Samir Amin.
Las grandes revoluciones hacen la historia;
las resistencias conservadoras y las contrarrevoluciones no hacen más que
retrasar su curso. La revolución francesa inventó la política y la democracia
modernas; la revolución rusa abrió el camino a la transición socialista; la
revolución china asoció la emancipación de los pueblos oprimidos por el
imperialismo a su implicación en la vía del socialismo.
Estas revoluciones son grandes, precisamente
porque son portadoras de proyectos que están muy por delante de las exigencias
inmediatas de su tiempo. Y es por ello que chocan, en su progresión, con las
resistencias del presente que están en el origen de los retrocesos, de los
termidor y de las restauraciones. Las ambiciones de las grandes revoluciones,
expresadas en las fórmulas de la revolución francesa (libertad, igualdad,
fraternidad), de la revolución de Octubre (proletarios de todo el mundo,
¡uníos!), y del maoísmo (proletarios de todos los países y pueblos oprimidos,
¡uníos!) no encuentran su traducción en la realidad inmediata. Pero siguen
siendo los faros que iluminan los combates siempre inacabados de los pueblos
por su realización. Es, pues, imposible comprender el mundo contemporáneo haciendo
abstracción de las grandes revoluciones.
Conmemorar estas revoluciones equivale, por
tanto, a tomar la medida de sus ambiciones (la utopía de hoy será la realidad
de mañana) y al mismo tiempo comprender los motivos de sus retrocesos
provisionales. Los espíritus conservadores y reaccionarios se niegan a hacerlo.
Quieren hacer creer que las grandes revoluciones no han sido más que accidentes
desafortunados, que los pueblos que las han hecho, llevados por su entusiasmo
engañoso, se han metido en un callejón sin salida y a contracorriente del curso
normal de la historia. Estos pueblos han de ser castigados por los errores
criminales de su pasado. Los espíritus conservadores no creen que sea posible
ni deseable la emancipación de la humanidad y la abolición de las
desigualdades. La desigualdad de los individuos y de los pueblos, la
explotación del trabajo y la alienación son para ellos exigencias eternas.
Ya con ocasión del bicentenario de la
Revolución Francesa pudimos ver cómo el coro mediático que está al servicio de
los poderes reaccionarios desplegaba todos los medios a su alcance para
denigrar a dicha revolución. Financiada por las instituciones académicas (ellas
mismas inspiradas por los servicios de la CIA de Estados Unidos), la campaña en
la que destacó entre otros François Furet reveló los objetivos reales de la
estrategia contrarrevolucionaria. Este año, el mismo coro mediático ha puesto
en marcha todos los medios de que dispone para vilipendiar a la revolución de
Octubre. Los herederos del comunismo de la Tercera Internacional han sido
invitados a lamentar los errores de sus convicciones revolucionarias de antaño.
En Europa serán muchos los que lo harán.
Las grandes revoluciones constituyen la
excepción en la historia y no la regla general. Y la predisposición de los
pueblos concernidos a la radicalización de su imaginario del porvenir exige a
su vez el examen de su historia particular en la larga duración. Mathiez,
Soboul, Michelet, Hobsbawm y otros lo han hecho en el caso de la Revolución
Francesa, y Mao en el de la vía china. Mi libro Rusia en la larga duración
(2016) propone una lectura análoga respecto a 1917. La medida del alcance
universal de las grandes revoluciones no excluye el examen de las condiciones
históricas concretas propias de los pueblos concernidos; al contrario, combina
el análisis de las mismas.
El primer capítulo de este libro pone el
acento en las consecuencias dramáticas del aislamiento de Octubre. El siguiente
capítulo (“Revoluciones y contrarrevoluciones de 1917 a 2017”) propone una
lectura de la formación de las sociedades del centro imperialista contemporáneo
susceptible de explicar la adhesión de los pueblos concernidos a la ideología
del orden conservador, el mayor obstáculo al despliegue del imaginario
revolucionario creativo. El tercer capítulo invita a hacer una distinción entre
la lectura de El Capital de Marx y la de las realidades históricas constituidas
por las naciones del capitalismo moderno. La primera de dichas lecturas
proporciona la clave que permite comprender el capitalismo y tomar la medida de
la ruptura que representa por oposición a todas las sociedades anteriores. La
segunda permite precisamente situar en la larga duración a estas formaciones
diversas del mundo contemporáneo y medir de este modo sus capacidades
desiguales para avanzar por la larga ruta del socialismo. El cuarto capítulo
prolonga el análisis de Mao relativo a las perspectivas propias de las regiones
periféricas del sistema mundial. Sugiere a tal efecto una estrategia de etapas
que asocia la liberación nacional a los avances posibles en el ámbito de los
proyectos nacionales soberanos y populares.
Propongo conmemorar de este modo la
Revolución de Octubre del 17, situando el acontecimiento en un marco actual,
que solo es el del triunfo de la contrarrevolución “liberal” en apariencia,
dado que dicho sistema ha entrado ya en buena medida en la ruta de su
descomposición caótica, abriendo el camino a la cristalización posible de una
nueva situación revolucionaria.
Fuente: http://tienda.elviejotopo.com/home/1405-la-revolucion-de-octubre-cien-anos-despues-9788416995271.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario