17-10-12
17 de octubre de 2003
Glorioso Octubre Rojo
LA GRAN INSURRECCION DESARMADA DE EL ALTO
Vivíamos los primeros años del
siglo XXI y del Tercer Milenio en el dominio casi absoluto de la Globalización
Imperialista, del “fin de la historia” y la vigencia omnímoda del “pensamiento
único” a nivel mundial y del neoliberalismo a nivel nacional. Parecía que la
caída del Muro de Berlín levantado estúpidamente por el revisionismo
contemporáneo, ponía punto final a la “utopía” del socialismo. Empero en América
Latina y particularmente en Bolivia, surgían con una fuerza inusitada,
poderosos movimientos sociales y populares, así como un ascenso vertiginoso de
las naciones originarias que revertían de un modo radical la situación política
general.
Coincidiendo con el año
inaugural del nuevo siglo y del Tercer Milenio, en nuestro país aparecían los
pobladores cochabambinos y los regantes vallunos con una insurrección
reivindicatoria de los derechos sobre el agua, poniendo los inicios de la gran
marcha de los pueblos de Bolivia por su verdadera independencia. A fines del
mismo año, los valerosos y siempre rebeldes achacacheños ponían en jaque al
gobierno neoliberal con el gigantesco bloqueo de caminos que alfombraba las
carreteras de todo el altiplano, del lago y del norte paceños en reivindicación
del derecho a la tierra y contra la ley INRA del gobierno oligárquico de
Sánchez Lozada.
Desde fines del año 2002 y
durante todo el 2003, hasta el glorioso octubre, la ciudad de El Alto se
convertía en una trinchera inexpugnable de la más grande insurrección de
pobladores, campesinos y originarios de todo el departamento paceño, en lucha
definitiva por poner fin al gobierno genocida y vendepatria del gonismo.
Para nadie ya era un secreto que el Gobierno
genocida de Sánchez Lozada estaba viviendo sus últimos momentos cuando nacía el
mes de octubre 2003. Era prácticamente un Gobierno moribundo que antes de caer
pensaba ocasionar todo el daño posible al movimiento popular y principalmente
al movimiento campesino, comunitario y al pueblo alteño que había sentido
directamente las consecuencias de una política económica francamente criminal y
genocida.
Las últimas semanas de septiembre y las
primeras de octubre, se caracterizaban por enfrentamientos diarios cada vez más
violentos y radicales en la medida que las acciones antigubiernistas se expandían
al tiempo que el régimen no se daba por enterado de la gravedad de la
situación. En efecto, solamente una clase política miope o ciega podía ignorar
y pasar por alto la enorme insatisfacción, el rencor y el encono que demostraban
los sectores oprimidos de la población boliviana, sobre todo en la zona
occidental y particularmente en la ciudad de El Alto.
Por otra parte, y esto puede ser fundamental,
poco a poco se ha ido interiorizando en el pueblo el criterio de que la causa
profunda de la crisis galopante era responsabilidad de un gobierno satisfecho y
de una clase dominante insensible. De este modo se fueron acumulando las
fuerzas sociales de oposición en el sentido de fortalecer algunas
instituciones, incluso tradicionales, pero que podían en aquellas condiciones,
servir para la unidad de todo el movimiento. Es así que la Central Obrera
Boliviana que por muchos años había sido totalmente mediatizada y relegada al
olvido por la corrupción y la vendimia de sus dirigentes a los gobiernos de
turno, consiguió retomar el camino correcto de la defensa de los intereses
supremos del proletariado y las clases oprimidas.
El movimiento campesino, comunitario,
cocalero y nacionalitario, después de los errores del año 2000 cuando perdió
una inmejorable situación, se repone y vuelve a jugar papel protagónico en la
coyuntura. A la cabeza del campesinado comunitario de la Provincia Omasuyus y
su capital, los achacacheños se desplazan a la ciudad de El Alto y en las
instalaciones de Radio San Gabriel, inician una huelga de hambre subversiva que
exige cambios drásticos en la política del Gobierno, así como la negativa a la
venta de gas a Chile y otras reivindicaciones nacionales. El movimiento tiene
sus causas inmediatas en la infame y despiadada masacre de Warisata, donde la
población inerme es masacrada por el Ejército provocando víctimas fatales y
heridos en grandes cantidades.
Se cuenta el asesinato de una menor de 8 años
alcanzada en su propio domicilio por el fuego indiscriminado de la soldadesca
asesina. Por ello el movimiento comunario comienza a crecer y el bloqueo
nacional de caminos, inicialmente restringido a la zona norte del Altiplano, se
va extendiendo a otras regiones como Yungas.
La reunión-huelga de Radio San Gabriel juega
un papel importante porque allí están reunidos todos los dirigentes campesinos
del departamento paceño de extracción aimara. Se levanta en realidad, una
dirección colectiva aimara, lejos ya del caudillismo de determinados líderes.
Ocurre pues un vuelco sensacional en la conducción del conflicto. El movimiento
aimara ha ideado, en base a sus experiencias propias, resoluciones comunitarios
locales, una metodología propia nueva que consiste en tomar decisiones por amplio
consenso, pero también sobre la marcha, pues se encuentran reunidos y no tiene
necesidad de comunicaciones a la distancia que diluyen cualquier acuerdo.
Se trata pues de un Consejo Revolucionario
Aimara que sesiona permanentemente y toma resoluciones inmediatas. Hasta ahora
el Consejo se ha negado a «dialogar» con el Gobierno porque sabe que una
dispersión del conflicto y una disolución de la reunión puede conducir a la
derrota y teniendo en cuenta que los «acuerdos» con el Gobierno pueden ser papeles
mojados en el futuro o incumplirse inmediatamente.
Los movimientos más
importantes de esa lucha histórica fueron indudablemente aquellas “fuerzas
vivas” alteñas constituidas por la Central
Obrera Regional (COR), la Federación
de Juntas Vecinales (FEJUVE), y la Federación de Gremiales
pero que, lamentablemente, tenían como sus “dirigentes” a tres elementos
descalificados, traidores oportunistas y vendidos de
cuerpo y alma al neoliberalismo que, a espaldas de la población
sublevada, mantenían contactos con el Gobierno para hacer abortar la
resistencia. Estos sujetos que después pretenderían lauros
que no les correspondían de ningún modo, fueron notablemente Mauricio Cori de la FEJUVE, Juán Meléndrez de la COR, Braulio Rocha de los gremiales, Franklin Lavayen de los padres de
familia y un sujeto de nombre Juan
Escóbar que fue el principal satinador contra la UPEA y su autonomía.
La importante participación en la lucha de la
juventud alteña y su heroica Universidad Pública de El Alto (UPEA), es algo que no debe soslayarse ni mucho menos
ignorarse. Fueron efectivamente los estudiantes, docentes, trabajadores
administrativos y autoridades universitarias que haciendo de sus instalaciones
verdaderas barricadas, comandaron las acciones antigubernamentales con palos,
piedras y petardos con los que arremetían contra el Ejército movilizado y en
son de guerra. Todos estos jóvenes eran partícipes activos en las Juntas
Vecinales y ejercían liderazgo en las mismas por su propia preparación y
disposición al desigual combate. La UPEA a la cabeza de sus autoridades que
luchaban desde años atrás por su autonomía negada
arbitrariamente por los gobiernos neoliberales de Bánzer, Tuto Quiroga, Goni Sánchez y sus ministros operadores como
Tito Hoz de Vila, Arellano y Hugo Carvajal Donoso, juega un papel
importante en la resistencia que se convierte en contra-ofensiva. La UPEA y sus valerosos jóvenes constituyeron la vanguardia
de las luchas callejeras contra la arremetida criminal del Gobierno.
El año 2003 ya fue señalado
por nuestro partido revolucionario, con toda razón, como el año de la Madre de
las Batallas y así fue efectivamente.
El Consejo alteño se negó reiteradamente a
“dialogar” con el gobierno porque sabía que una “tregua” podía conducir a la dispersión
del movimiento y una disolución de la reunión podía determinar la derrota y la
desmovilización, objetivo que buscaba el gobierno con mucho afán y teniéndose
en cuenta que los “acuerdos” con el Gobierno fueron siempre papeles mojados
utilizados para neutralizar las crisis.
A esta altura de los acontecimientos, entra
en escena masivamente la población alteña, el pueblo alteño también de origen
preponderantemente aimara. La prolongación del conflicto y la dictación de un
Paro Cívico general de la ciudad, constituyen la mecha que enciende la pradera
que se encuentra completamente seca. Ya no solamente se trata de paralizar la
ciudad, se trata de conseguir el derrocamiento del gobierno, la renuncia de
Sánchez Lozada y si posible su propio ajusticiamiento por los crímenes alevosos cometidos.
El 12 de octubre, los combates callejeros se
han convertido en una verdadera guerra popular. Las wiphalas (banderas del
amanecer) con un crespón negro en homenaje a los caídos del 12 y del 13,
inundan la ciudad. Las víctimas ya no pueden ser ocultadas ni las causas
escamoteadas: en una palabra, el Ejército está utilizando armas de guerra y los
heridos y muertos suman decenas. Una nueva masacre esta vez resistida
heroicamente por los pobladores alteños se realiza ante las pantallas de la televisión.
La dirección política del movimiento ha
desaparecido y todo se mueve espontáneamente, no parece que pueda existir un
cambio en ese sentido. Los pedidos de diálogo no tienen respaldo porque nadie
puede garantizar un acatamiento al alto al fuego por parte de la población
sublevada.
El bloqueo de las cisternas de gasolina que
pretendían atender las necesidades de la ciudad de La Paz, ha ocasionado la
furia de las autoridades del gobierno que han ordenado al Ejército que abra
camino desde el Alto aún a costa de disparar directamente contra los
bloqueadores. Las ametralladoras de los tanques y tanquetas disparaban a
mansalva contra los manifestantes que se protegen en los muros y las piedras de
la Ceja alteña.
Para la mañana del 13 de octubre, se espera o
la reanudación de los combates o una tregua que permita un cierto tipo de
diálogo.
De todas maneras, así Sánchez hubiera podido imponer
a sangre y fuego sus condiciones para permanecer en el poder, sus planes
gasíferos estaban ya completamente destruidos, así como todas sus medidas
inmediatas que no podrán ser ya implementadas de ninguna manera. El movimiento
aún con grandes pérdidas humanas, ya había conseguido triunfos morales muy grandes: el gobierno no
comprendió que no era un chiste aquello de que, para imponer medidas
impopulares, tendría que pasar «sobre ríos de sangre......»
El valeroso levantamiento de octubre tuvo su culminación el día 17,
cuando una gigantesca manifestación militante y aguerrida de más de 300 000
pobladores alteños, campesinos aimaras, universitarios de la UPEA, obreros,
estudiantes, clase media y profesionales, se descuelga desde las alturas de aquella
ciudad y las laderas paceñas que se pliegan decididamente a la marcha
incontenible, hasta la “hoyada”, armados únicamente con palos y piedras en una
de las visiones más estremecedoras que registra nuestra historia por la decisión
de lograr la derrota del gobierno genocida.
La inmensa movilización se desarrolla ya no solamente como una marcha,
sino como una ofensiva militar. Aterrado el genocida, no obstante afirmar que
no renunciaría, tiene que tomar apresuradamente un helicóptero que lo recoge
del Colegio Militar de Irpavi, para llevarlo a la base militar del El Alto,
abandonando el país vergonzosamente en
medio de la furia y la indignación de una enorme multitud congregada en el
centro de la ciudad.
La singular batalla sin embargo dejó casi un centenar de muertos y más
de 500 heridos como consecuencia de las agresiones militares a los ciudadanos
desarmados que exigían la renuncia de Sánchez, en primer lugar y además una Ley
de Hidrocarburos que recupere la soberanía del Estado, la convocatoria a una
Asamblea Nacional Constituyente y un Juicio de responsabilidades contra el
delincuente mayor porque el genocida ordenó al Ejecito y la Policía a usar
armas de guerra, fusiles automáticos, ametralladoras, tanques de guerra y
helicópteros fletados a los Estados Unidos.
¡La batalla de
octubre-2003 fue ganada por el pueblo!
El 17 de octubre de 2003, es ya una
fecha histórica, tal vez más importante que aquel abril de Bolivia. El heroísmo
de una ciudad y de una nación como la aimara quedará gravado en la memoria de
los pueblos de Bolivia indeleblemente.
Para los
revolucionarios, octubre-2003 es un OCTUBRE-ROJO,
por el heroísmo y la sangre del pueblo derramada, pero es un OCTUBRE-NEGRO para
la reacción que comenzó a perder el poder político en Bolivia.
Octubre-2003 constituye
además y, efectivamente, el punto de arranque y la fuente principal del proceso de cambio que vivimos y cuya
paternidad no puede ser atribuida a ningún partido político en particular y
menos aún al Movimiento Al Socialismo (MAS) que resultó ser el principal
usufructuario de las legendarias luchas y que en este momento está poniendo en
peligro la marcha del proceso con sus debilidades y defectos.
PCmlm
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