06-02-2019
LO QUE OCULTA EL PENTÁGONO SOBRE UNA POSIBLE INTERVENCIÓN
MILITAR EN VENEZUELA
José Negrón Valera
Sputnik
La visceralidad con que Donald Trump maneja su
política exterior, lo ha llevado a un callejón sin salida en Venezuela.
Arrastrado por sus operadores político-militares en el eje Miami-Bogotá-Madrid,
se encuentra a las puertas de una nueva derrota diplomática que hundirá aún más
su precario liderazgo internacional.
Una
guerra, librada a través de sus aliados en Suramérica parece ser la única
opción, pero una cosa es el marketing mediático y otra muy distinta la realidad
operacional.
La
Fuerza Armada Bolivariana se mantiene cohesionada en torno a la Constitución
del país y del liderazgo de su Comandante en Jefe, Nicolás Maduro. A pesar de
individualidades sin ningún peso real dentro del aparato militar, no existe
nada que nos indique que el bastión que define la estabilidad del sistema
político en Venezuela, vaya a derrumbarse.
Gina Haspel, experta en operaciones
encubiertas, ha sido la gran artífice de la campaña para intentar quebrar la
voluntad de la Fuerza Armada Bolivariana. Su objetivo es organizar y alimentar
al ejército paralelo que se está preparando en Colombia y que ya ha sido
denunciado por el Gobierno venezolano. Para tal fin, cuenta con amplios
perfiles de los oficiales que han sido dado de baja por actos ilegales o anti
éticos, además de información sobre aquellos que poseen dinero, familiares y
propiedades fuera de Venezuela. Cualquier elemento es usado como punto de
presión.
Haspel
necesita una vanguardia mediática, pues no puede mostrar a las cámaras de
televisión el grueso del ejército paralelo, conformado mayoritariamente por paramilitares
y elementos de bandas criminales ligadas fundamentalmente al narcotráfico. Sin
embargo, a pesar de la cruenta guerra de intimidación, no se ha logrado más que
puntuales y tímidas declaraciones desconociendo a Nicolás Maduro. Si pensamos
en que la FANB cuenta con más de 500.000 efectivos y en estos momentos, se
aproxima a incorporar más de dos millones de milicianos a la defensa del
territorio, lo que ha logrado Haspel luce absolutamente insignificante.
Otro
aspecto se corresponde con la realidad interna de cada uno de los países que
serán usados como punta de lanza para la agresión bélica.
Colombia
vive en guerra desde hace más de cincuenta años. En estos momentos, fracasadas
las conversaciones con Ejército de Liberación Nacional (ELN) y con el incumplimiento
de los acuerdos de paz firmado con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC), el Ejército colombiano reconoce que dejaría amplias
vulnerabilidades en su propio territorio si se comprometiera en un conflicto
fuera de sus fronteras.
A ello,
le sumamos la imposibilidad que tiene Colombia para hacerle frente a los
desplazados que provocaría un conflicto militar con Venezuela.
Brasil,
no se encuentra mejor. En estos momentos se especula muchísimo sobre el
verdadero estado de salud del presidente Jair Bolsonaro. La narrativa oficial,
atribuyen la operación a la que fue sometido hace más de una semana, al evento
aún no aclarado del todo, en el que fue apuñaleado mientras era candidato
presidencial. Una lucha por la sucesión del poder parece abrirse paso en
Planalto. Si le agregamos a esta tensión, los señalamientos de corrupción que
ha recibido Flávio Bolsonaro y la negativa del ejército brasileño a aceptar una
base militar norteamericana en su territorio, podemos atestiguar que las condiciones
políticas en Brasil no son del todo propicias para quienes desean involucrarlo
en la guerra.
El 3 de
octubre de 1993, rebeldes somalíes derribaron dos helicópteros Black Hawk,
asesinando a más de 18 soldados de las fuerzas especiales e hiriendo a otros
73. Las imágenes transmitidas por cadenas de noticias como CNN, en la que se
podían apreciar como los rebeldes desfilaron por las calles de Mogadiscio con
los cuerpos de los soldados, generó tal rechazo en la opinión pública de
Estados Unidos, que la Administración de Clinton tuvo que verse forzado a
retirar sus tropas de Somalia unos meses después.
En una
época de amplísima interconexión digital, Estados Unidos no puede darse el lujo
de someterse a más derrotas que serán viralizadas instantáneamente. Por esta
razón, ha optado por subsidiar la guerra a través de mercenarios, como lo hizo
en Siria y Libia, pero, además, en hacer que otros países la peleen por ellos.
No obstante, el problema sigue latente: ¿está dispuesta la población brasileña
y colombiana, ver a sus soldados morir por un conflicto cuyo único
beneficiario, tal y como lo ha expresado abiertamente John Bolton, serán las
empresas petroleras estadounidenses?
A
través de la propaganda mediática, se ha querido vender la idea de que una
guerra contra el país suramericano, sería una especie de "operación
quirúrgica" al mejor estilo de las películas hollywoodenses. Sin víctimas,
más allá de los combatientes militares y civiles que se opongan a que Nicolás
Maduro sea apartado del poder, y con los partidarios de la oposición escondidos
cómodamente en sus casas, siguiendo todo en tiempo real a través de las redes
sociales.
El
Pentágono ha hecho un análisis exhaustivo de las capacidades armamentísticas
venezolanas, y sabe que miente cuando afirma que la intervención será corta y
que además no encontrará resistencia.
Yuri Liamin, experto militar,
considera que la prioridad de Estados Unidos es fracturar las Fuerzas Armadas
Bolivarianas, para no tener que enfrentarse al armamento ruso que incluye
sistemas de defensa aérea de largo alcance S-300VM Antey-2500, Buk-M2E y el
Pechora-2M de mediano alcance, así como un gran número de tanques T-72B1V,
BMP-3, BTR-80A, SAU Msta-S, armas autopropulsadas Noah-SVK, MLRS Grad y Smerch.
Liamin,
apunta especialmente al poder aéreo del Estado venezolano, que cuenta con
aviones de combate Su-30MK2, lo cual lo ubica como uno de los primeros de
suramérica.
Otra
complejidad para Estados Unidos, son las fuerzas terrestres venezolanas,
equipadas con sistemas Igla-S MANPADS y ZU-23 / 30m1-4, así como los comandos
de operaciones especiales, especialmente los grupos de francotiradores
altamente entrenados y apertrechados con fusiles Dragunov SVD, capaces de
detener por sí solos a un contingente entero de soldados enemigos.
Pero
quizá, el mayor de los obstáculos de aquellos que claman por un desenlace
militar en Venezuela, es precisamente la propia doctrina militar de defensa
integral del país, que contempla "la guerra de todo el pueblo", así
como un ágil y poderoso sistema de adiestramiento conocido como el Método
Táctico de Resistencia Revolucionaria.
Si se
cumplen las expectativas del Gobierno venezolano de fortalecer la Milicia
Bolivariana con dos millones de miembros antes de abril, y de organizarlos en
unas 50.000 unidades de defensa a lo largo de todo el territorio nacional, es
posible generar un poderoso elemento de disuasión (y quizá de conciencia) para
quienes no quieren un desastre militar de escala continental.
Entendiendo
la realidad operacional, Estados Unidos ha optado durante las últimas horas por
mantener saturadas las redes sociales, de noticias falsas y rumores sobre la
entrada de la 'ayuda humanitaria' en Venezuela. La intención es tratar de
quebrar la unidad de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y del propio pueblo
venezolano que apoya el proyecto bolivariano.
Mientras
los partidarios de la oposición se encuentran aterrorizados en sus casas,
presos de los últimos audios o mensajes que proclaman el fin del mundo, quienes
desean la paz del país deben comprometerse a una opción que libere la 'mente
colectiva' del asedio que se le quiere imponer.
Esto no
implica tomar un camino pasivo o desatender la amenaza, sino dotarla de nuevos
significados: repolitizar a la población en torno a la necesidad del proyecto
político, organizarla y formarla para la defensa del territorio, lograr el
mayor consenso y diálogo entre todos los sectores que se opongan a la guerra y
a la intervención militar; y por último, vencer la agresión económica a la que
se ha sometido al pueblo venezolano.
En
estos momentos, el enemigo se llama desesperanza y su arma más potente es la
que busca hacernos creer que Venezuela es un país aislado, desvalido, sin
posibilidad de respuesta ante una agresión y que espera de manera resignada el
apocalipsis que le ofrecen. Nada más ajeno a la verdad.
Recuérdese
que hace 200 años, este mismo país venció para el momento al que era el imperio
más poderoso de la tierra. Ojalá, no haya que demostrar, de nuevo, de qué es
capaz y se le permita, al igual que lo piden los versos de la poeta palestina,
Suheir Hammad, una vida lejos de la tragedia bélica.
"No
bailaré al ritmo de su tambor de guerra.
No
prestaré mi alma y mis huesos a su tambor de guerra.
No
bailaré a su ritmo.
Conozco
ese ritmo, es un ritmo sin vida.
Conozco
muy bien esa piel que usted golpea.
Estuvo
viva aún después de cazada, robada, expandida.
No
bailaré al ritmo de su tambor de guerra.
Yo no
voy a odiar por usted, ni siquiera voy a odiarlo a usted.
No voy
a matar por usted. Especialmente, no moriré por usted.
No voy
a llorar la muerte con asesinato ni suicidio.
No
bailaré con bombas porque todos los demás están bailando.
Todos
pueden estar equivocados.
La vida
es un derecho, no un daño colateral o casual.
No
olvidaré de dónde vengo. Yo tocaré mi propio tambor.
Reuniré
a mis amados cercanos y nuestro canto será danza.
Nuestro
zumbido será el ritmo. No seré engañada.
No
prestaré mi nombre ni mi ritmo a su sonido.
Yo
bailaré y resistiré y bailaré y persistiré y bailaré.
Este
latido de mi corazón suena más alto que la muerte.
Su tambor de guerra no sonará más alto que mi
aliento".
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