SEGUNDA PARTE
4. Lo anterior no significa que Assad
represente ni de lejos un ideal político para la izquierda. La insinuación de
que quienes se oponen a la sangrienta política norteamericana en Siria son
admiradores de un personaje como Assad o de un modelo político como el
imperante en Siria es un insulto que carece por completo de fundamento. La
afirmación de que “la democracia ha muerto. Los DDHH –apenas una buena idea–
pertenecen al pasado. Assad, gran triunfador, es el modelo; y a la izquierda
impotente y vencida le gusta ese modelo porque incluso en EEUU se ha impuesto,
como ellos querían, un proto-dictador” es asombrosa, por lo injusta e
injuriosa.
Lo menos que debería hacer Alba Rico al
lanzar una acusación tan tremenda es tratar de fundamentarla, diciendo cuál
teórico de la izquierda, o cuáles fuerzas de esa orientación han manifestado su
“gusto” por el modelo sirio o su alborozo por la elección de Donald Trump. La
izquierda, en sus distintas variantes, ha sido siempre la enemiga jurada del
fascismo y el baluarte de los procesos de democratización en todo el mundo. ¿O
cree nuestro autor que los capitalismos democráticos lo son porque la burguesía
y la derecha se propusieron alguna vez en algún país construir un orden
democrático? ¿Quién si no la izquierda fue la protagonista de las grandes
luchas democráticas en todo el mundo? Por eso cuando le adjudica la
“responsabilidad en este proceso de desdemocratización”, cosa que le parece
innegable y reprobable, incurre en un gravísimo yerro y, además, lanza una
ofensa gratuita a millones de gentes que en los cinco continentes y desde la
izquierda se juegan la vida para construir un mundo mejor, un orden democrático
donde imperen la libertad, la justicia y los derechos humanos. Agravio que, por
otra parte, se construye a partir de un rotundo error de interpretación
histórica, a saber: afirmar que “el fascismo clásico fue el resultado de y
acompañó a un proceso de desdemocratización radical, exactamente igual que
ahora.” La relación causal fue exactamente la inversa: el fascismo fue, según
Clara Zetkin, un castigo porque el proletariado fracasó en su intento de
realizar la revolución y, añadimos nosotros, una represalia por los desafíos
planteados por la radicalización del impulso democrático en los años de la
primera posguerra y, después, en el marco de la Gran Depresión. Su respuesta
fue desdemocratizar al orden político instaurando la dictadura desembozada de
la burguesía. Esta tesis fue defendida desde un principio por la Tercera
Internacional y reafirmada en los escritos de -aparte de la ya mencionada
Zetkin- León Trotsky, Karl Radek, Ignazio Silone, Antonio Gramsci y Palmiro Togliatti,
entre otros.
5. Recapitulando: el imperialismo es un
sistema que lo podemos representar con tres círculos concéntricos. En su núcleo
fundamental hay un país, Estados Unidos, que es quien ejerce la función
dirigente y dominante. Luego hay un segundo anillo formado por los estados
vasallos del capitalismo desarrollado, con quienes Washington mantiene
relaciones que en algunos temas puntuales pueden dar origen a tensiones y
contradicciones pero que, ante una amenaza sistémica se agrupan rápidamente en torno
a los dictados de la Casa Blanca y se convierten en dóciles peones de las más
siniestras decisiones que pudieran emanar de Washington. Por ejemplo, después
del 11-S, países europeos cuyos dirigentes están siempre prestos a pontificar
sobre la importancia de los derechos humanos colaboraron en viabilizar los
“vuelos secretos” de la CIA transportando presuntos terroristas hacia “lugares
seguros” en donde torturarlos y desaparecerlos, fuera del alcance de la
legislación estadounidense. [4] Para Zbigniew Brzezinski evitar “la
confabulación de los vasallos”, es decir, de este segundo círculo, “y mantener
su dependencia en cuestiones de seguridad” es uno de los tres principales
objetivos del imperio. La OTAN es la expresión más nítida de la aplicación de este
principio. El tercer círculo del sistema imperial está constituido por las
naciones de la periferia o semi-periferia capitalista, es decir, ese vasto y
tumultuoso “tercer mundo” formado por las naciones de Asia, África y América
Latina y el Caribe, que es preciso, siempre según Brzezinski, mantener bajo
control. [5]
Por consiguiente, cualquier proceso de
debilitamiento del núcleo duro del imperialismo, Estados Unidos, o de su
segundo círculo, los vasallos, es en principio auspicioso que tendrá, como contrapartida,
la violenta reacción de Washington. Que ello finalmente madure en una dirección
correcta y en algunos países dé nacimiento a un proceso democrático y
emancipador ya es otra cuestión y dependerá, como todo, de la inteligencia y
voluntad con que las fuerzas sociales y políticas del campo popular encaren la
lucha de clases y se aprovechen de los cambiantes equilibrios geopolíticos
internacionales. La emergencia de actores cada vez más poderosos en la
estructura internacional -la irrupción de China, el retorno de Rusia, el lento
pero irreversible ingreso de la India, la Organización de Cooperación de
Shanghái ( OCS ) y los BRICS, para señalar apenas los más importantes- está
dando lugar a un naciente multipolarismo que si bien no puede ser caracterizado
como intrínsecamente anti-imperialista modifican, a favor de los pueblos, las
condiciones objetivas bajo las cuales se libran las luchas por la democracia,
la justicia y los derechos humanos en la periferia con independencia de los
rasgos definitorios de los regímenes políticos imperantes en China, Rusia, la
India o cualquier otro actor involucrado. Esa es la clave para entender la
violenta reacción norteamericana ante ese nuevo orden emergente, que erige
barreras intolerables a su pretensión de supremacía incontestada. La historia
latinoamericana y caribeña de los últimos años no habría sido posible de haber
persistido el unipolarismo que siguió a la implosión de la Unión Soviética.
Puede no ser de agrado para nuestro autor, pero sí lo ha sido para todos los
líderes y movimientos populares de América Latina y el Caribe, desde Fidel y
Chávez hasta Lula y Kirchner que ha visto ampliar sus márgenes de maniobra en
la complejidad de la nueva realidad internacional. No es lo ideal, como hubiera
sido un insólito florecimiento del socialismo, la democracia, la justicia y los
derechos humanos en el capitalismo desarrollado. Pero lo que hemos visto ha
sido exactamente lo contrario. Y en el mundo que realmente existe será preciso
que avancemos en nuestras luchas sin esperar el advenimiento de aquellos
cambios en el primer mundo.
6. Nuestro autor pone término a su nota
extremando el pesimismo que impregna toda su argumentación. Declara,
resignadamente, que “ya no hay alternativa sistémica, ni siquiera imaginaria.”
No creo que en una amable conversación personal (como la que sostuve con él más
de una vez en el pasado) pudiera decir algo semejante. Creo que tal vez la sorpresa al comprobar como muchos de sus
amigos latinoamericanos interpretaban lo ocurrido en Ankara y la premura de la
crítica lo llevó a escribir algo que podría ser visto como una reformulación,
en términos filosóficamente aún más radicales, de la absurda tesis de Francis
Fukuyama sobre el fin de la historia. Estoy seguro que Alba Rico no adhiere a
esa tesis. Sin embargo es indudable que
las dificultades con que tropieza la creación de una alternativa sistémica al
capitalismo global son inmensas. Estados Unidos construyó el imperio más
poderoso que jamás haya existido en la historia de la humanidad. Sus dispositivos
de hegemonía y dominación son formidables; su capacidad de control y
sometimiento también. Pero el inicio de su decadencia ya es inocultable. Lo
reconocen los propios mandarines del
Imperio así como los estrategas del Pentágono y la CIA. Y, también es
cierto, que hoy no se avizoran las formas concretas que podría asumir una
alternativa sistémica. Pero sí sabemos, a ciencia cierta, que el capitalismo
está llegando a su límite porque tal como lo asegurara el Comandante Fidel
Castro Ruz en la Cumbre de la Tierra en Río, en 1992, su reproducción está
destruyendo las condiciones medioambientales que hicieron posible la aparición
de la vida humana en el planeta Tierra. El eco-socialismo ha aportado agudas
reflexiones y muchos datos concretos sobre esta insoluble contradicción entre
capitalismo y naturaleza. Y los pueblos están a la búsqueda de alternativas,
tanto reales como imaginarias, sin esperar a que los intelectuales las
inventemos. Las aportaciones de las etnias originarias de América Latina y el
Caribe sobre el “buen vivir” son una prueba de ello. La idea de que “otro mundo
es posible” ha ganado millones de adeptos en todo el mundo. La gravedad de la
irresuelta crisis general del capitalismo, estallada hace ya más de ocho años,
hizo posible que en Estados Unidos, en Europa, en el Sudeste asiático y en
Canadá grandes manifestaciones populares adopten como consigna unificadora la
crítica al capitalismo, algo inimaginable hasta hace unos pocos años cuando al
capitalismo ni siquiera se lo nombraba. Bertolt Brecht dijo una vez que el
capitalismo era un caballero que no deseaba ser llamado por su nombre. Su
anonimato lo invisibilizaba y de ese modo ocultaba su carácter de régimen
social de explotación. Ahora se lo nombra y se lo escribe y, en un desarrollo
tan inesperado como promisorio, se lo leía en las pancartas de los jóvenes
norteamericanos del Occupy Wall Street, y en las de los españoles del 15-M que
no sólo denunciaban al capitalismo sino
que hacían lo propio con la farsa democrática que éste había montado y que
había perdido toda legitimidad.
En un mundo en el que, según las conocidas
cifras divulgadas por Oxfam, el 1 por ciento más rico del planeta posee más
riquezas que el 99 por ciento restante es inviable, no ya en el largo sino en
el mediano plazo. La apelación que la derecha mundial hace al neofascismo
global es un síntoma de su impotencia y demuestra la gravedad de la amenaza
difusa, por ahora inorgánica, que plantea la protesta de los oprimidos y, por
ende, de la izquierda. Es cierto que lo que se vislumbra no es lo que
quisiéramos. En mi caso, me gustaría una reedición de la triunfal entrada del
Movimiento 26 de Julio a La Habana en cada rincón del planeta. Eso no está en
el horizonte, pero el lento pero progresivo desmoronamiento del orden imperial
ofrece la oportunidad de intentar construir ese mundo mejor que todos
anhelamos. Los formatos clásicos de la revolución son productos históricos.
Esperar ahora el cañonazo del Aurora para dar la señal para el comienzo de la
revolución bolchevique es un anacronismo, un canto a la melancolía. Pero aunque
no se lo vea el viejo topo de la revolución sigue trabajando, con ahínco
paralelo al desenvolvimiento de las insolubles contradicciones del sistema
capitalista. Y la morfología de esa futura revolución es impredecible. Como lo
fue la Comuna para Marx y Engels en 1871; como lo fueron los Soviets en 1917;
como lo fue la guerrilla en Cuba en la segunda mitad de los cincuentas; o el
Vietcong en Vietnam en los años sesentas y setentas. Las revoluciones nunca
copian, son siempre creaturas originales. El hecho de no poder divisar los
perfiles precisos de la rebelión en ciernes no significa que esta no exista.
Parafraseando a Gramsci concluimos diciendo que en coyunturas como las actuales
el pesimismo de la inteligencia no debería ser el recurso que sofoque el
optimismo de la voluntad sino un estímulo para perfeccionar nuestros métodos de
análisis social, de tal suerte que nos permitan vislumbrar en los entresijos
del viejo orden en crisis los actores emergentes y las semillas de la nueva
sociedad.
[4]
Hemos examinado ese tema en Atilio A. Boron y Andrea Vlahusic, El lado oscuro
del imperio. La violación de los derechos humanos por Estados Unidos (Buenos
Aires: Ediciones Luxemburg, 2009), pp. 57-61.
[5] Cf. su El gran tablero mundial. La
supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos (Buenos Aires:
Paidós, 1998).
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