las mujeres nos prohibieron recoger los muertos para darles cristiana sepultura, diciéndonos: “No hay orden”. Recién el viernes nos dieron orden para buscar a los muertos, pero solo encontramos sacones, pantalones, chompas, jarros, calzados, etc. empapados en sangre, los muertos habían desaparecido. Algunos fueron echados en una fosa detrás del cementerio a los cuales no nos dejaron identificar.

Hay por lo menos 900 desaparecidos no se sabe si están vivos o muertes. Adjuntamos algunos nombres de desaparecidos, heridos, muertos y presos.

Muertos: Olimpia de Sánchez, Francisco Coque, Rufino Apaza, Julio Guezo, Quintín Colque, Ignacio Miranda, Pedro Choque, Rufino Chambi. Tres señoras que murieron con hemorragia a causa de las violaciones.
Heridos:  Martín Urquiole, Alberto Inca, Andrés Villca (12 años) Jorge Choque.

Desaparecidos: Alejandro Miranda, David Salazar, Agustín Chile (menor de edad), Antonio Inca, Monje Quispe, Pacífico Vargas, Alberto Gonzales, Juan Mamani, Octavio Argolla, Genaro Zonco, José Gutiérrez, Juan Charcas, Felix Flores, Florencio Mamani.

 LA DECLARACIÓN DE “PRINCIPIOS” DEL GOLPE FASCIO-NARCOTRAFICANTE

ARTICULO 1. LA JUNTA DE COMANDANTES DE LAS FUERZAS ARMADAS DE LA NACION, INTEGRADA POR LOS COMANDANTES GENERALES DEL EJERCITO, DE LA FUERZA AEREA Y DE LA FUERZA NAVAL, ES EL ORGANO SUPREMO DEL ESTADO BOLIVIANO Y EL CONDUCTOR DEL PROCESO DE RECONSTRUCCION NACIONAL.
ARTICULO 9. LA JUNTA DE COMANDANTES EJERCERA LAS FUNCIONES DEL PODER LEGISLATIVO ESTABLECIDAS EN LOS ARTICULOS 59 AL 66 DE LA CONSTITUCION POLITICA DEL ESTADO DE 1967.

ARTICULO 12. CADA UNO DE LOS MIEMBROS DE LA JUNTA DE COMANDANTES GOZARA DE LAS INMUNIDADES Y PRERROGATIVAS ESTABLECIDAS PARA EL PRESIDENTE DE LA REPUBLICA.
ARTICULO 14. EL PRESIDENTE DE LA REPUBLICA, CON EL CONSENTIMIENTO DE LA JUNTA DE COMANDANTES, DESIGNARA A LOS MIEMBROS DE LA EXCELENTISIMA CORTE SUPREMA DE JUSTICIA, A LOS VOCALES DE LAS CORTES SUPERIORES, AL FISCAL GENERAL DE LA REPUBLICA Y AL CONTRALOR GENERAL.

Firman el documento los generales Waldo Bernal, Celso Torrelio y el “Contralmirante” Oscar Pammo.

No cabe duda alguna de que el militarismo ha plasmado en este extraño documento, todas sus aspiraciones de poder omnímodo sobre la Nación y el pueblo. Es difícil, sino imposible, sostener que solamente García Meza y su círculo allegado pretenden instaurar un auténtico Estado militarista verdaderamente inédito en la historia latinoamericana. La subversión contra el ordenamiento jurídico de la democracia burguesa, es total, apareciendo el estrato militar como verdadera fracción hegemónica que ha absolutizado su dominio sobre la estructura político-jurídica y, además manteniendo férreamente su condición de órgano especializado de represión antipopular con la facultad exclusiva de empleo de la violencia armada.

Tenuemente se va dibujando un modelo de fascismo militarista dependiente de características muy singulares. Sabemos ya cómo terminó la tentativa de implementar un neofascismo dependiente en la época de Banzer. Sus planes quedaron en los papeles. La arrogancia fascista de Banzer se transformaría, poco a poco, en una tímida reclamación "democrática" en la medida que perdía su dominio sobre el partido uniformado que viene a ser la única garantía y el verdadero instrumento de cualquier modelo fascista.

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